sábado, 19 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 20

 



Tras haberse abierto camino a través de montones de niños alborotadores, acompañados de sus madres, la tumbona se convirtió para Paula en un glorioso refugio. Un lugar en el que podía tumbarse, aunque sólo fuera durante unos minutos mientras vigilaba el baño de los pequeños.


Esperaba que no volvieran a pelearse. Durante la clase de golf, Julián, el de diez años, había asestado un golpe supuestamente accidental a su hermano pequeño. Teo se había vuelto entonces contra él como un toro furioso y habían comenzado a golpearse.


Si hubiera dormido mejor durante la noche anterior, habría conseguido controlar a los niños, se lamentó. Afortunadamente, en la piscina contaba con la ayuda de una socorrista para mantener a las criaturas en su sitio.


Mientras intentaba mantener los ojos bien abiertos a pesar de su agotamiento, deseó no estar tan cansada. Esperaba que la dosis de cafeína de su refresco le hiciera rápidamente efecto.


Era un refresco de cola especial, diez veces más fuerte que el café, o por lo menos eso era lo que el profesor de golf le había dicho. Había notado que se estaba durmiendo durante la clase y le había tendido una botella que ella no se había sentido capaz de rechazar.


Se llevó de nuevo la botella a la boca y dio los últimos tragos. Tenía que despejarse como fuera. Aquella noche no había podido dormir mucho. Las pesadillas habían vuelto a despertarla otra vez. En medio de la noche, se había despertado sentada en la cama, temblando horrorizada. Un fantasma sin rostro había estado siguiendo sus pasos entre una multitud de extraños, acercándose cada vez más a ella.


A partir de entonces, no había vuelto a conciliar el sueño. Teo y Julián habían ido a despertarla casi al amanecer, pidiéndole huevos y tortitas. Mientras preparaba el desayuno, Laura le había preguntado con fingida amabilidad: «Paula, ¿estás segura de que no estás demasiado cansada para batir esos huevos? Quizá deberías prolongar tus vacaciones».


Detrás de su sarcasmo, se escondía un claro mensaje: tendría que trabajar el doble por el trabajo que no había hecho el día anterior. Y la verdad era que no le importaba, pero sentía que le flaqueaban las fuerzas tras tantas noches de insomnio. Mientras tanto, los perros habían comenzado a pelearse una vez más. En medio de la batalla, la enfermera había aparecido para hacer una «visita informal». Laura se había sorprendido, lo que quería decir que Gladys no pasaba por allí demasiado a menudo. Sus sospechas se habían visto confirmadas cuando Gladys había comenzado a preguntarle por su salud.


Y el hecho de que Pedro mandara a su enfermera a vigilarla la había puesto furiosa. ¡Pedro estaba poniendo en peligro su trabajo!


Cerró los ojos para protegerse del sol, intentando no pensar en él, ni en que había pasado la noche anterior con Laura y tenía una nueva cita para aquel día. La relación de Pedro con Laura no le incumbía en absoluto.


Oyó que alguien se sentaba cerca de ella y escuchó al momento unas voces femeninas dándole a un recién llegado un caluroso recibimiento.


—Qué sorpresa verlo por aquí, doctor. ¿Cómo es que no está pescando en el lago?


Paula se tensó inmediatamente. ¿Realmente habría oído la palabra «doctor», o su resentimiento hacia el médico le hacía tener ilusiones auditivas?


Pero una voz grave y profunda le hizo abrir bruscamente los ojos. Al volver la cabeza, se encontró cara a cara con el mismísimo doctor Alfonso en bañador.


—Buenas tardes, señorita Flowers —se sentó cerca de ella, extendiendo sus piernas cuan largas eran. Llevaba un bañador azul y unas sandalias, nada más, lo que dejaba su ancho y musculoso pecho completamente desnudo. La luz del sol iluminaba su pelo.


Pedro la miró a los ojos y sonrió. Paula cerró los ojos y gimió.


—Quería disculparme por lo de anoche —le dijo el médico, bajando la voz de manera que sólo ella pudiera oírlo—. Sé que te afectó mucho mi intervención. Pero no lo hice con mala intención.


Paula no quería hablar con él. Su cercanía comenzaba a hacer ya estragos en ella. Su bañador, un modesto modelo de color beige, de pronto se le antojaba demasiado revelador.


—Le pedí que se mantuviera alejado de mí —lo amonestó con un tenso susurro.


—Ésa es otra de las cosas de las que quería hablarte. He estado pensando en lo que me dijiste, y he comprendido que tenías razón —vaciló un momento y desvió la mirada desde sus ojos hasta su boca—. No podemos tener ningún tipo de relación.


Paula intentó disimular su sorpresa. Después de lo que había ocurrido la noche anterior y de la aparición de Gladys de aquella mañana, no esperaba que la victoria fuera a ser tan fácil.


Y mucho menos el dolor que le produjo. ¿Qué le habría hecho cambiar de opinión? ¿La noche que había pasado con Laura?


—Así que, ya ves, no tienes por qué evitarme, ni correr cada vez que me veas aparecer. Tal como le has sugerido a Gladys esta mañana, a partir de ahora me ocuparé de mis asuntos.


—Gracias —contestó Paula con una extraña tensión.


Pedro permaneció en silencio y Paula volvió la cabeza para vigilar a los niños. Estaban chapoteando al final de la piscina. Eso era lo único que tenía que hacer, se dijo: cuidar a los niños y no pensar en lo repentinamente sola que se sentía en el mundo.


—Si quieres, puedo cambiarme ahora mismo de sitio —le ofreció el médico.


—Puede sentarse donde quiera, doctor Alfonso.


Cruzaron de nuevo las miradas. Paula por un momento creyó que el médico iba a pedirle que lo llamara Pedro. Pero no lo hizo. Se limitó a apretar los labios y desviar la mirada hasta el otro extremo de la piscina.


Y Paula tuvo una irracional sensación de pérdida.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario