sábado, 11 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 32




Lo último que quería Paula era marcharse de Summerville y dejar la tranquila vida que se había construido para volver a la guarida del león. Tal vez fuese solo temporal, pero, fuesen a estar en Pittsburgh cinco días o solo uno, cada minuto le iba a parecer una eternidad.


Por eso no se apresuró a hacer las maletas. Se tomó su tiempo en hablar de su ausencia con tía Helena y en buscar a un par de empleados que la cubriesen, para que La Cabaña de Azúcar siguiese funcionado en su ausencia.


Luego pidió ayuda a Pedro para recoger todas las cosas que necesitarían para Dany, aunque fuese para un viaje corto. Estaba segura de que Pedro no tenía ni idea de lo que significaba viajar con un bebé.


Mientras decidía qué ropa llevarse, le encargó recoger la ropa y los juguetes de Dany, que se asegurase de que tenían suficientes pañales y
toallitas, biberones y leche. Mantas, patucos, sombreros, crema solar y más cosas.


Paula fue añadiendo cada vez más cosas a la lista y ocultó su diversión al ver que Pedro empezaba a protestar y le recordó que ir a Pittsburgh había sido idea suya, y que podían evitarse todo el lío si Dany y ella se quedaban en Summerville.


Cada vez que mencionaba la posibilidad de cancelar el viaje, Pedro apretaba la mandíbula y seguía recogiendo cosas de Dany en silencio.


A la una del día siguiente, ya que Paula no había conseguido posponer el viaje más, estaban preparados para salir. Dany estaba en su sillita, dando patadas y mordiendo sus llaves de plástico mientras Pedro esperaba al lado de
la puerta del copiloto. Unos pasos más allá, en la acera, estaban Paula y tía Helena, agarradas de las manos.


–¿Estás segura de que quieres hacerlo? –le preguntó su tía en voz baja.


Estaba segura de que no quería hacerlo, pero no podía decirlo, en parte porque había accedido a acompañar a Pedro y, en parte, porque no quería que su tía se preocupase.


–Estoy segura –mintió–. Estaré bien. Pedro solo quiere presentarle a Dany a su familia y ocuparse de unos negocios familiares. Volveremos al final de la semana.


Tía Helena arqueó una ceja.


–Eso espero. No dejes que se te lleven otra vez, cariño –añadió–. Ya sabes lo que ocurrió la última vez. No permitas que suceda de nuevo.


A Paula se le hizo un nudo en el estómago, tan grande que casi no podía tragar. Abrazó a su tía con fuerza y esperó a poder hablar.


–No lo haré –le prometió, conteniendo las lágrimas.


Cuando por fin se sintió con fuerzas de soltar a su tía, se giró hacia donde estaba Pedro. Aunque sabía que estaba deseando emprender el viaje, su expresión no revelaba qué pensaba o sentía en esos momentos.


–¿Lista? –le preguntó con naturalidad.


Ella solo pudo asentir antes de subirse al coche. 


Cerró la puerta y se abrochó el cinturón de seguridad mientras él daba la vuelta al vehículo.


Paula bajó la visera que tenía delante y utilizó el espejo para comprobar que Dany estaba bien e intentó ignorar la arrolladora presencia de Pedro detrás del volante.


¿Cómo se le podía haber olvidado lo pequeños que eran los coches?


Incluso aquel Mercedes espacioso le resultaba tan pequeño que casi no podía ni respirar.


Pedro se abrochó el cinturón, metió la llave en el contacto y el motor cobró vida. En vez de poner el coche en movimiento inmediatamente, se quedó allí sentado un momento. Paula se giró a mirarlo.


–¿Ocurre algo? –le preguntó.


Tal vez se le hubiese olvidado algo, aunque eso era difícil, dado que solo les había faltado meter en la maleta el fregadero de la cocina. Ya no cabía nada más en el maletero ni en el asiento trasero.


–Sé que no quieres hacer esto –le dijo él, mirándola a los ojos–, pero todo va a ir bien.


Ella le mantuvo la mirada unos segundos y notó que se le volvía a hacer el nudo en la garganta. Luego asintió antes de volver a mirar hacia delante.


Estaba completamente segura que aquella visita a la familia de Pedro solo podía terminar en desastre.



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