—¿Les has echado un vistazo, Pau? —le preguntó la señora Lavender.
Esta acababa de bajar del escaparate, satisfecha con la nueva exposición.
—Ah, eso —una copia de las cifras de ventas de los tres meses anteriores. Sintió un peso en los hombros la empujaba hacia el suelo—. Son terribles, ¿verdad?
—Hay que darles la vuelta, y deprisa. Pau, esto es grave —dio unos golpecitos con el bolígrafo en el mostrador y, de repente, se le iluminó la cara—. Organizaremos una feria del libro, eso es.
—¿Una feria del libro?
—Tendremos actividades para los niños, lecturas en público de autores locales… Haremos un descuento del diez por cien en la venta de cualquier libro. Conseguiremos que la gente se interese y acuda. ¡Y vaya si salvaremos la librería!
—¿Cree que funcionará?
—Mi querida Paula, tendremos que hacer que funcione. O lo conseguimos o tendrás que decidirte a vender el local al señor Sears.
—¡No! No voy a vendérselo. Organizaremos la feria —respondió ella alzando la barbilla.
Las dos dedicaron el resto de la mañana a componer un anuncio de una página entera para el periódico local. Hablaron de las actividades infantiles. Pau comenzó a diseñar carteles y folletos. Decidieron la fecha: el Día de la Madre, que caía en sábado.
Si la feria no funcionaba… Pau hizo un gesto negativo con la cabeza y decidió no pensarlo.
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