domingo, 26 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 21




De repente maldijo para sus adentros. No podía perder de vista sus prioridades. Se aclaró la garganta.


—Mientras Sebastián está ahí dentro… quería hablar contigo de algo, Paula.


—¿De qué se trata?


—¿Desde cuándo quieres ser madre?


—¿Qué?


—Verás… durante años, mi ex esposa y yo planeamos tener una familia. Yo tenía muchas ganas de ser padre, pero… bueno, sólo quería saber cuándo empezaste a plantearte la posibilidad de ser madre, o al menos de ejercer como tal. Tú no has estado casada, ¿verdad?


—No.


—¿Por qué no?


Se volvió en el banco para mirarlo de nuevo. 


Ese día se había puesto sus pulseras. La brisa marina agitó el borde de su falda. Pedro tuvo que hundir las manos en los bolsillos para reprimir el impulso de tocarla.


—Me doy cuenta de que es una pregunta muy personal. Pero creo que es relevante.


—Yo sabía que el matrimonio no estaba hecho para mí desde la primera vez que tomé un lápiz y dibujé una flor silvestre.


—¿Y eso?


—Para comprenderlo, tendrías que ver Murmansk en invierno. Es… oscuro. Yo anhelaba el color, la belleza.


—¿Pero qué tiene eso que ver con quedarse soltera?


—Sentía la necesidad de hacer cosas hermosas. Por eso comencé a diseñar ropa. Empecé tiñendo o alterando las prendas usadas que me daba Olga y descubrí que tenía talento para ello. Mi hermana estaba contenta viviendo allí y siendo la mujer de un pescador, como nuestra madre, pero yo quería otra cosa. Por eso me fui a Moscú a estudiar diseño y me dediqué a hacerme un nombre en el mundo de la moda.


—¿Me estás diciendo que tu carrera te mantuvo demasiado ocupada para que pudieras pensar en casarte?


Paula frunció los labios.


—Si te contesto que sí, me dirás que entonces también estaré demasiado ocupada para ser madre. ¿Es a eso adónde quieres llegar?


—En cierta manera, sí. Pero me doy cuenta de lo mucho que representaba para ti encontrar a Sebastian, y lo mucho que lo quieres.


—Lo quiero con todo mi corazón.


—Y puedo ver también lo mucho que él quiere a su tía. Sólo me estaba preguntando si habías reflexionado a fondo sobre las implicaciones de convertirte en madre.


—¿Qué implicaciones? Yo lo quiero y él me quiere a mí. Eso es suficiente para cualquier relación. Los detalles ya se resolverán sobre la marcha.


La concepción que tenía Paula sobre las relaciones era demasiado simple, además de equivocada. Ningún compromiso podía sustentarse únicamente sobre sentimientos. El amor nunca era suficiente. Tenía que haber también esfuerzo y planificación, decisiones largamente sopesadas y un empeño continuado por hacer que la relación funcionara.


Pero no era del amor de lo que quería hablarle Pedro. Sacó una mano del bolsillo y le tocó un codo.


—Escucha, Paula, tú siempre serás la tía de Sebastián, y él siempre será tu sobrino. Yo no pretendo cambiar eso.


—Quieres quitármelo.


—Paula, en primer lugar, tú nunca lo tuviste. Sólo lo visitabas unas pocas veces al año. Tú misma me dijiste que no necesitabas ver a tu familia para sentir su presencia en tu corazón.


—Sí, pero…


—¿Significaría una gran diferencia que fueras a Burlington a visitarlo en vez de a Murmansk?


Paula se irguió. Pedro sabía que estaba a punto de pronunciar uno de sus largos discursos, así que se apresuró a ponerle un dedo en los labios.


No fue una buena idea. El contacto de su boca le aceleró insoportablemente el pulso. Fijó la mirada en el lugar donde la estaba tocando: no llevaba carmín, el color rosado de sus labios era natural.


Presionó levemente con el pulgar su labio inferior, preguntándose qué se sentiría al besarla…


—Creo que deberías retirar esa mano, Pedro —murmuró, acariciándole el dedo con su aliento.


Pedro alzó la mirada hasta sus ojos.


—O tú retirar la cabeza, Paula.


Continuó inmóvil. A pesar de la luminosidad del día, se le habían dilatado las pupilas. Entornó los párpados en una expresión de desafío.


A manera de respuesta, Pedro deslizó el pulgar todo a lo largo de su labio inferior y le acarició la barbilla. No había llevado la cuenta del número de veces que la había tocado últimamente, pero recordaba cada una. ¿Sería ella consciente del efecto que le producía?


Dudaba, sin embargo, que quisiera tentarlo de una manera deliberada: sencillamente formaba parte de su propia expresividad. Era una mujer apasionada, nada acostumbrada a la contención. Se preguntó cómo sería si pudiera canalizar toda aquella pasión en algo mucho más placentero que discutir con él…


La imagen lo asaltó sin previo aviso. Paula con la falda levantada hasta la cintura, enredadas las piernas en sus caderas. Su melena derramada sobre el banco, sus labios temblando bajo los suyos…


Maldiciendo entre dientes, dejó caer la mano. 


Aquélla era la clásica fantasía de un adolescente. Y él era un hombre de treinta y cinco años, serio y responsable. Un padre. 
Debería dominar mejor sus pensamientos.


Paula parpadeó varias veces y luego se retiró al otro extremo del banco.


—Yo nunca me habría quedado satisfecha sólo con eso.


Por un instante Pedro llegó a pensar que le había leído el pensamiento y había compartido la misma fantasía. Desde luego, él tampoco se habría quedado satisfecho con un apresurado manoseo en un banco. Necesitaría intimidad, una cama y varias horas por delante, quizá varias noches…


Aspiró profundamente y se obligó a volver a la realidad.


—Antes de que deseches la idea de visitarnos, piénsalo, ¿de acuerdo? Llevo años preparándome para criar y educar a un niño. Lo tengo todo preparado. Tú, en cambio, tendrías que trastornar completamente tu rutina para hacerte cargo de él. ¿Por qué no dejamos las cosas tal y como están?


—¿Y tú me lo preguntas? ¿Es que no has escuchado nada de lo que te he dicho durante estos cuatro últimos días?


—Lo único que te estoy pidiendo es que pienses en ello —le señaló la sala donde estaba jugando Sebastian—. ¿Ves lo bien que se lo está pasando, sin que tú tengas que estar a su lado? A veces la renuncia es la mejor forma de amor.




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