jueves, 7 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 26





Cuando fueron a su casa, Pedro le describió el sistema de alarma que le parecía más conveniente y le dijo que podía quedar instalado al día siguiente. Paula aceptó. Luego le preguntó si guardaba cosas de valor allí. ¿Tenía una caja de seguridad? ¿Guardaba joyas o dinero en su armario archivador? Ella rio con ironía y le preguntó cómo sabía que el sospechoso planeaba convertirse en ladrón.


Él se negó a picar el anzuelo y se limitó a preguntar:
—¿Mantienes siempre cerrado el archivador?


—Sí. ¿Ves?


Sin volverse a mirar el armario, que se hallaba tras ella, Paula estiró el brazo y tiró con fuerza del cajón superior. Era obvio que esperaba encontrar la resistencia de la cerradura, pero no fue así y estuvo a punto de perder el equilibrio.


Pedro la sujetó y, al sentir su calidez, notó que el corazón le latía con más fuerza. Su cuerpo reaccionaba de una forma sorprendentemente veloz con aquella mujer.


Pero Paula parecía mucho más afectada por el hecho de que el cajón se hubiera abierto que por el contacto de las manos de Pedro en sus hombros.


—Que raro —murmuró—. Te aseguro que suelo mantenerlo cerrado.


—¿Y dónde guardas las llaves?


—Una la tengo en el llavero, y la otra la guardo en esta pequeña... —Paula se interrumpió y miró una cajita que se hallaba en una estantería junto al armario—. No están aquí.


—Están aquí —Pedro alargó una mano y tomó una llave que se hallaba en la estantería, tras la caja—. ¿Las tiraste y fallaste?


—Si lo hice... No, no lo hice. Recuerdo que cerré el cajón —Paula se puso a caminar de un lado a otro de la habitación mientras pensaba en aquello—. Fue hace más o menos una semana. Lo recuerdo porque el teléfono sonó cuando estaba a punto de girar la llave. Cuando terminé de hablar me aseguré de volver a cerrar el cajón y luego metí la llave en la cajita...


Al ver que se ponía pálida, Pedro dejó de preocuparse por su seguridad personal y se preguntó si habría comido algo.


—Voy a preparar algo de comer —dijo—. Luego nos centraremos en lo demás. ¿Tienes la sensación de que ha entrado alguien?


—¡Lo sé, Pedro! Lo sé. No sé si falta algo, pero estoy segura de que alguien ha revisado estos cajones.


—Y estás enfadada, ¿no? —preguntó él, sabiendo que no era así—. Antes has dicho que estabas enfadada por lo que estaba pasando.


Paula dio un paso hacia él y lo miró a los ojos.


—No —contestó—. ¡Esta vez estoy asustada!


Tal vez fue la atracción de sus ojos azules, o su tembloroso labio inferior, pero Pedrol supo que tenía que tocarla.


No estaba seguro de que fuera a bastarle con tocarla, pero al menos sería un comienzo. 


Deslizó las manos sobre el suave tejido de su jersey y las dejó apoyadas en sus costados. 


Luego inclinó la cabeza en busca de sus labios.


Solo un pequeño beso. Nada más, se prometió. 


Solo para consolarla, no para seducirla.


Pero no funcionó. Paula dejó escapar un delicado gemido que debió empezar como una protesta, pero que dejó de serlo enseguida. Ella también quería aquello.




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