domingo, 15 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 17

 

Una hora después, Pedro entró en la tienda con un ordenador bajo un brazo y la señora Lavender agarrada al otro. Paula trató de moderar la euforia que sintió. El hecho de haber vuelto a Clara Falls no implicaba que Pedro y ella fueran… algo, sino todo lo contrario. Pero… ningún hombre tenía derecho a resultar tan atractivo en vaqueros. Menos mal que no llevaba cinturón, ya que eso haría que dirigiera la mirada a… ¡No! Paula trató de borrar aquella imagen de su cerebro.


Pedro puso el ordenador en el mostrador. Paula lo miró.


—Sé que es evidente, pero ¿qué es eso?


—Es un ordenador que de momento no uso. Te lo presto hasta que compres uno. Esto —dijo sacándose un pendrive del bolsillo— es la información que la recepcionista, a quien no he despedido y que es un lince de la informática, ha conseguido salvar de tu disco duro, que incluye varios archivos borrados hace poco. Espera que sirva para compensar las molestias que te ha causado.


Paula lo miraba incapaz de articular palabra.


—Y ésta —puso las manos en los hombros de la señora Lavender— es la señora Lavender que, si recuerdas, era la dueña de la librería antes que tu madre. Una verdadera fuente de información que no tiene nada que hacer y a quien le encantaría ayudarte un par de horas al día, si te parece bien.


¿Que si le parecía bien? Paula estuvo a punto se saltar por encima del mostrador y abrazarlo.


—Eso me proporcionará un asiento en primera fila para presenciar los acontecimientos. Quiero estar presente cuando al señor Sears se le bajen los humos —dijo la anciana con ojos brillantes.


Paula salió de detrás del mostrador y la abrazó al tiempo que miraba a Pedro.


—No sé cómo…


—¿Cómo está Guadalupe? —le preguntó él.


—Estupendamente —respondió Paula con voz entrecortada, cohibida ante el afecto con que Pedro la miraba—. Está muy bien —Guadalupe había aceptado sus disculpas, se habían bebido la botella de vino y comido el chocolate y habían forjado el comienzo de una nueva amistad.


—Estupendo —dijo él al tiempo que le acariciaba la mejilla con la parte posterior de un dedo—. Tengo que volver al trabajo. Hasta luego.


Cuando se hubo marchado, Paula se dio cuenta de que no había tenido tiempo de darle las gracias ni de rechazar su amabilidad. Se tocó la mejilla que le había acariciado.


—Vamos, Pau. No hay tiempo de pensar en las musarañas.


—¡No estoy pensando en las musarañas!


Esa tarde, antes de cerrar la tienda y acompañar a Melly, llegaron los útiles de pintura. Pedro debía de haber rebuscado en las cajas de Paula hasta encontrar todo lo que necesitaba para pintar el retrato de Frida.



2 comentarios: