domingo, 15 de noviembre de 2020

VERDADERO AMOR: CAPÍTULO 15

 


El miércoles, a la hora de comer, entró en la librería un grupo de adolescentes. Automáticamente, Pau retrocedió diez años en el tiempo. ¡Por Dios! ¿Había tenido ella ese aspecto tan agresivo? Reprimió una sonrisa. Todos ellos, incluidos los chicos, iban vestidos de negro de la cabeza a los pies. Ellas iban maquilladas de blanco. Los cinco iban cubiertos de piercings. Sus botas Doc Martens resonaban con fuerza en el parqué.


—Si puedo ayudaros en algo, no dudéis en preguntarme.


—Guay —dijo una de las chicas, y se acercó al mostrador con un libro en la mano.


—Vengo todas las semanas a ver este libro. No tengo dinero para pagarlo.


Era un libro sobre arte urbano, de la clase por los que suspiraba Pau a su edad.


—Sabemos que la gente que trabajaba aquí se ha marchado. Si trabajo para ti, ¿cuántas horas tendría que hacerlo para ganarme el libro?


Paula se lo dijo.


—¿Me contratas? Me llamo Carmen. Todavía voy a la escuela, por lo que sólo podría trabajar los fines de semana, pero trabajaré con ganas.


—Me llamo Paula —sintió ganas de abrazar a aquella chica. Era muy probable que ya supiera su nombre, pero le pareció una grosería no presentarse—. Sí, estoy buscando personal que trabaje a tiempo completo o parcial. ¿Cuántos años tienes?


—Dieciséis.


—Me encantaría contratarte, pero necesito la autorización de tu padre o de tu madre.


Los cinco adolescentes bajaron la cabeza. Paula se compadeció de ellos.


—Odio este pueblo —murmuró uno de ellos.


—No hay nada que hacer.


—Y si tienes un aspecto un poco distinto de los demás, creen que buscas problemas.


Paula recordó que ella pensaba igual a su edad.


—Podéis venir cuando queráis a echar un vistazo.


—Gracias —dijo Carmen, pero el brillo de sus ojos había desaparecido—. ¿Es verdad que haces tatuajes?


—Sí —era algo de lo que no se avergonzaba.


—¿Y que pasas droga?


—Probablemente podría conseguirte una aspirina si la necesitaras, pero me temo que nada más fuerte.


—Ya os dije que era mentira —susurró Carmen a los demás.


—Sí, bueno, pero no hay ninguna posibilidad de que mi madre me deje trabajar aquí cuando le lleguen los rumores —gruñó uno de ellos.


El grupo se marchó.





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