viernes, 31 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 38




La mafia habría necesitado un medio de transporte para su droga. Borya poseía un pesquero. Y el testarudo, honrado Borya jamás habría aceptado a seguirles el juego. Un asesino a sueldo había sido contratado en Murmansk el verano pasado…


—Agosto pasado. El accidente —se interrumpió, incapaz de continuar.


—Los padres de Sebastián fallecieron en un accidente de coche —terminó de explicarles Pedro—. ¿Es posible que Fedorovich estuviera detrás de ello?


—Sí —respondió Locatelli—. Las autoridades rusas creen que la mafia contrató a Fedorovich para que eliminara a la familia Gorsky. Todavía están investigando la hipótesis de que Borya colaborara con la mafia y luego fuera sorprendido intentando estafarlos.


—No —exclamó Paula—. Eso es imposible. Mi cuñado era un hombre honrado.


—Si lo era, entonces la mafia pudo haberlo matado para intimidar a los demás pescadores para que colaborasen —continuó Locatelli—. En cualquier caso, la muerte de la familia al completo habría servido de ejemplo.


—Mi hermana y mi cuñado fueron asesinados. Oh, Dios mío, Sebastián estaba en el coche con ellos. Él debió de ver…


—Sebastian vio a Fedorovich —afirmó Pedro—. Eso es lo que estaba intentando decirnos. No tenía nada que ver con el orfanato. Yo estaba completamente equivocado.


—Fuera cual fuera el motivo de sus sospechas, señor Alfonso —intervino Gabriel— es una suerte que las tuviera. De lo contrario, nunca habríamos podido establecer la conexión.


—El señor Dayan está en lo cierto —le apoyó Locatelli—. Una vez que la policía rusa descubrió que Fedorovich estaba mezclado y contactaron con la Interpol, las pistas se acumularon rápidamente. La bala que mató al tripulante ruso del Sueño de Alexandra en Dubrovnik fue disparada por una Makarov de nueve milímetros, la misma que acabó con la vida del dueño del taxi que lo atropello. La Interpol comparó ambos proyectiles con un tercero procedente de una de las víctimas confirmadas de Fedorovich.


—Parece que el pistolero ha estado siguiendo al crucero —dijo Gabriel.


Paula se estremeció. Aquello era básicamente lo que había sospechado Pedro, sólo que hasta entonces ella lo había tomado por una paranoia suya.


—¿Por qué? —inquirió mientras deslizaba un brazo por su cintura, esforzándose por asimilar la información.


—Va detrás de Sebastian —respondió Pedro.
Locatelli asintió.


—El chico está corriendo un gran peligro. Fedorovich debió de descubrir que había escapado al mal llamado «accidente» que acabó con la vida de sus padres.


—Pero Sebastián no es más que un niño —exclamó Paula—. No es una amenaza para nadie. Aunque recordara lo del accidente, es demasiado pequeño para que un juez pueda recabar formalmente su testimonio.


—No es por eso por lo que lo persigue Fedorovich —dijo Locatelli—. Según su expediente, ese hombre tiene la reputación de no dejar nunca un trabajo a medias. Todavía no ha cumplido del todo con su contrato. Está obsesionado con matar. Lo considera su deber, y lo ejercita de una manera tan implacable como si estuviera en una campaña militar. Esa es una de las razones por las que todavía no lo han capturado. Hasta ahora, sus objetivos sólo han sido descubiertos una vez que han sido liquidados.


Pedro se tensó visiblemente.


—Usted no ha venido aquí para advertirnos. Ha venido para utilizar a Sebastián como cebo.


—Cebo… —repitió Paula, aturdida—. ¡No pensará exhibir a mi sobrino delante de ese asesino!


—Fedorovich no sabe que andamos detrás de él. Por eso volé a Cerdeña y embarqué anoche en el crucero, antes de que abandone Alghero. Ésta puede ser la única oportunidad que tengamos de descubrirlo. Necesitamos actuar rápidamente para rentabilizar el factor sorpresa.


Pedro retiró el brazo de los hombros de Paula y utilizó una sola muleta para rodear la mesa y plantarse frente al policía.


—Que quede esto claro: no consentiré que nadie ponga en peligro la seguridad de mi hijo.


Pese a que Pedro le sacaba una cabeza, Locatelli no se dejó intimidar.


—Evidentemente Fedorovich conoce el itinerario del Sueño de Alexandra, así que es seguro que nos estará esperando en Palermo cuando arribemos mañana por la mañana.


—Entonces por nada del mundo bajaré a Sebastián del barco.


—Me ha interpretado mal. Nosotros queremos que se queden aquí, donde podamos controlar la situación. No necesitan bajar a puerto: simplemente bastará con que se apunten a una excursión o alquilen un coche, como si fueran a hacerlo realmente. Nuestros hombres estarán vigilando el puerto. En el instante en que Fedorovich asome la cabeza, lo arrestaremos.


—¿Y si se les escapa? Si ese hombre sube al barco. Sebastian será objetivo fácil.


—Nuestra gente se coordinará con el servicio de seguridad del señor Dayan para asegurarnos de que eso no suceda. Ya he informado al capitán Papas de nuestra estrategia y ha aceptado colaborar. Con el servicio de seguridad ya desplegado, y las medidas extraordinarias con las que contaremos a nuestra llegada a puerto, el riesgo será mínimo. Además, si los sacáramos del barco, tendría que ser con escolta y eso alertaría a Fedorovich. El capitán es de la opinión de que si no aprovechamos esta oportunidad para detener a Fedorovich ahora, Sebastián se encontrará en un peligro aún mayor. Ésta podría ser nuestra única opción para cazar al asesino y salvar al mismo tiempo la vida de su hijo.


Paula recogió la fotografía de la mesa y la blandió delante de las narices de Locatelli.


—¿No esperará que nos quedemos tranquilamente sentados a esperar a que ese asesino aparezca, ¿verdad? Si es así, usted no está en sus cabales.


—El niño estará perfectamente protegido hasta que capturemos a Fedorovich —insistió el policía—. Es la única opción.


—No, no es la única —Paula dejó caer la foto y se volvió hacia Pedro—. Puedes llevarte a Sebastian a América.


—Señorita Chaves… —empezó Locatelli.


—Saca a Sebastian del barco esta noche —continuó ella—. Antes de que atraquemos en Palermo, contrataré un helicóptero para que venga a recogeros en el mar. Así Fedorovich no sabrá que te has llevado a Sebastian.


Pedro se la quedó mirando asombrado.


—¿Serías capaz de hacer eso?


—Sí. Cualquier cosa. Lo que fuera.


—Eso no funcionaría —objetó Locatelli—. Fedorovich acabaría enterándose.


—Pero Sebastian estaría a salvo —Paula señaló el teléfono—. Mi abogado se encargará de los billetes de avión. Para cuando Fedorovich descubra que Sebastián no está en el barco, Pedro ya lo habrá puesto a salvo en Estados Unidos.


Terminó de pronunciar aquellas palabras con el corazón desgarrado. Una semana atrás, jamás habría podido imaginarse a sí misma diciendo algo así. Era justamente lo que se había propuesto evitar. Pero en aquel momento el asunto de la custodia era lo menos importante. La vida de Sebastian estaba en juego.


—Mi sobrino se quedará en Estados Unidos contigo —insistió, volviéndose de nuevo hacia Pedro—. Confío en que lo protegerás. Lo mantendremos alejado de ese asesino.


—Me temo que eso no será posible, señorita Chaves —dijo Locatelli—. Ilya Fedorovich ha actuado en más de una docena de países: por eso mismo empezó a buscarlo la Interpol. Según sus informaciones, las fronteras no son ningún obstáculo para el. Llevar el niño a Estados Unidos podría retrasar a Fedorovich, pero no disuadirlo. Ese hombre no renunciará tan fácilmente. Más tarde o más temprano, encontrará alguna manera de terminar su trabajo.



—¿Entonces qué podemos hacer?


—Colaborar con nosotros en detenerlo ahora.



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