sábado, 4 de julio de 2020
A TODO RIESGO: CAPITULO 62
Pedro le estaba tendiendo un juguete de niño, un osito de peluche que parecía condenarla con la mirada. Sintiendo una dolorosa opresión en el pecho, Paula desvió la vista. Lentamente bajó los pies del sofá y se sentó.
—¿Por qué has hecho esto, Pedro? —le preguntó, suspirando.
—Quería comprarle al bebé su primer juguete. ¿Es eso tan terrible?
—No puedo conservar el bebé. Ya te lo dije. Sería una madre pésima.
—Eso es lo que dices tú.
—Eso es lo que digo yo y lo que es —repuso con voz temblorosa. Toda ella estaba temblando—. Mi trabajo me ocupa todo mi tiempo.
—Con tus capacidades, podrías tener un millón de trabajos diferentes.
—¿Qué se supone qué quiere decir eso?
—Que tu negativa no tiene que ver con tu trabajo. Tiene que ver contigo y con tu equivocada percepción de ti misma. Tienes miedo de no tener suficiente amor para ese bebé, y lo cierto es que rebosas de amor.
—No hace ni siquiera un mes que nos conocemos. No puedes saberlo.
—Sé que, por una amiga, fuiste capaz de ofrecer tu cuerpo para llevar en tu seno su óvulo fertilizado. Es el acto más sacrificado y desinteresado que he visto nunca. Sé que querías con locura a Juana y a tu abuela, y que incluso quieres a tu madre, a pesar de que nunca logró darte la clase de seguridad y de cariño que tanto necesitabas.
Paula seguía temblando por dentro, y de repente tuvo la sensación de que la sangre le abandonaba la cabeza, dejándola débil y aturdida.
—Serías una madre fabulosa. Tienes derecho a no desear este bebé, Paula. Pero si lo deseas, no te rindas por miedo, por temor a no poder darle la misma estabilidad que tu madre nunca te dio a ti.
Se levantó del sofá para acercarse a la ventana.
Las olas azotaban la costa, haciéndose eco de la violencia de sus propias emociones.
—Esto no es asunto tuyo, Pedro.
—Muy bien, Paula. Si no quieres quedarte con la niña, cédela en adopción. Hay muchas familias que querrán tenerla —descolgó el teléfono y le tendió el auricular—. Llama a la agencia de adopción y diles que vas a tener un bebé. Pídeles que le encuentren unos padres que aprendan a amar a la hija de Juana de la misma forma que tú la amas.
Paula le arrebató el teléfono y se dispuso a marcar el número, que se sabía de memoria.
Los dedos, sin embargo, se negaban a obedecerla. Con los ojos llenos de lágrimas, comenzaron a temblarle las manos.
Pedro le quitó entonces el auricular y lo lanzó descuidadamente sobre una silla mientras la abrazaba.
—Oh, Paula. Yo no quería hacerte daño… pero no puedo quedarme de brazos cruzados mientras te veo renunciar a un futuro que deseas por un pasado que no puedes cambiar.
—No puedo cambiar quien soy, Pedro. Si lo intentara, todo podría acabar en un desastre. No puedo hacerle eso a una criatura inocente.
—¿Y qué hay de mí, Paula? Cuando todo esto acabe, ¿me echarás de tu vida de la misma forma?
—No seas ridículo.
—A mí no me parece tan ridículo. Tienes miedo de los compromisos, así que dudo mucho de que quieras integrarme a mí en tu vida. De que quieras tener un futuro conmigo, en común.
¿Un futuro en común? En aquel momento Paula no podía pensar en eso. No podía pensar en nada que no fuera en tener aquel bebé.
—Por favor, Pedro. Ahora no puedo hablar ni pensar en compromisos. Mi vida se encuentra en un estado de constante cambio. No puedo pensar en el futuro.
—Y yo no puedo conformarme con menos —la soltó, apartándose—. Me quedaré hasta que nazca el bebé, Paula, a no ser que prefieras que me marche. Yo no soy tan aficionado como tú a las aventuras sin futuro.
—Te quiero a mi lado, Pedro.
—Por el momento —con exquisita delicadeza, le sujetó un mechón de cabello detrás de la oreja—. Y asegúrate de que salgamos a tiempo para el hospital. Sería la primera vez que ayudara a una parturienta a dar a luz —sonrió.
—Apuesto a que lo harías perfectamente, Pedro Alfonso o quienquiera que seas. Apuesto a que podrías hacer todo aquello que te propusieras.
—No. No puedo construir una vida en común con una mujer que tiene miedo de amar —se volvió, disponiéndose a salir de la habitación.
Paula tuvo la sensación de que las paredes se cerraban en torno a ella, amenazando con ahogarla. Lo que realmente deseaba era abrazarlo con fuerza y decirle que lo amaba.
Pero, en lugar de ello, simplemente lo observó marcharse.
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