Paula estaba de vuelta en su cabaña a las diez. Bueno, ahora sólo tenía diez horas más por delante.
Ojalá hubiera aprendido a coser o a pintar. O a hacer punto.
Un proyecto, eso era lo que necesitaba. Iría a una tienda de manualidades en Gloucester. Al día siguiente.
¿Y si iba aquel mismo día…?
Paula recordó el gesto desdeñoso de Pedro. ¡No! Se quedaría allí todo el día. Aguantaría como fuera.
Libros. Compraría un par de libros. Y una radio. Al día siguiente.
Suspirando, volvió a colocar en la cocina la comida que había llevado. Tardó diez minutos. Luego hizo una lista de la compra. Para el día siguiente. Tardó otros diez minutos, pero sólo porque se lo pensó mucho. Después miró alrededor, preguntándose qué podría hacer.
—¡Por favor! —exclamó, impaciente. Tras tomar papel y bolígrafo, se dejó caer sobre el sofá. Si se ponía a pensar qué podía hacer con el resto de su vida en lugar de esperar, seguramente podría vivir esa vida y dejar atrás aquel sitio horrible. Martin y Francisco le perdonarían que hubiese acortado sus vacaciones si se le ocurría un buen plan.
Al principio de la página escribió: ¿Qué quiero hacer con mi vida?
Se le quedó la mente en blanco, de modo que añadió un signo de exclamación. Y un paréntesis.
Nada, no se le ocurría nada. Pero intentó no asustarse. Estaba mirando aquello desde una perspectiva equivocada. Capacidades, tenía que anotar para qué cosas estaba capacitada.
Tenía un certificado como auxiliar de enfermería; sabía bañar enfermos; era capaz de medir y controlar la medicación; podía convencer a un paciente difícil para que comiese.
No. No. No.
Paula tiró el bolígrafo sobre la mesa. No quería volver a hacer ninguna de esas cosas. Tenía que haber algo nuevo, algo más emocionante. Debía de tener algún talento que la empujase hacia su nueva vocación. Como sus hermanos, por ejemplo. Francisco tenía cabeza para los números y por eso era contable. Martin tenía habilidades espaciales y por eso era arquitecto. ¿Y ella…?
Nada.
Paula dejó caer los hombros. No se le ocurría nada para lo que tuviese talento. Salvo para cuidar de gente enferma, gente moribunda. El miedo se agarró a su garganta. No podía hacer eso. Ya no. Había querido mucho a su padre y no lamentaba ni un solo día de los que había pasado cuidando de él, pero…
No podía cuidar de otro paciente con demencia senil. No podía ver morir a otra persona.
Angustiada, se levantó del sofá y empezó a pasearse por la habitación. La grisura de la cabaña la ahogaba por completo. El único color eran las etiquetas de los alimentos que había llevado. Entonces vio un paquete de mezcla para hacer tartas…
¿Qué? ¿Pensaba organizar una fiesta? Quizá no, pero podría hacer una tarta de chocolate… ¿para quién? Paula se mordió los labios. Pedro.
Como agradecimiento por la botella de vino. A lo mejor la invitaba a quedarse y compartirla con él. Además, quería conocerlo un poco mejor, saber cómo podía soportar la soledad de aquel sitio.
Paula dejó a un lado la lista y tomó un bol de la cocina.
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