viernes, 19 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 13





—Paula, quédate quieta. Ya te tengo. Quédate quieta.


Aquel animal la estaba agarrando de nuevo. 


Logró lanzarle una patada, pero su pie tropezó contra la arena. Estaban volviendo a la costa, mientras él le sostenía la cabeza fuera del agua

.
—Así —le dijo al ver que escupía agua—. Límpiate los pulmones. Así. Déjame ayudarte —le sostenía la cabeza por la frente, para que pudiera toser y expulsar todo el agua que había tragado.


Una vez que pudo respirar de nuevo, aturdida, con la mirada borrosa, le espetó:
—¿Por qué me sigues? ¿Por qué me haces esto? —intentó apartarse, pero él la retuvo junto a sí.


—Escúchame bien, Paula. No fui yo quien intentó matarte, y deberías estarme agradecida de que te estuviera siguiendo. De no haber sido así, ahora mismo estarías haciéndoles compañía a los peces.


—Aléjate de mí. Ahora —intentó gritar, pero él le puso una mano en la boca.


—¿Quieres callarte y escucharme de una vez? Soy agente del FBI y no pretendo matarte. Lo que pretendo es evitar que otro lo haga. Y menos mal que he aparecido a tiempo.


Estaba loco. Nadie quería matarla excepto aquel lunático. Se sentía débil y la cabeza le daba vueltas, pero tenía que alejarse como fuera de aquel hombre.


—Voy a retirar la mano de tu boca, pero no grites.


Paula empezó a toser de nuevo: el sabor del agua del mar le daban ganas de vomitar. 


Cuando al fin dejó de toser lo empujó; estaba tan débil que el esfuerzo fue inútil.


—Paula, tienes que escucharme. No te estoy mintiendo. Soy del FBI. Tienes que confiar en mí —la apretaba con fuerza contra su pecho. Tenía la boca muy cerca de su oído—. Te llamas Paula Chaves. Trabajas en Lannier. Tu supervisor es Joaquin Hardison. El bebé que llevas es de Juana Sellers Brewster.


—¿Por qué me investigas?


—No te estoy investigando. Estoy investigando la explosión que mató a Benjamin y a Juana Brewster. Procura relajarte. Voy a llevarte en brazos a casa y a meterte en la cama. Sí necesitas un médico, llamaremos a uno. Pero no puedes decirle a nadie que yo soy del FBI, ni por qué estoy contigo —y la alzó en brazos como si fuera una pluma.


¿Relajarse? Era inútil. Estaba viviendo una pesadilla. Al cabo de un segundo se despertaría y aquel hombre se evaporaría de pronto. Pero, por el momento, se sentía terriblemente cansada y mareada. Apoyó la cabeza contra su hombro. 


Tenía el pelo empapado, y él también. Gotas de agua resbalaban por su cuello y su pecho musculoso. El viento le azotaba la ropa mojada, pero estaba demasiado débil para sentir el frío.


—Voy a dejarte de pie —le dijo cuando se detuvo ante la puerta de El Palo del Pelícano—. Agárrate a mí, si quieres, y dame la llave para que pueda abrir la puerta.


Paula rebuscó en sus bolsillos. No encontraba la llave.


—Ve a buscar el móvil que llevo en el coche. Llamaré al ama de llaves para que venga a abrir.


—Pero entonces tendremos que inventarnos una historia creíble que explique cómo es que nos encontramos en este estado.


—Tú puedes esconderte mientras ella esté aquí. Le diré que me caí al agua.


Paula se apoyó en la puerta mientras él iba a buscar el teléfono. Un minuto después estaba hablando con Florencia.


—Florencia, se me perdió la llave cuando estaba en la playa. He pensado que quizá Leo o tú podríais venir a abrirme…


—No hay necesidad. Hay otra llave escondida debajo del tercer escalón del porche. Búscala, y si no la encuentras te mandaré a Leo con mi copia.


Le repitió las instrucciones a Pedro, temblando de frío. Pedro subió los escalones, encontró la llave y abrió la puerta. Cuando intentó ayudarla a entrar, ella lo rechazó.


—Creo que deberías llamar a un médico. A lo mejor necesitas que te hagan una revisión en el hospital.


—Pensará que lo que necesito que me revisen es la cabeza, por haberme metido en el mar estando embarazada de ocho meses.


—En eso yo no podría menos que estar de acuerdo, porque te vi cuando te metías en el agua hasta las rodillas.


Aquel hombre había estado observando hasta el menor de sus movimientos. La había estado siguiendo, tal y como ella había sospechado. 


Tendría que aprender a confiar más en sus intuiciones.


—¿Cómo te sientes? —le preguntó mientras la hacía sentarse en una silla—. ¿Te duele algo?


—Me siento como si acabara de pasarme un camión por encima —se llevó una mano al vientre—. Pero no siento contracciones ni ningún dolor en especial. Y el bebé seguía moviéndose cuando me trajiste en brazos hasta aquí.


—El agua probablemente actuó de amortiguador de los movimientos bruscos.


—¿Por qué supones que alguien asesinó a mis amigos?


—Primero necesitas quitarte esa ropa empapada.


Paula miró las escaleras y soltó un gemido. No creía tener suficiente energía para subirlas.


—¿Tienes la ropa arriba? —al ver que asentía, le propuso—: ¿Por qué no te quedas aquí y me dejas que te baje una bata?


Si aceptaba, tendría que quedarse en compañía de aquel tipo… vestida únicamente con una bata. Pero la opción de quedarse con la ropa empapada no era mucho mejor: se le había pegado al cuerpo, delineando su vientre prominente y las puntas de sus pezones.


—Está en el cuarto de baño… la tercera puerta a la derecha —le indicó—. Es azul. Seguro que la encuentras.


Pedro subió los escalones de dos en dos, probablemente temeroso de que Paula aprovechara ese momento para llamar a la policía. Y por una parte tenía ganas de hacerlo, aunque por otra todo lo que le había dicho hasta ese momento empezaba a cobrar sentido. Si hubiera sido él quién intentó matarla en la playa hacía tan solo unos minutos, no habría tenido ninguna razón para detenerse. Y si no estuviera con el FBI, ¿cómo podía saber que el bebé que llevaba en sus entrañas era de Juana?


Aun así, tenía muchísimas preguntas. Y quería respuestas.




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