sábado, 19 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 21

 


Al cabo de unos segundos, Pedro se inclinó hacia adelante, abrió una pequeña nevera y sacó una botella de agua con gas.


—¿Quieres?


—No, gracias —la negativa le salió automáticamente.


Estaba ya entrenada para rechazar cualquier ofrecimiento que pudiera conducirla a una posible familiaridad.


Pero mientras lo veía abrir la botella y tomar un trago, se dio cuenta de lo seca que tenía la boca desde que había terminado el refresco. Sabía además que tenía que beber mucho agua. Desde la vista a la consulta, había intentado ingerir más líquido del que consumía normalmente y había advertido una gran mejoría. Los mareos eran cada vez menos frecuentes.


Reclinado a su lado en su tumbona, el médico cerró los ojos. Su piel bronceaba brillaba bajo el sol de la tarde, rezumando una esencia que mezclada con el olor del protector solar resultaba poderosamente atractiva.


Paula cerró los ojos para saborear aquel olor y encontró serias dificultades para abrirlos de nuevo. Si no hacía algo que la despejara por completo, iba a quedarse completamente dormida.


Obligándose a actuar, se incorporó y se acercó a la piscina. Pero lo hizo de forma tan rápida, que la asaltó una desagradable oleada de mareo. Tuvo que agarrarse a la escalerilla de la piscina para sostenerse. Ante ella, los niños gritaban y se salpicaban furiosos, pero Paula no estaba en condiciones de poner fin a su pelea.


Se arrodilló al borde de la piscina y metió la mano en el agua. Cerró los ojos y se refrescó la cara y los hombros.


Aliviada por el agua fresca, volvió a hundir la mano para mojar en aquella ocasión su cuello y su pecho. El agua fría descendió por sus senos, haciendo endurecerse sus pezones.


La sensualidad del gesto hizo aparecer en su mente el rostro de Pedro Alfonso y prácticamente sin darse cuenta se volvió hacia él.


Ya no tenía los ojos cerrados.


La estaba mirando. Y de forma muy intensa. Estaba siguiendo con la mirada el camino que las gotas de agua recorrían sobre el cuerpo de Paula para detenerse en sus pezones erguidos.


El deseo que transmitía su mirada dejó a la joven sin respiración.


Paula desvió la mirada. Con aquel bañador beige se sentía como si estuviera desnuda. Sobre todo desde que Pedro había llegado.


Y en las partes más íntimas de su cuerpo, comenzaba a sentir una peculiar vibración. Sonrojada por el fuego que el médico había encendido en su interior sólo con una mirada, regresó a su tumbona. Evitó mirar a Pedro mientras se acercaba, aunque no habría sido más consciente de su presencia si el médico se hubiera acercado y hubiera acariciado sus pezones con las manos.


Se tumbó y cerró los ojos, pero cada latido de su corazón la empujaba a seguir pensando en Pedro. ¿Continuaría mirándola todavía?


Tenía que saberlo. Así que abrió ligeramente los ojos e intentó mirarlo furtivamente.


No, ya no tenía los ojos fijos en ella. Estaba con la mirada perdida y los labios apretados en una dura línea.


—Eso debería ser ilegal —protestó.


Paula sintió que se desataba un incendio en su interior. La química que chisporroteaba habitualmente entre ellos se tornó repentinamente en explosiva.



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