sábado, 17 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 17

 

Pedro comprobó la hora por tercera vez en diez minutos. Estaba al pie de la escalera principal, esperando a Paula, mientras los demás aguardaban ya en el comedor para cenar.


Pero los minutos pasaban y Paula no aparecía.


Al ver que una criada salía del comedor se acercó a ella.


—¿Podrías subir a la habitación de la señorita Chaves y averiguar por qué se está retrasando tanto?


—Lo lamento, señor, pero avisó antes para excusarse y pedir que le subieran la cena a su habitación.


—¿Está enferma? —preguntó, frunciendo el ceño en señal de sincera preocupación.


—No estoy segura, señor. No dijo nada.


—Gracias —y con una inclinación despidió a la criada.


Tan pronto como ésta desapareció de la vista, se giró y subió las escaleras. A los pocos minutos estaba llamando con los nudillos a la puerta de Paula.


La oyó decir que esperara un segundo y al momento se abrió la puerta. Estaba de pie con un camisón corto azul turquesa y una bata a juego de un tejido que se le ceñía al cuerpo y Pedro sintió que se le secaba la boca nada más verla. Llevaba una especie de recogido flojo en lo alto de la cabeza.


No pudo evitar abrir desmesuradamente los preciosos ojos color chocolate sorprendida, pero al momento los entornó molesta.


Notó entonces en que Pedro tenía la mirada fija en el canal que formaban sus pechos y se cerró la bata.


—¿Puedo hacer algo por ti? —preguntó en un tono, que con seguridad no sería el que habría que utilizar para dirigirse a un miembro de la realeza.


Pedro contuvo la diversión que le provocaba la situación y la miró con expresión seria, las manos enlazadas a la espalda.


—Me han dicho que no ibas a bajar a cenar y he subido a asegurarme de que no te ocurría nada. ¿Estás bien?


La expresión de Paula se suavizó al oír sus palabras.


—Estoy bien, gracias. Decidí cenar aquí, para poder seguir trabajando.


—No has dejado de trabajar desde que llegamos del hogar infantil —dijo él, más como afirmación que como pregunta.


—Para eso es para lo que me contrataste —replicó ella, con una pequeña sonrisa.


Se soltó un poco la bata y Pedro vislumbró nuevamente su escote. Notó que su cuerpo se ponía tenso y empezaba a tener calor.


Entonces se aclaró la garganta, esforzándose por pensar en algo que no fuera desnudarla y hacerla retorcerse de placer bajo su cuerpo. Pero ante la incapacidad de hacerlo, asintió con brusquedad y se fue por donde había llegado.


No recuperó el sentido común hasta que hubo recorrido los dos corredores y bajado la escalera principal, y entonces pudo decidir lo que iba a hacer.




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