lunes, 16 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 20

 


—¿Que qué? —Pedro agarró a Paula por los hombros—. ¿Que le pega? ¿Me estás diciendo que la señora Benedict pega a mi hija?


—Me haces daño, Pedro.


La soltó de inmediato y comenzó a pasear arriba y abajo por la habitación.


—Tranquilízate, Pedro, Melly está…


—¿Que me tranquilice? ¿Cómo me dices eso cuando…?


—Melisa está salvo y eso es lo único que importa. Habla con la señora Benedict mañana. Perder los estribos ahora no te servirá de nada.


Paula tenía razón. Tomó aire. ¡Pero se iba a enterar la señora Benedict cuando la pillara!


—Lo importante es averiguar qué es lo mejor para Melisa.


—¡A esa casa no va a volver! —Pedro volvió a tomar aire—. ¿Por eso ha venido aquí por la tarde? ¿Y la has acompañado cada día a casa de la señora Benedict? ¿Y has tratado de convencerla de que me lo dijera?


Paula se quedó callada hasta que terminó de hablar.


—Sí a todo.


—Gracias.


—No hay de qué.


—¿Sabes por qué Mel no quería decírmelo?


—Yo… —vaciló Pau—. ¿Me prometes que vas a dejar de gritar?


—Lo intentaré —masculló él.


—Parece que, como trabajas tanto, a tu madre le preocupa tu bienestar.


—No entiendo adonde quieres ir a parar.


Ella se pasó la lengua por los labios y él trató de no prestar atención a cómo le brillaban… y al deseo que lo asaltó de repente.


—Parece que tu madre le ha dicho a Melly que no te moleste con sus problemas cuando estás tan ocupado.


—Mi madre no te cae bien, ¿verdad?


—Eso no es verdad, Pedro. Es a ella a quien no le caigo bien. Y no la culpo. No creo que le gustara que aquella chica rebelde saliera con su hijo —su madre siempre había sido sobreprotectora—. No me he inventado lo que te he dicho.


Pedro no quería creerla, pero la creyó.


—Y por si te sirve de algo, creo que tu madre tiene buenas intenciones. Es lógico que quiera lo mejor para ti.


—Debería querer lo mejor para Mel —se dejó caer en un taburete.


Su hija necesitaba una mujer en su vida, pero las dos que él había elegido no daban la talla, por lo que la niña se había refugiado en Pau. ¡Qué desastre! Su madre no tenía la culpa, ni tampoco la señora Benedict. Él era el culpable por no haber querido reconocer que Mel necesitaba una mujer joven.


—No pongas esa cara —le reprochó Paula—. No es el fin del mundo. Lo que tienes que hacer es salir de trabajar de aquí con el tiempo suficiente de ir a recoger a Melly a la escuela.


—¡Pero no ha confiado en mí! —estalló él. No había confiado en él, pero lo había hecho en Paula.


—Pues gánate de nuevo su confianza. Llévala el sábado a la montaña rusa. Dile que está tan guapa que parece una princesa y que harás todo lo que te pida.


Pedro la miró fijamente y, sin poder evitarlo, sonrió. ¿Querría salir con ellos el sábado? ¿Querría…? ¡De ninguna manera! Le estaba agradecido por lo que le había contado, pero no hasta ese punto. Aunque Mel necesitara a una mujer joven, Paula Chaves no era la adecuada.


—Quieres que de ahora en adelante me mantenga al margen, ¿verdad? —preguntó Paula.


—Sí —era inútil tratar de negar sus intenciones. Se sentía fatal. No quería herir sus sentimientos, pero no consentiría que hiciera daño a Mel. El corazón se le endureció. —No quiero que te inmiscuyas en la vida de mi hija.


—Muy bien —los ojos de Paula centellearon—, porque no quiero inmiscuirme en nada relacionado contigo.


—No era mi intención expresarme así —no quería que le pasara a Paula lo que a su madre—. Pero me has dicho que sólo te quedarás un año.


—Así es —dijo ella cruzando los brazos.


—Caray, Pau, si sólo vas a estar ese tiempo, no quiero que Mel se encariñe de ti, porque sufrirá cuando te vayas. No lo entenderá.


—Ya te he oído —estaba al borde de las lágrimas.


—Escucha, no entendí las razones de tu marcha hace ocho años, y eso que tenía dieciocho años. ¿Cómo va a hacerlo una niña de siete? —agachó la cabeza y volvió a experimentar el antiguo dolor, la antigua rabia—. ¡Por Dios, Paula! ¡Te marchaste sin decirme por qué!



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