viernes, 7 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 4




El mundo de Pedro no admitía personas tan idealistas como Paula y nunca podría regresar a Divine para vivir tal y como ella había hecho. Después de graduarse, lo único que había querido era demostrarle al pueblo que no era un perdedor… que no era como los chicos que eran importantes en el instituto y que luego ejercían de matones en el cuerpo de policía local tratando de emular «los viejos tiempos».


Se sentía un matón incluso en aquel momento, burlándose de Paula sobre el pasado. Era un infierno volver a casa, especialmente con viejos sentimientos merodeando como minas a punto de explotar. Pensabas que eras un adulto responsable y, de repente, ¡boom! Te encuentras actuando como si tuvieras dos años.


Obviamente, tener a Paula cerca no era una buena idea. Pedro había intentado manejar sus negocios a distancia mientras cuidaba de su abuelo y no tenía tiempo para distracciones, y mucho menos distracciones como Paula, que además de molesta era guapa, inteligente y sexy.


Pedro frunció el ceño. Aquello era extraño. No podía comprender cómo podía pensar que Paula era sexy cuando llevaba un vestido sin formas y su obstinada nariz levantada. Pero había algo diferente en ella, una frescura innegablemente atractiva, cuando las mujeres de su círculo parecían aburridas constantemente.


—No creo que funcione —comentó él.


—Claro que funcionará —Silvia parecía exasperada—. Si Paula está dispuesta a realizar el trabajo, tendremos a alguien que sabemos que es honesta y competente. El problema es que tendrás que subir al desván porque el abuelo subió muchas cosas allí cuando la abuela murió y no sé cuántas arañas y ratones habrá entre las sombras.


Paula reprimió una sacudida. Los ratones no le molestaban, pero podía imaginar lo que Pedro diría si se enterara de lo mucho que le disgustaba cualquier cosa con más de cuatro patas.


—N… no hay problema.


—No, Silvia —dijo Pedro agitando la cabeza.


—Sí.


Los dos hermanos se miraron desafiantes y Paula sintió envidia. Podían no estar de acuerdo, pero se tenían muchísimo cariño.


—Además, Paula podría hablar sobre arte con el abuelo. Quizá eso lo ayude. Lo hemos intentado todo, ¿por qué no esto?


La incertidumbre se apoderó de la cara de Pedro y era la primera vez que Paula veía al súper seguro Pedro Alfonso parecer inseguro de sí mismo. Su seguridad era una de las cosas más irritantes de él. Incluso postrado en la cama del hospital con una pierna suspendida en el aire se las apañaba para ser gallito. E increíblemente guapo.


Fue Pedro quien hizo que Paula tomara conciencia sobre el sexo opuesto, aunque no había sabido qué hacer. Se había mantenido al margen hasta que conoció a Gustavo «Butch» Saunders en la universidad. Por segunda vez en su vida se había enamorado del hombre equivocado. Aquella vez se había casado con el hombre equivocado, alguien que esperaba que ella mirara hacia otro lado cuando la engañaba. A veces, se preguntaba si Butch había elegido a una mujer no muy guapa porque pensaba que estaría tan agradecida por tener marido que no pondría objeciones a sus infidelidades.


—No queremos obligar a nadie —dijo finalmente Pedro.


Paula entrecerró los ojos. No quería estar con Pedro más tiempo del necesario y una parte de ella esperaba que pudiera disuadir a Silvia, pero a un vecino hay que ayudarlo cuando lo necesita porque es lo correcto.


Alguien como Pedro no lo entendería. 


Siempre quiso hacer las cosas a lo grande. Primero había planeado ser un famoso futbolista, después de su accidente su objetivo había sido ganar un millón de dólares para cuando tuviera treinta años, algo que había conseguido varias veces según el periódico y los chismorreos de Divine.


—No es una obligación, me encantaría ayudar —repitió Paula intentando sonar sincera. Le encantaría ayudar, aunque preferiría hacerlo cuando Pedro estuviera fuera del pueblo—. No me hubiera ofrecido si no estuviera dispuesta a cooperar.


En realidad, por el bien de su abuelo, alguien debería salvar a Pedro de sí mismo. No iba a ser ella, por supuesto, pero cualquier persona.


—Eso es fantástico —dijo Silvia—. Estás contratada.


—Contratada, no. Este verano no tengo clases y tengo mucho tiempo libre, además, es un privilegio hacer algo por el profesor Alfonso. Volveré por la mañana si estáis de acuerdo.


—No —soltó Pedro. Ambas lo miraron—. Empieza mañana, pero te pagaremos.


—No, gracias. Ya he estado en nómina de los Alfonso una vez y no me gustan las condiciones.


Pedro se sonrojó al recordar sus encuentros adolescentes. O quizá era su necio orgullo. Paula no sabía por qué Pedro se lo tomaba tan mal o por qué unas veces se había tomado mal su compañía mientras que otras le había dedicado sonrisas y la había invitado a calentar su cama del hospital. Ella sabía que cada vez que lo había rechazado o que lo había besado y se había echado para atrás otra vez, él se había sentido más ofendido… y su sarcasmo se había agudizado más.


Pero ya no eran adolescentes, y ella no era la misma chica insegura que se había encontrado en una situación que no había sido capaz de manejar. Tenía veintinueve años, había terminado el doctorado con veintiuno, se había casado y divorciado del hombre más mujeriego del mundo y sabía que Pedro podría descolocar su vida sólo si ella lo dejaba.


Y no tenía ninguna intención de dejarle hacer algo así.




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