EL VIAJE en tren desde Sídney a Gosford fue muy agradable. Nada más salir de la ciudad, el tren se había vaciado y había conseguido un asiento en la parte superior, del lado derecho. Después de pasar por el río Hawkesbury, las vías seguían el trazado del agua, zigzagueando a capricho y ofreciendo al viajero las vistas más turísticas y relajantes. Pero Pedro tampoco estaba cansado. Esa era la ventaja de viajar en primera clase. Podía subirse a un avión y llegar a su destino totalmente renovado y listo para cualquier cosa.
Cualquier cosa…
Eso debía de ser lo que esperaba ese día. Las fiestas no eran precisamente su pasatiempo favorito. No le gustaba beber alcohol y esas conversaciones vacías le ponían de mal humor. Sin embargo, esa vez no había podido negarse a asistir al cuarenta aniversario de bodas de sus padres.
Quería mucho a su madre y no quería hacerle daño por nada del mundo. Su padre, en cambio, estaba hecho de otra pasta. Era difícil querer a un padre que le había rechazado cuando solo era un niño… Pero Pedro lo había intentando con todas sus fuerzas y recientemente se había dado cuenta de que lo había logrado. Unas semanas antes su madre le había llamado para decirle que su padre había tenido un amago de infarto y en ese momento había comprendido por fin lo mucho que le quería. Por primera vez había entendido que su padre podía morir… Y se había llevado un gran alivio al saber que no había sido nada serio.
No obstante, no era capaz de superar lo que su padre había hecho tantos años antes. Afortunadamente, por aquel entonces tenía a su abuelo. Si no hubiera sido por él, las cosas podrían haberle salido muy mal.
Probablemente se hubiera ido de casa y habría terminado viviendo en la calle.
A lo mejor hubiera acabado en la cárcel… Se había sentido tan mal después de la muerte de su hermano. Mal, confuso, furioso…
Sí. Se había puesto furioso. A veces, cuando recordaba los años de instituto, se sentía culpable… Se había comportado tan mal, con mucha gente, con Paula… Con ella había sido despreciable… Pero eso era por lo mucho que le gustaba. Había sido cruel con ella, pero por aquel entonces, sentir algo por alguien le daba mucho miedo. No quería sentir nada por nadie, no quería quererla, ni necesitarla. Y la había apartado de su vida, desde el primer momento, desde aquel día en que había llamado a la puerta de su casa y le había invitado a jugar con ella…
Pero la chica no solía aceptar un «no» por respuesta. Siempre había sido testaruda, con una voluntad de hierro. Al final, no obstante, había captado el mensaje por fin y había dejado de invitarle a salir a jugar. Y qué rabia le había dado entonces… Se había comportado como un niño malcriado. Si ella hacía algo, él tenía que hacerlo mejor. Por desgracia, siempre les ponían en la misma clase, la clase de los listos, así que ignorarla del todo había sido un poco difícil. Pero él lo intentaba con todas sus fuerzas. Y más tarde, en el instituto, habían vuelto a terminar en la misma aula.
Lo peor aún estaba por llegar, no obstante. Durante ese primer año de instituto, ambos habían madurado mucho. Paula se había convertido en una chica preciosa, mientras que él había pasado a ser un jovenzuelo flacucho cargado de hormonas incontrolables. Y así había empezado a pensar en ella como un loco, lo cual le había hecho comportarse todavía peor.
Pedro esbozó una sonrisa. ¿Cómo hubiera reaccionado de haber sabido lo mucho que fantaseaba con ella en el instituto? Tampoco era que quisiera decírselo. ¿Qué sentido tenía? Ella le había dejado muy claro a lo largo de los años que no le soportaba. Y tampoco podía culparla. Él había sido quien había empezado con las hostilidades.
Esa era una de las muchas cosas de las que se arrepentía. Paula siempre había sido una chica encantadora, aunque un poco mimada, pero nunca había merecido que la trataran tan mal. Y tampoco se merecía que Jeremías Heath la engañara. Decirle la verdad sobre aquel bastardo era algo de lo que no se arrepentía. Ella lo había pasado mal, pero por lo menos le había evitado un sufrimiento mayor. El tipo nunca la había querido; solamente la usaba como coartada.
Se preguntaba si ella estaría en la fiesta ese día… Quería verla y charlar un rato quizá… Su madre le había dicho por teléfono que había tardado mucho en recuperarse de la infidelidad de Jeremías… Al parecer, esa era la historia que había contado para explicar la ruptura del compromiso.
Los profesores del instituto no habían sido los únicos que se habían llevado una gran sorpresa al enterarse de que no iba a ir a la universidad. Él también se había quedado de piedra y recordaba habérselo dicho… Después de todo, siempre había sido tan lista como él.
Pedro se rio para sí, reconociendo la arrogancia en sí mismo. Por lo menos él no era de los que iban por ahí haciendo alarde de sus logros. Bianca solía decirle que era más bien de los silenciosos, los fuertes…
El corazón de Pedro se encogió. Siempre le ocurría al pensar en Bianca.
Algún día, quizá, lograría superar su muerte. El recuerdo estaba demasiado fresco… Aún le dolía. Pero había algo de lo que sí estaba seguro, no obstante… Nunca volvería a Brasil. Esa parte de su vida había terminado.
Seguiría viviendo y trabajando en Australia durante un par de años, pero no en Central Coast. Allí no había industria minera y, además, nunca se sentía cómodo pasando tiempo en casa.
Lo mejor era establecerse en Darwin, donde ya tenía un apartamento en el que pasaba unas cuantas semanas todos los años. Su familia, no obstante, no sabía nada de eso. Si les decía que veraneaba en Australia todos los inviernos, sin duda se enfadarían con él porque no iba a visitarles, ni les había invitado a su casa… Su madre se hubiera enojado más que nadie… Pero pronto tendría que decirles algo, aunque tampoco podía contarles toda la verdad.
Durante las dos semanas anteriores, había terminado de atar todos los cabos sueltos en Río. Le había dejado su casa a la familia de Bianca. No quería tener ningún recuerdo… Lo único que se había llevado consigo había sido la billetera, el pasaporte, los teléfonos y la ropa. Mientras esperaba en el aeropuerto, se había comprado algo de ropa de invierno en una de las boutiques y también se había cortado el pelo casi al cero. Se había acostumbrado a tenerlo así desde su paso por el hospital el año anterior. Una de las enfermeras le había obligado a cortarse esa melena rebelde.
De repente el tren se paró en la estación de Point Clare, devolviéndole al presente. Estarían en Gosford en unos minutos. ¿Quién iría a recogerle? No sería su padre. A lo mejor Melisa… O Leo, el marido de Melisa. Sí, probablemente sería Leo.
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