Durante los últimos tres días se había hecho una rutina. Despertaba temprano, tomaba una taza de café en el porche con Molly, luego hacía magdalenas o galletas y se iba a la tienda de Martin's Gully.
Conoció a Luciana el lunes, recuperada ya de su resfriado, y entendió por qué Pedro la tenía en tan gran estima. Lu Perkins era muy agradable y no tenía ni una mala palabra para nadie. Lu y, Bridget y Paula desayunaban juntas magdalenas y té.
Luego volvía a casa para lavar las bandejas del horno, limpiar la cabaña y leer el periódico. En cuanto algún pensamiento inquietante aparecía en su cabeza, lo apartaba de inmediato. Había decidido que la cuestión de qué iba a hacer con el resto de su vida podía esperar unos días más.
Durante el día era relativamente fácil no pensar en Pedro, pero por las noches… en cuanto caía la noche otra mujer parecía habitar su cuerpo. Una mujer inquieta, voluptuosa, que quería llamar a la puerta de Pedro Alfonso vestida de forma seductora, exigiendo que la dejara pasar. Ningún periódico, ningún proyecto de manualidades, ni las postales que tenía que escribir podían borrar esa imagen de su mente.
Cuando por fin se quedaba dormida, daba vueltas y vueltas en la cama hasta que los gemidos de protesta de Molly interrumpían su sueño. Y despertaba con imágenes eróticas grabadas en su mente.
Pronto, Molly decidió dormir en el suelo para poder pegar ojo. Y Paula la entendía. También ella dormiría en el suelo si eso sirviera de algo.
El sábado por la mañana despertó tosiendo y con un horrible dolor de cabeza. Pero no hizo caso y siguió con su rutina como si no pasara nada.
El domingo por la mañana tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para levantarse. Abrió la puerta para que Molly saliera y volvió a meterse en la cama, tapándose con las mantas hasta la cabeza. Aquel día pensaba hibernar.
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