¿Drogas? ¡Drogas! Paula comenzó a temblar. ¿El hecho de dedicarse a hacer tatuajes la convertía en una drogadicta o en una narcotraficante? Todo el pueblo boicotearía la librería si esos rumores se extendían. Puso en el escaparate una nota en la que decía que volvería al cabo de cinco minutos, cerró la puerta y cruzó la calle. «Ahora veréis», se dijo. Recordó que tenía que caminar erguida y que valía tanto como cualquiera del pueblo.
Sin detenerse, entró en la panadería del señor Sears con una sonrisa de oreja a oreja y dijo en voz muy alta:
—Hola, señor Sears, ¿cómo está? ¡Qué magnífico tiempo tenemos! Bueno para los negocios. Quiero un trozo de su deliciosa tarta de zanahoria.
El señor Sears la miró furioso desde el otro extremo de la tienda. El resto de los presentes se quedó mudo. Paula fingió examinar lo que había en las vitrinas de los mostradores hasta que llegó a la altura del señor Sears.
—Si se niega a atenderme —le dijo en voz baja para que nadie más la oyera—, voy a montar una escena como nunca se ha visto en Clara Falls. Y lo lamentará, créame —seguía sonriendo.
El señor Sears agarró una bolsa de papel. Seguía mirándola con furia, pero puso un trozo de tarta en la bolsa.
—Mi madre decía que hace usted el mejor pan en varios kilómetros a la redonda —continuó Paula en tono festivo, como si fueran grandes amigos.
Carmen salió de la parte trasera del local.
—Oye, papá, ¿puedo…? —se quedó inmóvil mirando a su padre y a Paula. Tragó saliva y dedicó a ésta una sonrisa desganada—. Hola, Pau.
—Hola —¿Carmen era hija de Gordon Sears?—. Y quiero también una hogaza de pan.
El señor Sears la miró como si quisiera tirársela a la cabeza, pero la colocó al lado de la tarta.
—Es estupendo estar de vuelta —dijo Paula sonriéndole y guiñándole el ojo mientras pagaba—. Que pase un buen día. Y quédese con el cambio —y salió tan campante. Al hacerlo se dio de bruces con Pedro.
—¿Vas a comer? —le preguntó él mientra la sujetaba para que no perdiera el equilibrio.
—Sí. ¿Tú también?
—Sí —le sonrió.
Al hacerlo, Pau sintió una gran añoranza. Retrocedió unos pasos, de modo que él no tuvo más remedio que soltarla.
—Te recomiendo la tarta de zanahoria. Bueno, hasta luego —se alejó con toda la despreocupación que pudo fingir.
Al llegar a la librería, se sentó tras el mostrador y devoró la tarta. Por primera vez en la vida, algo comprado en la panadería del señor Sears no le supo a serrín, sino a gloria.
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