miércoles, 11 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 3

 


Bajó del coche y cruzó la calle hasta el islote. Un anciano que estaba delante de ella tropezó en el primer escalón y Paula lo sujetó por el brazo. De niña y adolescente cruzaba la calle justamente por aquel sitio, casi siempre para ir a refugiarse a la librería. Había que subir tres escalones, dar cinco pasos y bajar otros tres para llegar al otro lado. El hombre le dio las gracias sin mirarla y apretó el paso.


—Me has aguado la fiesta —le murmuró alguien a Pau. Y luego se dirigió al hombre—: Un día de éstos te sentarás conmigo y pasaremos el día juntos, Boyd —la anciana se volvió hacia Paula—. El único entretenimiento que tengo ahora es ver tropezar a Boyd en el mismo escalón cada día. Aunque ahora que has vuelto, Paula Chaves, confío en que las cosas se animen un poco.


—¡Señora Lavender! —Paula sonrió sin poderlo evitar. La señora Lavender había sido la dueña de la librería, y su amiga—. Se conserva tan bien como siempre. Me alegro de verla.


La señora Lavender palmeó el banco para que se sentara a su lado. Paula creyó que se sentiría fuera de lugar, pero no fue así. Indicó la librería con la cabeza, aún sin conseguir mirarla.


—¿La echa de menos?


—Todos los días. Pero me temo que mis viejos huesos ya no dan mucho de sí. Me alegro de que hayas vuelto, Pau.


—Gracias —la sonrisa de Pau se hizo más ancha.


—Siento lo que le pasó a tu madre.


—Gracias —su sonrisa se evaporó.


—Me enteré de que organizaste una misa conmemorativa en Sidney. Entonces estaba en el hospital. Si no, habría ido.


—No importa.


—Claro que importa. Frida era mi amiga.


Paula volvió a sonreír. Según los habitantes más tradicionales de Clara Falls, Frida no era todo lo respetable que debiera, pero ciertamente no carecía de amigos. A la misa había acudido mucha gente.


—Este sitio no ha sido el mismo desde que te fuiste.


—Estoy segura —afirmó Paula riéndose.


—Hiciste lo correcto: marcharte —dijo la anciana mientras la examinaba con sus ojos oscuros, que se habían vuelto astutos con la edad.


No, no había hecho lo correcto. Su marcha había provocado de modo indirecto la muerte de su madre. Se fue y juró que no volvería, y su madre se quedó destrozada. Ella sería responsable de aquello hasta el fin de sus días, y Pedro también. Si hubiera creído en ella, como le había jurado que hacía, no habría tenido que marcharse.


«¡Basta!», se dijo Paula. No había vuelto a Clara Falls para vengarse. Quería que su madre se sintiera orgullosa de ella. Salvaría la librería y se la vendería a alguien que no fuera Gaston Sears; luego se marcharía para no volver.


—Siempre fuiste una buena chica, Paula. E inteligente.


No lo había sido al creer en las promesas de Pedro. Pau negó con la cabeza para desechar aquella idea. La señora Lavender le sonrió.


—¿Cuánto tiempo vas a quedarte?


—Doce meses —tenía que ponerse un límite para conservar la cordura. Había calculado que en un año la librería estaría a salvo.


—Me parece que ya es hora de que vayas a trabajar —dijo la señora Lavender mientras señalaba la librería—. Creo que tienes mucho que hacer.


Paula siguió la dirección que le indicaba la mano de la anciana y comprendió por qué había una camioneta aparcada enfrente de la librería. Se le tensaron todos los músculos. Las pequeñas reparaciones del edificio tenían que haberse terminado la semana anterior. Así se lo habían asegurado en la empresa que contrató Ricardo. Y en aquellos momentos estaban sustituyendo el rótulo con el nombre de la librería «El mundo de ficción de Frida», por el de…. «¡El tugurio de Paula!».




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