miércoles, 11 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 2

 


Paula volvió a Clara Falls dos semanas después a plena luz. Y tuvo que tomar la calle principal porque un enorme contenedor de escombros bloqueaba el callejón que llevaba al aparcamiento que había detrás de la librería. Frenó y miró el contenedor. A no ser que se diera la vuelta y saliera huyendo hacia Sidney, tendría que tomar la calle principal y buscar un sitio para aparcar. Tenía la boca seca. ¿Y si se daba la vuelta?


Se sintió tentada. Agarró con fuerza el volante. Había jurado que no volvería. No quería vivir allí ni enfrentarse a los recuerdos que la asaltarían día tras día. Y, desde luego, no quería volver a ver a Pedro Alfonso. No esperaba encontrárselo a menudo. Él la había evitado como los justos evitaban a los pecadores, los ex alcohólicos rechazaban el whisky y los ratones huían de los gatos.


¿Y si se daba la vuelta? Relajó las manos y se echó hacia atrás. No lo haría. Volver a Clara Falls y salvar la librería de su madre era lo correcto. Honraría la memoria de su madre: salvaría la librería, que estaba a punto de quebrar. Haría que Frida Chaves se sintiera orgullosa de ella.


Era una lástima que no lo hubiera hecho un mes antes, un año antes, dos años antes, cuando habría servido para algo. La invadieron la culpa y los remordimientos y sintió en la boca el sabor de la bilis. Se arrepentía de no haber vuelto cuando su madre estaba viva, de no haberle dicho todo lo que debería. Le remordía la conciencia por que se hubiera muerto. ¿Creía de verdad que salvar la librería y rezar para obtener el perdón iba a cambiar las cosas?


«¡No pienses en ello!». No era el momento ni el lugar.


Salió del callejón marcha atrás y se encaminó a la calle principal. Se detuvo en un paso de peatones y miró a su alrededor. Se le cortó la respiración: había olvidado lo bonito que era aquello. Clara Falls era uno de los principales centros turísticos de las montañas Azules australianas.


Avanzó por la calle y el miedo fue retrocediendo ante la emoción. A la carnicería y al pequeño supermercado les habían hecho un lavado de cara. En el amplio islote central de la calle, donde antes sólo había cemento, se veían césped, flores y bancos. Pero los numerosos cafés y restaurantes seguían tan animados como siempre.


El pueblo había hecho un arte de atender las necesidades de los forasteros. Tenían fama sus tiendas de artesanía, cafés de estilo bohemio y restaurantes cosmopolitas. Y era muy hermoso.


Esbozó una sonrisa. No pudo aparcar enfrente de la librería porque había una camioneta que ocupaba dos plazas, así que, al llegar al final de la calle, dio la vuelta y la recorrió en sentido contrario. Finalmente aparcó y se recostó en el asiento. Había pasado tanto tiempo tratando de olvidar a Pedro Alfonso que se había olvidado de cosas importantes que debería haber recordado, como la de ser una persona decente.


El sol desapareció de repente de su mundo. Volvió a sentir el sabor a bilis. Su madre siempre le decía que tenía que volver y enfrentarse a sus demonios, ya que sólo entonces hallaría la paz. Tal vez tuviera razón: lo que había sucedido en Clara Falls había ensombrecido toda su vida adulta. Quería paz, a pesar de que no se la mereciera, y en ocho años lejos de allí no la había conseguido.



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