Le había hecho sufrir ocho años antes. Pau se dio cuenta por la palidez de su rostro, por el brillo de sus ojos y por la fatiga que se había instalado alrededor de su boca. Pero se había casado con Fernanda tan deprisa que creyó…
—Maldita sea, Pedro. Sólo iba a estar fuera tres meses.
—¡Tres meses! —se le desencajó la mandíbula—. ¿Dónde fuiste? ¿Y por qué no me lo dijiste?
Su dolor la envolvió hasta dejarla sin respiración. Tuvo que tomar aire para poder hablar.
—Debes entender que estaba muy enfadada porque pensabas que te había engañado.
Él no le había dado la oportunidad de explicarse. La acusó con la ferocidad de un animal acorralado y herido. Incluso entonces, ella supo que se había dejado llevar por la sorpresa y el dolor, por lo inesperado de encontrarla en casa de Hancock.
—Deja de jugar, Paula. Sé que me engañaste con Samuel Hancock —dijo en voz baja.
Pau sintió cómo la ira se apoderaba de ella, seguida de una lúgubre satisfacción. Tenía que mantener a Pedro alejado de ella. Si creía que lo había engañado y que seguía mintiendo ocho años después, era indudable que debía alejarse de él. No iba a revivir el infierno por el que había pasado a causa de Pedro Alfonso. Había tardado mucho en recuperarse. Él no había confiado ni confiaba en ella. La edad no lo había vuelto más sensato.
—¿Acaso importa ya? —preguntó con el tono de voz más gélido que pudo poner.
—Ni lo más mínimo. Entiendo por qué la gente engaña. No es ese el problema. Lo que no entiendo es por qué la gente huye —la apuntó con el dedo—. Lo que no entiendo es por qué te marchaste como lo hiciste.
¿Era mejor una explicación tanto tiempo después que ninguna? Al mirarlo, tuvo la respuesta. Tomó aire y trató de no hacer caso del repentino cansancio que la invadía.
—Esa noche, cuando llegué a casa estaba fuera de mí —se le revolvía el estómago al recordarlo—. Mi madre me calmó y consiguió que, poco a poco, le contara lo que había pasado. ¿Sabías que mi madre no aprobaba nuestra relación? Es gracioso, ¿verdad? Todo el pueblo creía que era yo, la rebelde, la que iba a llevar a Pedro Alfonso por el mal camino.
—Creía que le caía bien a tu madre.
—Y así era, pero creía que éramos demasiado jóvenes para una relación tan intensa. Le preocupaba que dejara en suspenso mis sueños por ti —se daba cuenta de que su madre había tenido todos los motivos del mundo para preocuparse. Paula estaba sobrecogida y agradecida por el amor de Pedro, pues le resultaba increíble que pudiera querer a una chica como ella—. Me rogó que me fuera del pueblo tres meses.
Pedro se había puesto pálido. Paula tragó saliva y prosiguió:
—Me dijo que necesitábamos estar separados durante un tiempo para ver las cosas con perspectiva —y ella se sentía tan dolida y enfadada que quería que Pedro pagara por lo que le había dicho—. Me dijo que, si de verdad me querías, me esperarías. Me fui a casa de mi tía, en Newcastle —alzó la cabeza y lo miró a los ojos—. Pero no me esperaste.
—¿Tratas de echarme la culpa?
—No. Simplemente, digo que no me esperaste.
—¡Creí que te habías marchado para siempre! ¡Que no ibas a volver!
—No te molestaste en buscarme.
—¿Ibas a estar fuera tres meses? Pues no volviste —la señaló con un dedo acusador.
El espacio entre ambos se llenó de reproches y dolor no manifestados.
—El día antes de mi vuelta —dijo Pau tratando de controlar el tono de voz—, me llamó mi madre para decirme que Fernanda estaba embarazada de ti. Y que estabais prometidos.
Pedro se llevó las manos a la cabeza y se dejó caer sobre una silla como si las piernas no lo sostuvieran. Paula se apoyó en la pared, al lado del retrato de su madre.
—Comprenderás que no podía volver después de enterarme.
—¿Por qué no?
—Si lo hubiera hecho, Fernanda y tú no habríais podido arreglar la situación —no era su intención ser arrogante, pero era la verdad. Pedro y ella habrían retomado la relación en el punto en que la habían dejado, en brazos el uno del otro.
—¿Pretendes que me lo tome como un noble gesto de tu parte? —se levantó de un salto.
Su tono la habría intimidado ocho años antes, pero no en aquel momento.
—¿Noble? —lo fulminó con la mirada—. No había nada noble en aquella situación —se separó de la pared—. Pero había un bebé en camino y… y no estaba dispuesta a interferir en eso.
Pedro dobló la cintura, se puso las manos en las rodillas y no dijo nada.
—Pero ¿cómo pudiste hacerlo? —le temblaba la voz—. ¿Cómo te acostaste con mi mejor amiga? ¿Por qué con Fer?
Él se enderezó muy despacio. Su mirada vacía la sorprendió.
—Porque me recordaba a ti. Buscaba a alguien que te sustituyera, y ella fue lo más cercano que encontré.
Paula se quedó sin aliento. Volvió a apoyarse en la pared sin saber qué decir. ¿Qué podía decir? Todo aquello pertenecía al pasado. Era demasiado tarde para Pedro y ella.
El silencio se hizo más pesado. Por fin, Pedro hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Buenas noches, Paula —y se dirigió a la puerta.
—Si le dices a Melly que he traicionado su confianza, le dolerá. No creo que se lo merezca.
Él se detuvo sin volverse. Pareció reflexionar y asintió.
—Tienes razón —dio otro paso, pero se dio la vuelta—. ¿Crees que, si te hubiera dado más tiempo, ella habría confiado en mí?
—Estoy convencida. Quizá todavía lo haga —trató de sonreír y esperó a que él dijera algo. Como no lo hacía, añadió—: Por cierto, ¿sabes que Carmen Sears está buscando trabajo?
—¿Por qué me dices eso ahora? —preguntó él con el ceño fruncido.
—Sería una estupenda canguro para Melisa.
—Pero ella… —se interrumpió.
—Sí, es una chica rebelde —afirmó Pau con una mueca—. Pero parece buena persona. Creí que podía interesarte.
—¿Por qué has tardado tanto en volver? —preguntó él tras mirarla largamente.
—Supongo que por orgullo —contestó ella al tiempo que se encogía de hombros y trataba de parecer despreocupada—. Y porque estaba dolida por lo que pasó. Estaba enfadada con Fer y contigo. Estaba enfadada con mi madre. Quería olvidar. Terminó por convertirse en un hábito —un hábito que había partido el corazón de su madre. Alzó la barbilla—. Buenas noches, Pedro.
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