Lo primero que hizo la señora Lavender el jueves por la mañana fue poner a Paula a cambiar los libros del escaparate, aunque ésta creyó que se trataba de un truco para que no se pusiera nerviosa por la falta de clientes.
—Lleva dos meses sin cambiarse. Y tenemos todos estos éxitos de ventas. Además, pronto será el Día de la Madre.
Ante la mención de ese día, Paula sintió como si un cuchillo se le clavara en el corazón. La señora Lavender debió de darse cuenta, ya que hizo una pausa y le acarició la mano.
—Perdóname, Paula. Ha sido una falta de delicadeza por mi parte.
—En absoluto —tragó saliva—. Soy yo la que no estuve aquí en las ocho celebraciones anteriores. No tengo derecho a compadecerme de mí misma —había enviado flores y telefoneado a su madre, pero no era lo mismo.
Le preparó una taza de té a la señora Lavender y vio que la camioneta de Pedro estaba aparcada en la parte de atrás, con lo que el dolor de su corazón se centuplicó.
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