sábado, 26 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 44

 


El viaje no fue un éxito total, pero tampoco una pérdida de tiempo. En el lugar del accidente, no había conseguido recordar nada nuevo, pero habían tenido oportunidad de hablar de todo tipo de cosas durante el viaje y algunas de las preguntas que Pedro había hecho le habían permitido a Paula recuperar algunos detalles sobre su pasado.


Paula le había hablado de aquella fiesta en la que la gente brindaba por ella. No podía recordar sus rostros, pero sí que había sido en su apartamento. Poco a poco, había ido recordando el mobiliario y las vistas que se divisaban desde su balcón. Pero no había nada significativo que pudiera ayudarlos a averiguar de qué ciudad se trataba.


Pedro le había preguntado también por su caballo y Paula había recordado que había tenido que venderlo porque se marchaba a vivir a otro estado, aunque no era capaz de decir cuál.


Pedro le había preguntado también por su virginidad y cómo había conseguido mantenerla durante tanto tiempo.


—Has debido volver locos a muchos hombres con tu actitud.


—Cuando estaba en el instituto, era muy tímida, y rara vez salía con chicos —contestó ella—. Después, comencé la carrera y pasaba la mayor parte del tiempo estudiando y trabajando en una clínica veterinaria para pagarme los estudios — nada más decirlo abrió los ojos de par en par—. ¡Iba a la universidad! ¡Y trabajaba para pagarme los estudios! —pero no conseguía recordar ni qué estudiaba exactamente ni dónde trabajaba.


Logró recordar también el rostro de algunos amigos, sus nombres de pila y algunas divertidas anécdotas.


Pero aunque aquellos recuerdos parecían haberla hecho muy feliz, durante la vuelta a casa se mantuvo en un pensativo silencio.


Llegaron a casa poco antes de la medianoche. Era tarde, y Pedro tenía que madrugar al día siguiente. La tensión que lo había asaltado durante todo el día hizo que aminorara sus pasos mientras se dirigía a su habitación.


Deseaba terriblemente dormir con Paula, aunque fuera sólo eso lo que le permitiera.


Paula también parecía querer retrasar el momento de despedirse de él. Cuando llegó a la puerta de su dormitorio, se detuvo y se volvió hacia Pedro.


Pedro, gracias por haberme acompañado. Ha sido un viaje muy largo y tú mañana tienes que madrugar.


—Gracias por haberme dejado llevarte. No me habría gustado que fueras sin mí —repuso Pedro, acercándose a ella.


—Siento que al final haya sido una pérdida de tiempo.


Pedro le acarició la barbilla mientras se consumía en ganas de besarla.


—Estar contigo jamás es una pérdida de tiempo.


La mirada de Paula cambió de repente; el calor de sus ojos dio lugar a algo más profundo, más intenso y ardiente.


—Paula—susurró Pedro—, duerme conmigo. Nos limitaremos a dormir juntos, no haremos nada más.


Paula deslizó el brazo por su cuello y hundió los dedos en su pelo. Y Pedro la besó.


El deseo, la pasión, el anhelo prendieron al instante. Para cuando llegaron a la cama, ya se habían desprendido ambos de sus ropas. Estaban desnudos y abrazados como si nadie pudiera separarlos.


Hicieron el amor durante gran parte de la noche. Con una voracidad insaciable al principio, con exquisita ternura después. Antes de dormirse, Paula ya había llegado a la conclusión de que sus temores se habían hecho realidad: se había enamorado de Pedro.


Y cuando a la mañana siguiente se despertó, encontrándose desnuda y acurrucada en sus brazos, otro de sus recuerdos del pasado regresó su mente con inusitada claridad. Recordó a un hombre deslizando un anillo en su dedo.


Un anillo de boda.



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