sábado, 26 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 43

 


Animado por aquella declaración, Pedro se inclinó para disfrutar de uno de sus besos. Paula alzó el rostro hacia él y entreabrió los labios, pero justo cuando estaban a punto de besarse, volvió la cabeza.


—Dijiste que no volverías a hacerlo —le recordó.


—Dije que no volvería a besarte como te había besado esta mañana. Pero puedo besarte de otras muchas formas.


Pedro —contestó Paula. Parecía un poco nerviosa—, no sé muchas cosas sobre ti.


—¿Como cuáles?


—¿Tienes familia?


—Tengo tíos y primos, pero no viven en este estado.


—¿Y no tienes padres, o hermanos?


Como cada vez que le hacían esa pregunta, Pedro se puso terriblemente nervioso.


—Mi padre murió cuando estaba empezando a estudiar Medicina, y mi madre poco después. Y no, no tengo verdaderos hermanos.


—¿Verdaderos?


—Crecí junto a otros niños a los que consideraba hermanas y hermanos, pero no lo eran.


—¿Viviste en una de esas comunas en las que la gente creía en el amor libre y en las parejas abiertas?


Pedro hizo una mueca al recordar su brusco estallido de aquella mañana.


—No debería haberte dicho eso, Paula. Supongo que estaba intentando sorprenderte.


—¿Pero era verdad?


—Hasta cierto punto. Algunos de nuestros vecinos decían creer en el amor libre, pero creo que era más de palabra que en la práctica.


—¿Y vivíais aquí, en Sugar Falls?


—No.


—Yo pensaba que habías crecido aquí.


—Cerca.


—Pero ibas aquí al colegio, ¿no?


—Al instituto, cuando era pequeño me enseñaban en casa —decidido a dar por finalizada cuanto antes la conversación, se levantó y se acercó a Vikingo, que pastaba pacíficamente al lado del roble—. Pero no es mi pasado el que importa, sino el tuyo desató al caballo y miró a Paula—. Creo que ha llegado el momento de que te lleve a Denver para ver si recuerdas algo más.


—¿Ahora?


—Sólo tardaremos un par de horas. Miró el reloj. Podemos estar allí a las tres —al advertir la tensión surgida en su mirada, añadió, intentando tranquilizarla—: Estaré a tu lado en todo momento, Paula, no tengas miedo.


Pero, y Pedro no encontraba ninguna razón para ello, Paula se sintió incluso más incómoda ante aquella declaración.


—¿Podemos parar antes a comprar un sombrero y unas gafas de sol? —le preguntó a Pedro.


—¿Entonces no quieres que te reconozcan?


—La persona que me estaba persiguiendo cuando salté a la calzada podría estar por allí, buscándome.


—De acuerdo. Haremos las cosas como tú quieras —habría hecho cualquier cosa por borrar el miedo de sus ojos—. Pero creo que tenemos que ir cuanto antes.


Paula tomó aire, lo expulsó lentamente y asintió.




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