sábado, 12 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 64

 


Pedro dejó el coche en la cuneta y cruzó a pie las dunas camino de la cabaña. Se detuvo cuando la tuvo a la vista. Era la primera vez que la veía en quince años. No había tenido valor para ir antes temiendo que las viejas heridas volvieran a abrirse. Ya no importaba. Como su sed de venganza, la cabaña ya no tenía ningún poder sobre él.

Paula estaba sentada al borde del embarcadero con las piernas colgando. Tiraba piedras al agua opaca. Pedro se sintió inundado de paz al verla. ¿Cuántas veces habían estado en aquel mismo lugar tirando piedras? ¿Cuántos sueños? ¿Cuántos besos? ¿Cuántas promesas de futuro?

—Este sitio ya no parece el mismo, ¿no te parece?

Paula se sobresaltó al oír su voz.

—¡Pedro! ¿Cuándo has vuelto?

Paula se levantó y echó a andar hacia él con el corazón en un puño.

—Esta mañana. Ya no está tan ruinosa. ¿Te acuerdas de las grietas del techo?

Pedro. No quiero hablar de la cabaña.

—¿No?

—No.

Pedro la contempló un momento

—Estás horrible.

—Muchas gracias.

—De nada. Pablo me ha dicho que no comes. Pensé que estaba exagerando.

—¿Cuándo le has visto?

—Hace un rato.

—¿Para qué?

—¿Es que todo el mundo se ha vuelto loco en este pueblo? Hoy había que hacer efectivo el dinero por los avales de Maiden Point. ¿Tú también lo has olvidado?

—No. Pero desapareciste.

Pedro la rodeó con sus brazos y la atrajo hacia sí.

—¿Me has echado de menos?

—¡Sí! ¡Te he echado de menos, idiota! —exclamó ella—. ¿Dónde te has metido?

—En California. Tenía que solucionar unos asuntos.

—¿No hay teléfonos en California?

—No supe si podía conseguirlo hasta ayer a última hora. No habría tenido sentido hacer promesas que no podía cumplir.

—¿Qué promesas?

—Cubrir los avales y préstamos del proyecto. A cabo de dejar a Pablo en su despacho. Babeaba contemplando el cheque que le he dejado.

Pablo le rodeó el cuello con los brazos.

—¡Lo has hecho! Le dije a todo el mundo que cumplirías con nosotros.

De repente, se quedó callada y le echó una mirada suspicaz.

—¿De dónde has sacado el dinero?

—No lo he robado, si es lo que piensas. Es mío. Todo lo que tenía y algo más. Estoy en la ruina, pequeña.

La sonrisa de Paula tenía algo de beatífico.

—No creo que sea muy correcto alegrarse de eso.

—Soy feliz. Feliz hasta el delirio. Nunca he sido más feliz —dijo poniéndose de puntillas y rozándole la boca con los labios.

Pedro la besó con fuerza. No había soñado con otra cosa en toda su vida. Ella se amoldaba perfectamente a su cuerpo, dándole la bienvenida, despertando el deseo de poseerla allí mismo.

—Vamos a casa —dijo ella viendo su urgencia.

—Demasiado tarde, nena.

La cogió de la mano y la arrastró a la cabina restaurada.




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