jueves, 24 de diciembre de 2020

SIN TU AMOR: CAPITULO 21

 


La vista sobre el océano Índico era amplia e increíble, y había una total privacidad. Los muebles eran tallados y todo rebosaba comodidad. Sin embargo, ella se sintió embriagada al ver la enorme cama.


Aún no era mediodía, pero como si eso le importara a Pedro. Quitó la hermosa colcha blanca dejando únicamente las sábanas de algodón. Después, la miró a los ojos.


–¿Qué me dices, Paula?


–Digo que aún tienes mucho de pirata, Pedro –contestó sin poder evitar una sonrisa–. Te echo una carrera hasta el mar.


Paula abrió la puerta y corrió por la arena directa al agua sin importarle que los pantalones cortos y la camiseta quedaran empapados. A su espalda, oyó la risa de Pedro.


Haciendo caso omiso del agua que chorreaba de su ropa, regresó a la cabaña y se quitó la ropa antes de sacudirse la arena de los pies para no arruinar la blancura de las sábanas. La cama era cómoda e irresistible. Cerró los ojos, extendió los brazos y disfrutó de la suave brisa que acariciaba su húmeda piel.


Unas manos tiraron de sus tobillos hasta que los pies quedaron colgando del borde de la cama. Abrió los ojos y se encontró con la mirada azul glacial que le sonreía.


–Esto es a lo que estás acostumbrada, ¿no? –las manos de Pedro se deslizaron por las piernas generando un calor inmediato–, a que tus pies cuelguen del borde de la cama.


–Pero en ésta no cuelgan.


–No –Pedro la levantó en vilo y la tumbó en el centro de la cama antes de separarle las piernas hasta dejarla dispuesta como una estrella de mar.


Hipnotizada por su mirada, ella le dejó hacer.


–Son enormes –él deslizó un dedo por el pie–. Si fueran más pequeños no te sujetarían.


Paula soltó una carcajada. Tenía razón.


–Tus pies son perfectos. Tus piernas son perfectas. Nadie podría resistirse a esta sedosa piel, y tu cintura es estrecha… –deslizó una mano sobre las costillas–. Te crees una gigante, pero en realidad eres frágil –los dedos descendieron más–. ¿Cuándo te hicieron esto?


La cicatriz. Los dedos de Pedro acariciaban la cicatriz. El placer que había sentido Paula desapareció de golpe y tuvo que obligarse a reprimir la oleada de pánico que la asaltó.


–No soy frágil –se puso de rodillas. Sólo se le ocurría un modo de evitar la pregunta.


Pedro ya se había desnudado y estaba completamente excitado, por lo que no le resultó difícil distraerle. Los besos lo conseguirían, la química era sublime. Y en ese instante desapareció la última de sus reticencias. Aquello no era más que un revolcón de fantasía y se negaba a que el pasado destruyera el momento.


Permitió que su cabeza y sus hombros colgaran sobre el borde de la cama y los cabellos llegaran hasta el suelo mientras Pedro la tomaba. Los brazos cayeron hacia atrás, como si estuviera volando. Con sus largas piernas le rodeó la cintura y él le ancló el íntimo núcleo a la cama. Estaba anegada en sudor y con la parte inferior del cuerpo pegada a él y aun así se sentía libre.


–Increíble –gruñó él–. Eres increíble.


A continuación le agarró la mano y tiró de ella para que todo su cuerpo estuviera sobre el colchón. Casi sin aliento, Paula se sintió enloquecer de dicha. Pedro se acercó a la mesa y cortó una rodaja de piña. Le acercó un trozo a la boca para que la saboreara. El jugo era a la vez dulce y ácido y ella se lo comió mientras él lamía el jugo que había quedado en su mano, pero ella le agarró la mano y lo imitó, provocándole una gran excitación. Había vaciado su mente de todo contenido salvo el deseo animal de yacer con él. Era todo sensualidad sin ninguna reflexión.


–Otra vez –Paula posó la cabeza sobre la almohada sin quitarle los ojos de encima a Pedro.


–Será un placer.


–Un gran placer –ella cerró los ojos.




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