La velada terminó tarde, pero Paula acompañó a todos los invitados a la salida, feliz al comprobar que la mayoría se marchaba con una gran sonrisa en los labios. Y mejor aún, la señora Vincenza le había informado con gran alborozo que había recibido varias contribuciones muy generosas a lo largo de la noche y la promesa de que aún llegaría alguna otra.
Ver cómo Santa Claus repartía regalos entre los niños había tenido en los corazones de los presentes el efecto que Paula esperaba. Se había fijado en que a más de uno se le habían llenado los ojos de lágrimas durante el reparto de regalos, y en que varios habían acompañado a los niños a sus habitaciones a la hora de irse a la cama.
Aunque no hubiera sido su principal objetivo, Paula esperaba que la fiesta terminara en forma de las adopciones, que hacían tanta falta como las aportaciones.
Ahogando un bostezo con su cartera de mano, observó cómo se cerraba la puerta detrás del último de los invitados momentos, antes de percibir la presencia de Pedro a su lado.
Aunque no le sorprendió haber percibido su presencia antes de verlo siquiera, sí le resultó preocupante. No quería percibirlo. No quería creer que hubieran llegado a estar tan unidos en tan poco tiempo, y menos aún cuando se había pasado las últimas tres semanas evitándolo.
Aunque tampoco podía decirse que hubiera tenido mucho éxito. Había comprendido que Pedro tenía la habilidad de estar presente allí donde ella iba, tanto si ésta quería como si no.
Con todo, tenía que admitir que había sido una baza importante para la fiesta. No sólo había conseguido que los presentes se relajaran hasta el punto de bailar al son de los villancicos, sino que había pasado toda la velada recorriendo el salón estrechando manos, besando mejillas y ensalzando la labor del orfanato al que tachaba de labor benéfica encomiable.
Y lo admiraba por ello. Por preocuparse por el hogar infantil y por hacer que la gala para recaudar fondos hubiera resultado un éxito.
Glendovia era su país, y la había contratado para trabajar para él. Pero parecía saber que se iba a tomar su trabajo organizando labores benéficas muy en serio. Parecía saberlo y, a su manera, parecía importarle.
Aquello la conmovió más que una docena de rosas, un centenar de copas de champán o mil cenas románticas.
Tal vez hubiera cometido un error en la manera de aproximarse a ella invitándola a su cama antes de conocerla, pero desde entonces había rectificado.
Cuando la tomó del codo, sintió el ya familiar hormigueo allí donde su piel entraba en contacto con los dedos de él.
—¿Nos vamos? —preguntó.
Ella asintió y dejó que Pedro le colocara el chal que llevaba sobre los hombros, antes de conducirla hasta la limusina que los esperaba fuera.
Pese a lo tarde que era, un montón de paparazzi aguardaba todavía para sacar las últimas fotos de la familia real a la salida de la gala. Los flashes la cegaban. Se alegró cuando la puerta del coche se cerró tras ella, bloqueando la presencia de los molestos fotógrafos.
Cuando llegaron al palacio, todos se dieron las buenas noches y se dirigieron a sus respectivas habitaciones. Paula les deseó a todos las buenas noches y echó a andar hacia el ala en la que se encontraba su habitación.
—Te acompaño —dijo Pedro, alcanzándola y haciendo que enlazara el brazo con el suyo.
Paula comenzó a decir que no hacía falta que la acompañara, pero se lo pensó mejor al ver que los padres y los hermanos de Pedro no estaban tan lejos como para no oírla. De modo que inclinó la cabeza, aceptó el brazo y murmuró:—Gracias.
Es insistente este Pedro!!! Jajaja
ResponderBorrarAyyyyyyyyyy qué lindos caps!!!!!! Me encanta esta historia.
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