domingo, 18 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 21

 


A lo largo de las siguientes dos semanas, Paula trató de evitarlo todo lo posible, y lo trataba con seriedad profesional cuando no podía.


Pedro, por su parte, hacía todo lo posible por quedarse a solas con ella siempre que tenía ocasión, por tocarle la mano, el brazo o la mejilla y persuadirla para que bajara la guardia y lo invitara a su habitación y a su cama.


Pero hasta el momento, se había mantenido firme en su determinación y no se había dejado seducir. Aunque tenía que admitir, por lo menos para sí, que no le estaba resultando fácil.


Pedro era casi irresistible. Era atractivo y encantador, y si no le hubiera pedido que se acostara con él de aquella manera tan fría cuando se conocieron en Texas, algo que seguía pareciéndole de lo más arrogante, probablemente ya se hubiera dejado seducir a esas alturas.


Triste, pero cierto, por no decir irónico. Si se hubiera molestado en cortejarla desde el principio, habría conseguido lo que se proponía.


Muchos hombres la consideraban hermosa, algo que a veces era una verdadera maldición para ella, pero desde luego no era dócil.


Y además estaba la sensación de culpa permanente y la humillación provocada por el escándalo que había estallado en torno a ella en Texas.


Había llamado a su casa varias veces desde su llegada a Glendovia y todos y cada uno de ellos le había preguntado a su hermana cómo iban las cosas. Elena había admitido que la gente seguía hablando, pero que los periodistas habían dejado de montar guardia en la puerta de su casa.


Sin embargo y pese a que la atención se hubiera disipado un poco, Paula sabía que había hecho bien en alejarse de la ciudad. Y estaba más decidida que nunca a no volver a ser la comidilla del barrio.


Se lo iba recordando con firmeza una vez más, mientras bajaba al vestíbulo.


En el tiempo que llevaba como invitada de la familia real, la decoración del palacio había pasado de prolijamente opulenta a sencillamente desbordante, conforme se acercaban las fiestas de Navidad.


Habían adornado la escalinata con guirnaldas de acebo y hiedra que se enroscaban a todo lo largo del pasamanos. Coronas inmensas colgaban a ambos lados de cada una de las puertas de entrada. Y en el centro del vestíbulo se erguía un gigantesco pino, cubierto con adornos de oro y presidido por un angelito, también dorado, en lo más alto.


Los adornos navideños hacían que se sintiera más como en casa. Echaba mucho de menos a su familia, y le entristecía pensar que iba a pasar las Navidades lejos de ellos, pero la reconfortaba verse rodeada por el bullicio.


Llegó sonriendo a la puerta principal donde Pedro la esperaba. Esa noche se celebraba la fiesta de Santa Claus en el hogar infantil, y había insistido en acompañarla, pese a que ella tenía que estar allí antes. El resto de la familia real llegaría más tarde.


Incluso la reina Eleanor había terminado por reconocer, no sin reticencia, lo mucho que Paula se había esforzado con el proyecto de orfanato. No es que se hubiera acercado a ella a felicitarla ni tampoco había cambiado su actitud hacia ella, pero los pocos comentarios que había hecho sobre la gala habían sido fundamentalmente positivos.


Paula no dejó que se le subiera a la cabeza. Sabía que no le gustaba a la reina.


Tan pronto como llegó hasta él, un sonriente Pedro la tomó por el codo. Iba vestido con su traje de gala, incluida una banda de seda roja desde el hombro a la cadera y un buen número de medallas de aspecto importante cosidas a la solapa.


Paula llevaba un suntuoso vestido largo de terciopelo rojo sin mangas, que se ceñía a sus curvas a la perfección. Había optado por unos discretos diamantes como adorno en orejas y cuello.


—¿Nos vamos? —dijo Pedro, saliendo al fresco aire de la noche. Aún no había anochecido por completo, pero el sol ya se había ocultado y no faltaba mucho para que oscureciese.


La fiesta estaba pensada para hacer que los niños disfrutaran y los adultos tuvieran la oportunidad de conocerse, sobre todo porque había invitado a algunas de las personalidades más ricas e influyentes del país, de quienes esperaba generosas aportaciones.





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