miércoles, 28 de octubre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 9

 


Pedro se detuvo cuando un alarido que asustó hasta a los pájaros atravesó el bosque. Cuando miró su reloj sacudió la cabeza. Quince minutos. Había aguantado quince minutos. No la había seguido a propósito, claro. No era así. Sólo se había fijado en qué camino tomaba.


No estaba vigilándola ni nada parecido. Él tenía cosas que hacer.


«Sí, pero no hasta la tarde», le dijo una vocecita interior.


A la que él no hizo caso.


Seguramente se habría tropezado con una telaraña o algo así. Pero entonces Molly empezó a aullar y, murmurando una palabrota, Pedro se puso en marcha.


Casi soltó una carcajada cuando llegó a su lado. Paula estaba sobre la rama de un árbol y un varano, una mezcla entre lagarto e iguana típico de la zona, estaba agarrado al tronco del mismo árbol, impidiéndole escapar. Molly, sentada debajo, aullaba como una loca.


—Espero que esté disfrutando del paseo, señorita Chaves.


La rama crujió y él se preparó para sujetarla si fuera necesario.


—¿A usted qué le parece?


—Creo que le gusta asustar a la fauna de esta región.


—¿Asustar? ¿Yo? —Paula señaló acusadoramente al varano y luego volvió a agarrarse a la rama—. Quítelo de ahí.


—No, yo no pienso tocarlo.


—¿A usted también le da miedo?


—Digamos que trato a la fauna nativa con gran respeto.


—Ah, genial. Y de toda la fauna de Eagle's Reach yo he tenido que encontrarme con un dinosaurio en lugar de un koala, ¿no? ¿Hay algún cazador de fauna nativa por aquí?


—No hacen falta.


—¿Y cómo voy a bajar?


Pedro se dio cuenta de que estaba asustada. Y tenía la impresión de que no había dejado de estarlo desde que se había subido a su tendedero el día anterior.


—Salte, yo la agarraré.


—No puedo, me romperé una pierna.


La rama no era tan alta. De hecho, si se agarraba con las dos manos, estaría a un metro del suelo. Pero debía de parecer muy diferente desde su perspectiva.


Ojalá no fuera tan graciosa, pensó Pedro.


Esa idea apareció y desapareció de su cabeza en el tiempo que se tardaba en pestañear.


—Deja de hacer ruido, Molly —gruñó, irritado. La perra había seguido aullando todo el tiempo. Como a la mayoría de las féminas, le gustaba el sonido de su propia voz, pensó.


Paula señaló al varano.


—¿Eso también va a saltar? ¿O a correr detrás de mí?


—No. Éste es su árbol. Aquí es donde se siente seguro.


—¿Y de todos los árboles del bosque yo he tenido que elegir éste precisamente?


—Sí.


—Qué alegría.


Suspirando, Paula se sentó sobre la rama y Pedro la agarró por los muslos.


—No hace falta…


El resto de la frase se perdió cuando se le resbalaron las manos y cayó en sus brazos. Pedro tampoco pudo decir nada porque tenía la cara enterrada entre sus pechos. Los dos respiraban agitadamente hasta que, por fin, sus pies tocaron el suelo.


—Gracias —murmuró Paula, pasándose una mano por el pelo—. Seguramente no hacía falta que me rescatase, pero gracias de todas formas.


—¿Esto se va a convertir en una costumbre?


Esperaba que no. No podría soportarlo. Incluso ahora tenía que luchar contra el deseo de volver a abrazarla. Y eso no le hacía ninguna falta.


—No entra en mis planes, no.


Pedro la quería fuera de su montaña. Ya.


—¿No demuestra esto que Eagle's Reach no es sitio para ti?


—¿Porque me dan miedo los varanos?


—¡Porque te da miedo todo!


—Molly no me da miedo. Ya no. Es que no sabía qué hacer cuando esa cosa empezó a correr detrás de mí.


—Esa cosa es un varano. Y si te vuelve a pasar algo así, corre hacia el lado contrario.


—Muy bien, intentaré recordarlo.


Pedro no quería que recordase nada. Quería que se fuera.


—No sabes cómo protegerte a ti misma.


—Bueno, aún no estoy muerta, ¿no?


—¿Y qué harías si un hombre se lanzara sobre ti? —preguntó Pedro entonces, dándole un empujoncito.


Un segundo después, él estaba en el suelo mirando las hojas de los árboles. Y no tenía ni idea de cómo había llegado allí.


—¿Eso contesta a tu pregunta?


¿Ella lo había empujado?


Sí, se había ganado esa sonrisita de satisfacción. Pero, por alguna razón, a Pedro le entraron ganas de reír.


No, de eso nada. La quería fuera de su montaña.


—Puede que no sea muy fuerte, pero tampoco soy una floja. Sé defenderme de los hombres. Son los perros y los varanos los que me dan miedo.


Pedro giró la cabeza para ver cómo se alejaba, deseando no fijarse en lo bien que le quedaban los vaqueros. Molly le lamió la cara en un gesto de compasión y luego salió trotando tras su nueva amiga.



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