miércoles, 4 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 30

 


Paula abrió un ojo, vio la luz que entraba por la ventana y se dio cuenta de que había dormido hasta muy tarde. Seguía doliéndole el pecho, pero los cristales de la garganta habían desaparecido.


Consiguió incorporarse, pero cuando estaba apartándose el pelo de la cara se quedó inmóvil. Pedro estaba tirado en una de las sillas de la cocina, profundamente dormido. ¿Qué hacía allí? Recordaba vagamente haberse levantado para abrir la puerta…


Molly, tumbada a sus pies en la alfombra, lanzó un alegre ladrido al verla. Y Pedro se levantó de inmediato. Paula nunca había visto a nadie moverse con tal rapidez.


—¿Cómo te encuentras?


—Fatal —contestó ella. Pedro sonrió—. Me alegro de que esto te divierta —murmuró Paula, buscando su albornoz.


—¿Dónde vas?


—Tengo que hacer magdalenas.


—No, de eso nada.


Pedro tomó sus pies y volvió a ponerlos sobre la cama. Y Paula estaba demasiado débil como para pelearse con él. De hecho, le costaba trabajo hasta respirar.


—Hoy no vas a levantarte.


—Pero…


—Ordenes del médico.


—¿Ha venido a verme el médico?


—Sí —sonrió Pedro.


No lo recordaba.


—¿Podrías…? ¿Podrías llamar a Luciana y explicarle…?


—Ya lo he hecho.


Paula miró hacia la ventana.


—Pero si no pueden ser ni las ocho de la mañana.


—Las ocho y veinte —dijo él, mirando el reloj.


—¿Y a qué hora la has llamado?


—¿Qué día de la semana crees que es hoy?


—Lunes —contestó Paula.


Pedro negó con la cabeza.


—Has estado muy enferma, cariño.


—¿Cómo?


—Tienes una infección en el pecho.


—¿Qué día es hoy?


—Jueves.


—¡Jueves! —Paula se incorporó, pero le dolía tanto el pecho que volvió a tumbarse de nuevo. ¿Cómo podían haber pasado tres días sin que se diera cuenta?


—Jueves, sí.


—¿Y tú has estado cuidando de mí?


—Eso es.


—Lo siento mucho…


—No pasa nada.


¿Que no pasaba nada? Lo diría en broma.


¿La habría visto desnuda?, se preguntó entonces. Paula se puso colorada.


—Te lo mereces por la bromita de que no eras mi niñera. No deberías tentar al destino.


Pedro sonrió.


—Vas a ser uno de esos pacientes gruñones que protestan por todo, ¿verdad?


—Sé que no te gusta… en fin, siento haberte molestado —murmuró ella.


—Estoy seguro de que habrías preferido estar sana. Pero, como castigo, tengo que pasar los próximos días jugando al ajedrez con la peor jugadora de la historia.


Paula empezó a reír y terminó con un ataque de tos. Él se sentó a su lado, apretando su mano hasta que pasó.


—Bueno, ahora tienes que descansar.


—¿Cuánto tiempo?


—Tres días por lo menos.


—¿Eso es lo que ha dicho el médico?


—Sí.


—Pero no puedo quedarme…


—Claro que puedes.


No, no podía. Pero se le cerraban los ojos y no tenía fuerzas para discutir.


Fabuloso, genial.





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