viernes, 31 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 37





La fotografía no tenía mucha nitidez: evidentemente había sido tomada con teleobjetivo y ampliada, pero aun así recogía ciertos detalles que lo hacían reconocible. Su cabello gris acero, cortado a cepillo, que destacaba su rostro anguloso. Tenía la nariz ancha y plana. La boca apenas era una fina línea. Y, sobre todo, la gran cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda hasta la barbilla.


Paula cruzó los brazos sobre el pecho, estremecida. Aquel hombre era real.


—Su nombre es Ilya Fedorovich —explicó el capitán Locatelli, dejando la fotografía sobre la mesa del comedor—. Es la fotografía más reciente que posee la Interpol. La policía rusa se la sacó hace dos años durante las labores de seguimiento de una operación de tráfico de heroína en Vladivostok, a cargo de la mafia de ese país.


Pedro apoyó una muleta sobre la mesa y acercó la fotografía para verla mejor.


—¿Y dice usted que es un asesino a sueldo?


—Trabaja para quien le pague. La Interpol nos ha facilitado su historial. Fedorovich fue coronel del ejército soviético, héroe condecorado en la guerra de Afganistán, pero tras la disolución de la Unión Soviética se dedicó a trabajar para particulares.


Interpol. La Mafia rusa. Un asesino a sueldo. 


Paula miró a los tres hombres que se hallaban de pie en torno a la mesa. Se habían reunido en su suite en lugar de en el centro de seguridad porque Pedro no había querido separarse de Sebastián, que en aquel momento dormía plácidamente en el dormitorio. Aunque había tardado un buen rato en dormirse.


Miró a Pedro. Todavía llevaba el traje gris oscuro, pero se había aflojado la corbata. Le costaba creer que menos de una hora antes habían estado cenando tranquilamente. Aquello tenía que ser una pesadilla…


—Tiene que ser un error —protestó, concentrándose de nuevo en la foto—. Otra casualidad. Sebastián no puede tener nada que ver con un hombre como éste…


—¿Qué conexión tiene este pistolero con los orfanatos en los que estuvo ingresado Sebastián? —quiso saber Pedro.


—Ninguna —contestó Locatelli—. Pero la policía rusa cree que Fedorovich estuvo en Murmansk el verano pasado. Encontraron pruebas de que la misma organización que había estado traficando con heroína afgana en Vladivostok se había establecido en Murmansk.


—¿Y ese Fedorovich estaba trabajando para los narcotraficantes? —inquirió Paula.


—Por eso tardaron tanto las autoridades rusas en contactar conmigo —dijo Gabriel—. Estaban concentrados en localizar posibles maltratadores de niños en los orfanatos de Murmansk y San Petersburgo.


—Fue una suerte que alguien de la unidad de crimen organizado reconociera la descripción del niño y avisara a la Interpol —añadió Locatelli—. Al parecer llevan años acumulando datos sobre Fedorovich y todavía no han sido capaces de detenerlo.


—Sigo sin entender qué es lo que tiene que ver Sebastián con este hombre —dijo Paula—. No es más que un niño.


—Su padre era pescador.


—Sí.


—Parece ser que la mayoría de los pesqueros de Murmansk venden sus capturas a barcos-factoría extranjeros —explicó Locatelli—. De allí, los cajones de pescado son distribuidos por todo el mundo. Es un excelente medio para hacer contrabando de droga.


—Borya jamás habría aceptado negociar con narcotraficantes. Era demasiado orgulloso para… —de repente Paula se quedó sin aliento y tuvo que apoyarse en la mesa para sostenerse—. ¡Eso es! Borya…


Pedro le pasó su brazo libre por los hombros y la atrajo hacia sí. Paula se apoyó en él, agradecida por su contacto. No quería terminar de formular el pensamiento, pero las piezas de aquel puzzle estaban encajando con demasiada rapidez.




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