domingo, 13 de diciembre de 2020

EL PRECIO DEL DESEO: CAPITULO 23

 


Paula tomó el desayuno, se duchó y se vistió en un tiempo récord.


Sacó el teléfono y se puso a hacer fotos del cuarto de baño y de la habitación de huéspedes. Una vez quedó satisfecha con las instantáneas, se dirigió a la cocina, esperando encontrarse allí a Pedro, desayunando. Pero él no estaba…


Frunció el ceño. A esas alturas ya debía de haberse duchado y vestido. Pero tampoco estaba en el salón… La puerta de su dormitorio seguía cerrada, así que era posible que todavía estuviera allí, pero no estaba dispuesta a ir a buscarle. En vez de eso, regresó a la cocina, tomó otras dos fotos más y volvió al salón, donde hizo otra instantánea más de una sección de la estancia, tomando solamente los sofás y las alfombras.


Después se dispuso a salir al balcón para fotografiar la espectacular vista del puerto. Salió… y allí se encontró a Pedro, desayunando tostadas y café. Sí se había duchado, pero no se había afeitado y parecía una especie de pordiosero playero, con una fina barba en el mentón y unos pantalones cortos deportivos de un color chillón.


Era un pordiosero playero muy sexy, no obstante…


–¡Aquí estás! –exclamó él, intentando no mirarle demasiado el pecho.


Estaba siendo deliberadamente provocativo… Tampoco hacía tanto calor ese día. De hecho, hacía más bien frío, con la brisa marina que llegaba de la bahía.


–¿No tienes frío? –le preguntó en un tono un tanto afilado.


–Yo nunca tengo frío –le dijo él, mirándola de arriba abajo–. Los amantes de la Naturaleza son tipos duros y curtidos. Haciendo fotos para tu madre, ¿no?


–Se lo prometí anoche.


–Sí. Te oí. Tu madre y tú estáis muy unidas por lo que veo. ¿Es por eso que todavía vives con ella?


–No tenía intención de hacerlo, pero tampoco tenía intención de ser madre soltera. Una vez tomé esa decisión, la idea de quedarme en casa cobró un nuevo sentido.


–Pero no vas a ser madre soltera. No por ahora. Yo te ayudaré.


–Vamos, Pedro, aunque las cosas salgan bien, y me quede embarazada de ti, todavía seguiré necesitando la ayuda de mi madre. Tú no vas a estar la mayor parte del tiempo. No es parte del trato. Estarás por ahí, trabajando en algún rincón recóndito de la Tierra y solo vendrás a casa por Navidad. Además, me gusta vivir con mi madre. Somos buenas amigas.


–Entiendo Muy bien. Sigue con tus fotos entonces –le dijo y guardó silencio.


Paula quiso contestarle, pero se mordió la lengua. Hizo un montón de fotos más. En otras circunstancias, hubiera hecho algún comentario que otro sobre las vistas, pero no tenía ganas de hablar de trivialidades en ese momento. ¿Por qué se dejaba provocar tanto? Él siempre conseguía sacarla de sus casillas. Y por algún extraño motivo sospechaba que tenía el mismo efecto en él. Era una pena… dada la situación. Si habrían podido llegar a ser buenos amigos, las cosas habrían sido mucho más fáciles.


«Depende de ti, Paula.», le dijo la voz del sentido común. «No esperes que él dé el primer paso para terminar con las hostilidades. Los hombres no suelen hacerlo. Suele ser la mujer la que busca hacer las paces cuando una relación se pone difícil».


Dejó de hacer fotos y se volvió hacia él de golpe.


–Creo que a lo mejor cometí un gran error aceptando tu oferta –le dijo, sin haber pensado bien lo que iba a decir.


Pedro se puso en pie de un salto.


–¿Qué?


–Ya me has oído.


–Te he oído, pero no entiendo por qué cambias así de idea. Tú fuiste quien se puso en contacto conmigo, Paula, y no al revés.


Paula empezó a sentir el rubor en las mejillas.


–Lo sé. Supongo que estaba un poco desesperada.


Pedro apretó los dientes y trató de guardar la compostura. Si pensaba que iba a dejarla ir así como así, estaba muy equivocada.


–¿Por qué dices que cometiste un gran error aceptando? –avanzó hacia ella y le puso las manos sobre los hombros.


Ella agarró el teléfono rápidamente y lo sujetó contra el pecho, como si tuviera miedo de tener contacto físico con él.


–Creo que no es buena idea que seas el padre de mi hijo. Eso es todo. Las cosas se complicarían mucho.


–¿De qué forma?


–A lo mejor cambias de idea respecto al grado de implicación que quieres tener. A lo mejor… Oh, no sé qué podrías hacer exactamente. Solo quiero que mi hijo tenga una vida segura y feliz. No quiero que haya conflictos de ninguna clase.


–Bueno, evidentemente no habrá conflictos de ninguna clase si no tienes un bebé. ¡Y probablemente pase eso si te vas corriendo ahora!


–En la clínica me dijeron que solo tenía que ser paciente.


–La clínica tiene intereses económicos muy poderosos.


–¡Lo que acabas de decir es muy cínico y cruel!


–Es que yo soy cínico y cruel.


–Es que no lo entiendes –dijo ella, conteniendo un sollozo.


Pedro se dejó ablandar. No quería hacerla llorar. Solo quería aplacar sus temores y hacer que se quedara con él. La idea de verla marchar todavía le llenaba de miedo.


–Sí que lo entiendo. Sí… Tienes miedo de que yo interfiera en tu papel de madre, aunque te haya prometido que no lo haré. Has perdido la confianza en los hombres, y eso me incluye.


–¿Pero cómo voy a confiar en ti si ya no te conozco?


–Ah. Ya volvemos con eso.


–Creo que es lógico que contestes a unas cuantas preguntas si vas a ser el padre de mi hijo.


Pedro no pudo negarlo.


–Muy bien. Dispara.


Ella arrugó los párpados.


–¿Me dirás la verdad?


–Palabra. Pero solo si me prometes que no te irás.


Paula lo pensó un instante y decidió que no iba a dejar que Pedro la apabullara. Había sido una locura ir hasta Darwin sin pensar bien las cosas.


Una gran locura que no era propia de ella… Pero estaba tan desesperada…


–Me reservo el derecho a irme si me doy cuenta de que no hay madera de padre en ti –le dijo con firmeza.


–Creí que eso ya te había quedado claro anoche –le contestó él con una sonrisita.


Ella se ruborizó. De nuevo.


–¿Me lo tienes que recordar?


–No hay de qué avergonzarse. Bueno, ¿por qué no le envías esas fotos a tu madre mientras yo me visto? Después nos vamos.


–Pero ibas a contestar a mis preguntas.


–Puedes caminar y hablar al mismo tiempo, ¿no? Las mujeres siempre dicen que son multifacéticas.


Paula sintió ganas de darle un puñetazo y de besarle al mismo tiempo.


–¿Es que me tienes que tomar el pelo todo el tiempo?


Él sonrió.


–Desde luego. Te encuentro muy sexy cuando te enfadas.


–Bueno, en ese caso no es de extrañar que quisieras convertirme en tu esclava sexual durante el resto de mi vida –le dijo, taladrándole con la mirada–. ¡Porque llevo enfadada contigo desde el primer día!


Él trató de no reírse, pero no pudo evitarlo. Ni ella tampoco. Al principio, solo fue una mueca, pero entonces le empezó a temblar el mentón.


Un segundo más tarde los dos se reían a carcajadas.




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