domingo, 26 de julio de 2020
CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 22
Paula paseaba de un lado a otro del salón de su suite, con el teléfono pegado a la oreja.
—Quiero que hagas todo lo que sea necesario, Rodolfo. No me importa lo que me cueste, pero impide de una vez que ese hombre se lleve a mi sobrino.
—Estoy trabajando en ello, Paula.
—Necesitamos algo ahora. Seguro que conoces algún truco de abogado que…
—¿Qué ha pasado? ¿Es que le ha hecho daño a Sebastian?
—No, por supuesto que no.
—Podríamos pedir un mandamiento judicial en caso de que el niño se encontrara en peligro inminente.
—No es el caso. Pedro se porta maravillosamente con él.
—¿Entonces a qué viene tanta urgencia? Yo creía que seguías esperando a que cambiara de idea…
—Sí, pero me temo que va a ser más difícil de lo que esperaba. Es muy… —buscó la palabra adecuada. «Persuasivo». «Encantador»— perseverante. Decidido. Testarudo.
—Y yo que creía que no teníais nada en común… —comentó Rodolfo, irónico.
—Y no lo tenemos. La terquedad de Pedro le viene de la cabeza, no del corazón. Me propuso un trato privilegiado de visitas a Sebastian. Pensó que me conformaría con eso.
—Es una jugada inteligente. Demuestra una tendencia al compromiso.
—Fue un insulto. ¿Cómo se atreve a arrojarme sus migajas? Me suelta sermones como si fuera un profesor. Es un profesor. Cree que no sería una madre adecuada para Sebastian. Me dijo que podría visitar a Sebastián en Vermont tan a menudo como lo hacía en Murmansk. Como lo había hecho con Olga.
—Estoy seguro de que no pretendía insultarte.
—¿De qué lado estás tú, Rodolfo?
El abogado se quedó por un momento en silencio.
—Eso no necesitas preguntármelo.
—Lo siento. Sé que al final se te ocurrirá algo.
—Hay una cosa…
—¿Qué?
—Se trata del error cometido con el apellido de Sebastian. Los documentos originales que preparó el abogado de Alfonso tuvieron que ser corregidos.
—Sí, ya me lo dijo él.
—Cuanto más papeleo, más posibilidades tendremos de encontrar otros errores. Quizá podríamos seguir esa estrategia por el momento, en vez de impugnar la propia adopción.
—No entiendo.
—Si pudiéramos localizar algún descuido en los documentos, un juez podría declararlos no válidos.
—¿Eso anularía la adopción?
—No la adopción, sino los documentos de viaje.
—¿Qué quiere decir eso?
—Si los documentos de viaje de Sebastian son invalidados, Alfonso no podrá llevarse a tu sobrino a Estados Unidos.
Paula se detuvo en seco:
—Entonces Sebastian tendría que regresar a Rusia hasta que se resolviese el pleito, ¿verdad?
—Sí.
—Rodolfo, eso es perversamente brillante.
—Sólo sería una solución temporal, Paula. Y tampoco puedo prometerte que lo consigamos, ya que nos queda muy poco tiempo. Y si Alfonso decide abandonar el crucero antes de tiempo y llevarse a Sebastian directamente a casa antes de que yo pueda hacerme cargo de los papeles, entonces legalmente no tendremos nada que hacer.
—No lo abandonará antes de tiempo. Sebastián está disfrutando mucho y Pedro aún cree que puede convencerme.
—¿Entonces sigo adelante?
Paula no supo por qué dudó. Cuando Pedro se mostró de acuerdo en discutir con ella de la custodia de Sebastián, no dejaron sentada ninguna regla. En realidad, no sería jugar sucio. Además, Pedro ya lo había hecho cuando se aprovechó de un error burocrático para arrebatarle a su sobrino.
—Sí —respondió al fin—. Adelante, Rodolfo. Haz todo lo que sea necesario —terminó la llamada, lanzó el auricular sobre el sofá y se sentó en el sillón.
«A veces la renuncia es la mejor forma de amor». Aquella frase de Pedro se le había quedado grabada. Pero el comentario era absurdo: ¿cómo podía demostrar el amor que sentía por su sobrino renunciando a él? ¿Qué clase de mujer sería si renunciaba? ¿Cómo podía concebir siquiera el pensamiento de despedirse de Sebastian? Él era su único familiar. Si renunciaba a Sebastian, se quedaría sola. Dejándolo ir, solamente demostraría una cosa: que Olga siempre había tenido razón. Que no valía para ser madre.
Pedro era un hombre muy persuasivo. Y también sabía mucho sobre cómo educar a un niño. Pero, por lo que se refería al amor, estaba absolutamente equivocado. El amor no tenía nada que ver con la renuncia. Entendía su posición, ya que al fin y al cabo su propia madre biológica había renunciado a él. De su matrimonio no le había dicho nada, pero sospechaba que era su esposa quien había cortado la relación, y no al revés. Era demasiado responsable para romper cualquier compromiso por iniciativa propia.
Si Paula alguna vez llegaba a amar a un hombre, jamás renunciaría a él. De hecho, lo seguiría hasta el fin del mundo. Y no necesitaría ni de su trabajo ni de su dinero para ser feliz: se conformaría con poder ver cada día aquellos ojos y aquella sonrisa que…
Lentamente se deslizó del sillón al suelo. Y hundió la cara entre las manos. Era por eso por lo que le había pedido a Rodolfo que no vacilara en hacer todo lo posible por recuperar a Sebastian.
Porque cuanto más tiempo pasaba con Pedro, más confundida se sentía. Aquel hombre tenía una sonrisa que podía vencer su resistencia. Y la atracción, en vez de disminuir, parecía aumentar a cada minuto.
Intentó decirse que la culpa la tenía la soledad, la cercanía, las hormonas, el deseo… quizá incluso toda aquella atmósfera de vacaciones. A excepción de sus viajes a Murmansk, Paula nunca se tomaba vacaciones. Su trabajo era su vida. Esos días en el barco le estaban dando demasiado tiempo para pensar. No era de sorprender que Pedro le estuviera produciendo aquel efecto.
Pero no era amor. Definitivamente, no. Ni siquiera ella era tan imprudente o insensata como para conceptuarlo así.
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