sábado, 11 de enero de 2020

HEREDERO OCULTO: CAPITULO 33





El viaje a Pittsburgh fue mucho más rápido de lo que a Paula le habría gustado. Antes de que se diese cuenta, estaban recorriendo el largo camino que llevaba a la mansión de los Alfonso.


El corazón se le aceleró y notó que se le revolvía el estómago, y le dio miedo ponerse a vomitar.


«No vomites, no vomites, no vomites», se repitió a sí misma, respirando hondo y rezando por que le funcionase el mantra.


Pedro detuvo el coche delante de la enorme puerta de la cochera y, unos segundos después, apareció un joven que abrió la puerta del copiloto y le tendió una mano a Paulaa para ayudarla a salir. Luego abrió la puerta trasera para que esta pudiese ver a Dany. Era evidente que Pedro había llamado para avisar a su familia de su llegada.


Pedro fue a la parte trasera del coche y abrió el maletero, luego le dio las llaves al chico.


–Traemos muchas cosas –le dijo, sonriendo de medio lado–. Súbelo todo a mis habitaciones.


Paula abrió la boca para corregirlo. Pedro solo había llevado una bolsa de viaje y el resto de cosas que había en el coche eran de Dany y de ella. Y no tenían nada que hacer en las habitaciones de Pedro.


Pero este debió de verla venir, porque le puso el dedo índice en los labios para que no hablase.


–A mis habitaciones –repitió en voz baja, para que solo ella pudiese oírlo–. Dany y tú os alojaréis conmigo mientras estemos aquí. Y no rechistes.


Ella volvió a abrir la boca para hacer precisamente eso, rechistar, pero él se lo impidió con un rápido beso.


–No rechistes –repitió con firmeza–. Será mejor para todos. Confía en mí, ¿de acuerdo?


Pero, desde su divorcio, Paula no quería confiar en él ni escucharlo ni tampoco creer lo que le decía.


Pero lo cierto era que confiaba en él. Estaría incómoda compartiendo habitaciones con él, pero teniendo en cuenta dónde estaban dichas habitaciones, en la temida mansión de los Alfonso, tal vez fuese más seguro que estar sola
en otra habitación. Además, como durante su matrimonio habían vivido en las mismas habitaciones, al menos el lugar le resultaría familiar.


–De acuerdo –murmuró.


–Bien –respondió él contento antes de sacar a Dany de la sillita y apretarlo contra su pecho–. Ahora vamos a presentarle a nuestro hijo al resto de su familia.


Paula volvió a sentir náuseas al oír aquello, pero Pedro le tomó la mano y el calor de sus dedos la tranquilizó. O casi. Todavía estaba muy nerviosa cuando entraron en la casa.


El suelo de la entrada principal brillaba como el del vestíbulo de un gran hotel. La lámpara de araña estaba encendida y, en el centro, encima de una mesa de mármol, había un enorme arreglo floral. Detrás estaba la escalera que llevaba al segundo piso.


Todo estaba igual que cuando Paula se había marchado. Incluso las flores eran las mismas. Eran otras, por supuesto, porque Eleanora las hacía cambiar todos los días, pero se trataba del mismo tipo de flores, de los mismos colores, del mismo arreglo.


Había estado fuera de allí un año. Un año en el que toda su vida había cambiado, pero si en aquella casa no habían cambiado ni las flores, no cabía la esperanzada de que nada, ni nadie, lo hubiese hecho en aquella mansión.


No llevaban abrigos, así que el mayordomo que les había abierto la puerta fue hacia un lado de la escalera, a avisar a la señora de su llegada. Unos segundos después, el hombre volvió para ayudar al joven que estaba subiendo el equipaje a las habitaciones de Pedro.


En cuanto hubieron desaparecido ambos en el piso de abajo, Eleanora salió de su salón favorito.


Pedro, querido –saludó a Pedro, solo a Pedro.


A Paula se le aceleró el corazón al oír la voz de su exsuegra y rezó en silencio para tener fuerza y paciencia para soportar aquella agonizante visita.


Su exsuegra iba vestida con una falda y una chaqueta color beis y una camisa blanca, conjunto que debía de costar más de lo que ella ganaba en La Cabaña de Azúcar en todo un mes. Tenía el pelo castaño y un perfecto corte bob, e iba a adornada con pendientes, collar, broche y anillo de diamantes, todos a juego. Eleanora Alfonso jamás se pondría una circonita ni nada parecido.


–Madre –respondió Pedro, inclinándose para darle un beso en la mejilla–. Quiero que conozcas a tu nieto, Daniel Pedro.


Eleanora hizo una mueca que Paula sospechó que quería que fuese una sonrisa.


–Encantador –comentó, sin molestarse siquiera en tocar al niño. Se limitó a mirarlo de los pies a la cabeza.


Paula se puso tensa, ofendida en nombre de su hijo, aunque pronto la miraría a ella y podría ofenderse por sí misma.


–No sé en qué estabas pensando –espetó Eleanora–, ocultando a mi hijo la existencia de este niño durante tanto tiempo. Deberías habérselo dicho en cuanto te enteraste de que estabas embarazada. No tenías ningún derecho a quedarte con un heredero de la familia Alfonso. «Ya ha empezado», pensó Paula, nada sorprendida. Tampoco se sentía ofendida, aunque sabía que en cierto modo tenía motivos. Probablemente porque la reacción de Eleanora a su reaparición era la esperada.


–Madre –replicó él en un tono en el que Vanessa jamás lo había oído hablar.


Paula se giró a mirarlo y le sorprendió verlo tan enfadado.


–Ya hablamos de esto cuando te llamé –continuó él–. Las circunstancias del nacimiento de Dany son solo asunto de Paula y mío. No permitiré que la insultes mientras esté aquí. ¿Entendido?


Paula vio sorprendida cómo Eleanora apretaba los labios.


–Entendido –respondió–. La cena se servirá a las seis en punto. Os dejaré que os instaléis. Y por favor, recordad que en esta casa nos arreglamos para cenar.


Miró a Paula con desprecio y se dio la media vuelta para marcharse.


Paula dejó escapar un suspiro y murmuró:
–Ha ido bien.


Pretendía decirlo en tono sarcástico, pero Pedro solo sonrió.


–Te lo dije –comentó, levantando a Dany un poco más–. Vamos a deshacer las maletas. Creo que a Dany le vendría bien una siesta.


Ella alargó la mano para acaricia la cabeza de su hijo.


–No debería estar muy cansado, ha dormido en el coche.


Pedro sonrió.


–No me había dado cuenta.


Ella rio, no pudo evitarlo. Aquel era el Pedro que había conocido cuando habían empezado a salir: divertido, amable, considerado… y tan guapo que le cortaba la respiración.


Sintió calor cuando le dio la mano y echó a andar escaleras arriba.


¿Cómo podía sentirse tan bien estando tan cerca de Pedro al mismo tiempo que se sentía tan mal estando en aquella casa?




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