sábado, 5 de septiembre de 2020

ANGEL O DEMONIO: CAPÍTULO 40

 


Pedro buscó a Paula con la mirada y la vio en la cocina con Lorena. Cogió otra lata de cerveza y la siguió al patio, pero se detuvo en seco al ver la reunión que tenían junto a la barbacoa. Los hermanos Chaves estaban conversando con Harry Nelson, el constructor que habían escogido para llevar a cabo las obras.

La presencia de Harry disipó la nube de deseo que le tenía cegado. Muchas empresas habían concursado para obtener el contrato de las obras del proyecto. Las había habido tan apetitosas que, en otras circunstancias, a Pedro se le habría hecho la boca agua.

Pero no había habido tiempo para gangas ni regateos. Pedro necesitaba que la construcción comenzase mientras que todo el mundo estuviera enamorado del proyecto y de él mismo. Cualquier día alguien podía descubrir una grieta y dar al traste con todo.

No podía permitirse que sucediera. Tan sólo el día anterior Pablo Chaves había firmado los documentos por los que renunciaba a su banco y a su vida, claro que él no lo sabía aún. Estaba tan cerca de conseguirlo que Pedro casi podía saborearlo. Se apoyó en la pared y contempló al trío. Algunos iban a decir que se trataba de un fraude, pero no era cierto. Todo lo que estaba haciendo era perfectamente legal, aunque había sabido utilizar todas las triquiñuelas que la misma ley le había puesto en la mano.

No se trataba de un fraude, era un acto de justicia que llevaba demorándose demasiados años.

Claudio le dio un abrazo afectuoso a su hermana. Aquello molestó a Pedro, era una forma incómoda de recordarle que Paula también era una de ellos. Aunque estaba completamente seguro de sus planes, todo se convertía en incertidumbre cuando pensaba en lo que iba a suceder con Paula y con él. Nunca antes en su vida se había cuestionado a sí mismo. Una parte de él no quería que se viera afectada, o implicada en el proyecto. Pero la otra, la más lógica y obsesionada con vengarse, necesitaba destruir hasta al último de los Chaves. Sin embargo, el deseo que despertaba en él hacía que la línea entre el bien y el mal se difuminara.

La ira creció en su interior. No iba dirigida contra Paula, sino contra él mismo. No podía dejar que volviera a hacerlo, que se colara en su vida, que llegara hasta su corazón, que tejiera sus redes sensuales en torno suyo hasta dejarlo ciego.

Pero, ¿no sería eso lo que había pasado aquella tarde? ¿Por qué había accedido a hacer el amor con él? ¿Formaba parte de un plan para sabotearlo? Ya había caído una vez en sus redes cuando Paula era mucho más joven. ¿De qué no sería capaz ahora? Nada le impedía utilizar su cuerpo para vencerlo.

Le vino a la memoria la noche en que la había invitado a cenar y el vestido con el que se había presentado. Era molesto pero le aclaró la mente. Todo encajaba. Sabía por experiencia que los Chaves eran muy capaces de utilizar todos los medios a su alcance para conseguir lo que querían.

—¡Hombre, Pedro! Acércate —invitó Pablo—. Harry y yo estábamos hablando de la primera fase. Sus obreros comienzan el lunes.

—Veo que no perdéis el tiempo —dijo Paula cautelosamente.

—No sé por qué tendríamos que perderlo —respondió Pedro.

El fuego azul de sus ojos había desaparecido tras una mirada helada y desafiante. Paula abrió la boca para replicarle, pero se lo pensó mejor. ¿Qué había pasado para que se hubiera vuelto tan distante?

—Supongo que no —dijo ella—. Si ya estáis preparados.

—Todo está a punto —dijo Pedro—. Cuanto antes empecemos antes acabaremos.

—Y antes comenzaremos con las ventas —intervino Pablo.

La nota de nerviosismo que había en la voz de su hermano le hizo pensar en la enormidad de la inversión que arriesgaba el banco. Se echó a temblar. No pudo determinar si debido al frío nocturno o al cariz que empezaban a tomar sus pensamientos.

—¿Tienes frío? —preguntó Pedro.

—Un poco.

Se quitó la chaqueta para echársela por los hombros.

—Gracias.

—¿Estás lista?

—¿Lista? ¿Para qué?

—Para marcharnos.

—¿Tan pronto? —preguntó Pablo.

—Tengo que descansar —dijo Pedro—. Mañana me espera un día muy duro. Estoy arreglando el embarcadero.

—Entonces no te preocupes por mí —dijo ella viendo el cielo abierto—. Ya me llevará alguien a recoger el coche más tarde.

—No es ninguna molestia —dijo Pedro sin inflexión en la voz pero con un desafío en la mirada.

Paula sintió que la temperatura subía otra vez.

—Adelante, marchaos —dijo Pablo—. Venid mañana para ayudarnos a terminar con toda esta comida. Harry, ¿quieres echarle un ojo a las hamburguesas? Voy a acompañarlos a la puerta.




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