Paula no volvió a ver a Pedro hasta el viernes. Habían pasado tres días enteros sin verse. Y no porque ella no lo hubiese intentado. Había mirado desde la ventana de su cabaña dos mil veces, mientras su imaginación creaba una serie de fantasías provocativas…
Tres días. Paula intentaba contener su impaciencia, diciéndose a sí misma que Pedro necesitaba tiempo.
Pero el viernes, cuando volvía de visitar a Camilo en Martin's Gully, lo vio dirigiéndose a su cabaña. En su cara había un gesto de total determinación. ¿Por fin se habría dado cuenta de que no tenía sentido escapar?, se preguntó.
Paula salió del coche con las piernas temblorosas.
Pero entonces vio que llevaba un cubo y una fregona en la mano. No iba a buscarla. Y no iba a su cabaña, sino a la siguiente. No tenía la menor intención de tomarla en sus brazos y besarla hasta que perdiera el sentido.
A unos diez metros el uno del otro, se miraron como dos adversarios en una vieja película del Oeste, cada uno esperando que el otro hiciera el primer movimiento.
—Hola, Pedro. ¿Quieres un café?
Él se tocó el ala del sombrero… y se alejó sin decir una palabra.
Paula tuvo que contener las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos. En ese momento veía con toda claridad lo que se había negado a ver hasta aquel momento. Pedro tenía razón. Si no era capaz de entender que un beso no era más que un beso, ¿qué pasaría si se acostara con él? ¿Cómo podría marcharse después de las vacaciones si hubieran hecho el amor?
No podría. No estaba preparada. Y él lo sabía.
Pero, por muchas veces que se dijera eso a sí misma, por mucho que intentara convencerse de que hacer el amor con él sería un error, seguía imaginándolo de todas formas.
Qué difícil veo la cosa, espero que Pedro afloje pronto. Está muy buena esta historia.
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