domingo, 18 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 22

 


A su llegada, Paula y Pedro se encontraron con una multitud de fotógrafos, que se habían congregado a las puertas del orfanato. El interior del hogar había sido decorado con motivos navideños para la ocasión. Había un árbol en el vestíbulo de entrada, cubierto con adornos que los niños habían hecho personalmente. Los villancicos flotaban en el aire.


Paula se ocupó de unos detalles de última hora, pero enseguida empezó a mezclarse con los invitados que iban llegando.


La aparición del resto de la familia real causó gran revuelo. La gente empezó a susurrar, entonces volvieron la cabeza y se quedaron todos quietos al paso de los monarcas.


Paula dejó a Pedro con su familia y se dirigió al resto de las habitaciones, a comprobar que todo marchaba según lo planeado.


Parecía que todo iba como la seda. Suspiró y rezó porque no ocurriera ningún incidente que pudiera enturbiar la velada.


Al girarse para inspeccionar el salón principal, localizó de inmediato a Pedro que se acercaba a ella. Con su tremenda e imponente estatura, sobresalía entre la multitud.


Paula sintió como si se quedara sin aire. Le habría gustado poder echarle la culpa al ceñido vestido que llevaba, pero sabía que la culpa la tenía sólo él.


Pedro, que podía hacer que se le detuviera el corazón con sólo mirarla.


Pedro, que hacía que le sudaran las manos y sentir como si tuviera mariposas en el estómago.


Pedro, que quería que cambiara de opinión respecto a lo de no acercarse a él más de lo estrictamente necesario.


«Sé fuerte», se dijo, tragando con dificultad al tiempo que se esforzaba por juntar bien las piernas para que no le temblaran conforme se acercaba a ella.


Cuando por fin la alcanzó, le hizo una pequeña inclinación de cabeza y la tomó de la mano, sin dejar de mirarla a los ojos ni un solo momento.


—Baila conmigo —murmuró suavemente.


Fue más una orden que una petición, a juzgar por su tono de voz y sus modales principescos, pero ella intentó negarse.


—No creo que la música navideña sea la más indicada para bailar —dijo ella, mirando a su alrededor. Aunque había varias parejas bailando.


—Claro que sí.


Pedro ladeó un poco la cabeza, como si estuviera prestando atención a los lentos acordes de un villancico clásico. La sujetó con más fuerza y tiró de ella en dirección al centro de la pista de baile.


—Además, es mi obligación como príncipe dar ejemplo a los demás, y queremos que todos se lo pasen bien esta noche, ¿no? ¿No era eso lo que pretendías para que todos los invitados se mostraran más generosos a la hora de hacer sus aportaciones?


Paula estaba segura, a juzgar por la expresión que vio en su rostro, que disfrutaba mucho pinchándola. Pedro sonrió levemente y unas pequeñas arruguitas aparecieron a ambos lados de sus ojos en su intento por no parecer demasiado divertido.


Podría haber seguido quejándose, pero ya era demasiado tarde. Habían encontrado un espacio vacío en la pista, y Pedro le rodeaba ya la cintura y la estrechaba contra sí.


Extendió la palma en la parte inferior de la espalda de ella, sujetándola en su sitio mientras dirigía sus movimientos en pequeños círculos. Y tal como había previsto, los demás empezaron a bailar al ritmo de los villancicos que sonaban por todo el edificio.


Aquello no formaba parte de los planes de Paula, pero parecía que estaba teniendo un efecto positivo. Paula esperaba que Pedro no se diera cuenta, o tendría que tragarse su orgullo y decirle que tenía razón.


La canción terminó y dejaron de moverse, pero en vez de soltarla, Pedro la retuvo un rato más entre sus brazos, mirándola a los ojos hasta que Paula sintió la boca seca y toda una bandada de mariposas revoloteando en su estómago. El pecho le oprimía tanto que no podía tomar aire profundamente y la cabeza empezó a darle vueltas.


Por un momento, pensó que iba a besarla. Justo allí, en medio de aquel salón abarrotado.


Y le disgustó profundamente darse cuenta de que ella lo esperaba con la boca entreabierta, expectante. Deseosa, incluso.


Sin apartar los ojos de los de ella, se inclinó levemente hasta que ésta pudo sentir el cálido aliento haciéndole cosquillas en el rostro.


—No puedo besarte aquí y ahora como me gustaría, pero te prometo que lo arreglaré antes de que acabe la noche —dijo, inundándola con su voz susurrante y cautivadora.


Le soltó entonces la cintura y sonrió, hizo otra pequeña inclinación y, girándose sobre sus talones, se apartó de ella, como si no acabara de ponerle todos los nervios de punta con sus palabras.


Lo siguió con la mirada mientras trataba de recuperar el control de sus sentidos. Y de sus piernas, que parecían incapaces de moverse, por mucho que su cerebro les ordenara que lo hicieran.


No fue capaz de hacerlo hasta que notó que la gente empezaba a mirarla y, finalmente, rompió el hechizo que Pedro parecía haberle lanzado.


Se dirigió con paso mesurado a la mesa de refrescos. Se sirvió una copa de ponche y bebió lentamente.


Aquello pintaba muy, pero que muy mal. La estaba desgastando poco a poco, minando una a una sus defensas.


Y se temía que no iba a ser capaz de seguir evitándolo mucho más tiempo.



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