martes, 3 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 28

 


Pedro se despertó a las dos de la mañana al oír los aullidos de Molly.


—¡Por el amor de Dios! —exclamó, saltando de la cama para abrir la puerta—. Venga, pasa de una vez.


Pero Molly no intentó congraciarse con él dando saltos y lamiendo su mano como era su costumbre. Siguió ladrando y luego giró la cabeza en dirección a las cabañas.


En dirección a la cabaña de Paula.


Podían ser las dos de la mañana, pero Pedro no necesitaba otra señal. Salió al porche… pero se dio cuenta de que estaba completamente desnudo. Volvió a entrar para ponerse una camiseta y unos vaqueros y corrió detrás de Molly, asustado.


«Que no le haya pasado nada, que no le haya pasado nada», rezaba mientras corría detrás de la perra. Los pocos metros que lo separaban de la cabaña le parecieron kilómetros.


Pero la puerta estaba cerrada.


—¡Paula! —la llamó. Si no contestaba, tiraría la puerta abajo—. ¡Paula!


Sus gritos habrían despertado a un muerto. En el interior oyó un gemido y luego pasos… y la puerta se abrió. En cuanto la vio sintió una oleada de compasión y ternura. La pobre tenía un aspecto terrible.


—¿Qué pasa? —murmuró Paula, casi sin voz.


—Cariño, no estás bien —suspiró Pedro, tomándola del brazo para llevarla al sofá. Parecía tan pequeña, tan frágil… Y estaba ardiendo—. Prometo dejar que duermas en cuanto hayas contestado a un par de preguntas.


—Estoy en pijama. Debería ponerme el albornoz…


El pijama consistía en una camiseta con ovejitas saltarinas y un pantalón corto a juego.


Mono, cursi. Y, en otras circunstancias, sexy.


—Te tomaré el pelo sobre el pijama cuando te encuentres bien. Pero ahora dime dónde te duele.


—El pecho. Me cuesta trabajo respirar.


—¿Sufres de asma?


—No —murmuró ella, apoyando la cabeza en su hombro.


—Paula, quiero que abras la boca y saques la lengua.


Paula abrió un ojo y luego movió un dedo delante de su cara.


—Soy médico. Tienes que confiar en mí —sonrió Pedro. No podía creer que hiciera una broma cuando, evidentemente, se encontraba fatal.


Pero, al final, Paula hizo lo que le pedía. Y una rápida mirada a su garganta confirmó lo que ya había imaginado: tenía una seria infección de pecho y garganta.


Necesitaba antibióticos y mantenerse hidratada. Y dormir. Pedro la ayudó a meterse en la cama de nuevo.


—¿Cuándo comiste por última vez?


Paula no contestó porque se había quedado dormida de forma fulminante. Pero vio un bol de sopa sin tocar y sacó sus propias conclusiones.


—No te muevas —le dijo a Molly, que estaba tumbada en una alfombra al pie de la cama.


¿Una alfombra? Sacudiendo la cabeza, Pedro volvió a su casa para tomar un frasco de antibióticos de su maletín. Y la lamparita que había al lado de la cama.


Una vez de vuelta en la cabaña, la obligó a tomar dos pastillas y le puso un paño húmedo sobre la frente. Luego encendió la lamparita, apagó la bombilla del techo y se sentó para hacer vigilia.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario