viernes, 8 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 27





Pedro la besó una, dos, tres veces. A la tercera dejó de pensar y de decirse que aquello estaba mal.


No podía estar mal. ¿Cómo iba a sentirse tan bien si estuviera mal? Paula entreabrió los labios y echó la cabeza atrás a la vez que lo sujetaba con fuerza por el jersey justo por encima de los pantalones, como si le estuviera pidiendo más.


Y él le dio lo que quería. Deslizó los labios por sus mejillas y su mandíbula hasta su cuello. El escote del jersey que llevaba era suelto y abierto, pero no lo suficiente. Pedro no podía llegar con la boca más allá de su clavícula, pero estaba deseando alcanzar sus pechos, tocarlos, sentir su calidez, su peso, su plenitud...


Paula llevaba una segunda prenda bajo el jersey, algo sedoso y elástico que ceñía su cuerpo y descansaba en sus hombros con dos finas tiras. Pedro deslizó las manos sobre la prenda y encontró lo que buscaba.


Paula se estremeció cuando la tocó y gimió de nuevo cuando acarició con los pulgares a través de la tela sus sensibles pezones, que se endurecieron al instante.


Maravillado ante la evidencia de su deseo, Pedro mantuvo las manos donde las tenía, explorando, palpando, acariciando. Se inclinó hacia delante, tomó en los labios una tira del sujetador y la de la otra prenda y tiró de ellas hasta que se deslizaron por los hombros de Paula. Entonces, la plenitud de sus firmes pechos se derramó sobre las manos de Pedro.


—Quiero protegerte, Paula —susurró mientras la acariciaba—. Quiero cuidarte.


—Solo bésame.


Pedro la besó apasionadamente durante lo que parecieron minutos. Cuando su necesidad empezó a exigirle más, acercó los labios a su oreja y susurró:
—Quítate el jersey. Y la otra prenda de seda. Por favor. Quiero verte. Quiero tocarte y saborearte sin que nada se interponga entre nosotros.


Sus palabras rompieron el embrujo para ambos. 


Paula ya había dado un paso atrás y estaba a punto de quitarse el jersey, pero, de pronto, se quedó paralizada, movió la cabeza y apoyó las manos protectoramente sobre su vientre.


Cuando Pedro alargó una mano hacia ella fue para subir el jersey que se había deslizado de su hombro, no para seguir acariciándola. Sin duda alguna, Paula tenía razón.


—No necesitamos esto, Pedro —dijo ella con la respiración aún agitada—. Lo sabes tan bien como yo. Por algún motivo, nuestros cuerpos creen que sí, pero están equivocados.


—¿Por qué están equivocados? —Pedro necesitaba oírlo de labios de Paula. Tal vez así se convenciera.


—Porque construir entre ambos algo real, algo que importe, sería como construir un edificio de cincuenta plantas sobre un pantano. Aún no sé cómo quiere relacionarse Benjamin con su hijo, si es que llega a relacionarse de alguna manera. Además, está el tipo de los anónimos, sea quien sea. Y tú... tú también tienes bastantes complicaciones personales en estos momentos. Ninguno de los dos está preparado ahora mismo para nada más que una aventura fugaz, y no pienso hacerme eso ni a mí misma ni al bebé.


—Paula... —empezó Pedro.


—Si vas a discutir lo que he dicho —interrumpió ella—, contesta antes a algunas preguntas.


—¿Qué preguntas?


—¿Hasta qué punto te fías de mis emociones? ¿Y de las tuyas?


—No me fio nada ni de las tuyas ni de las mías. Pero no iba a discutir contigo, Paula. Tienes razón. No sé si seré capaz de encontrar con otra mujer la confianza que debería haber sentido con Barby, si podré ofrecerle lo que debería haberle ofrecido a ella. El mero pensamiento de tener que generar todo eso me agota.


—Te entiendo —dijo Paula—. Cuando lo has intentado con alguien y no ha funcionado te sientes cansado. A mí me sucede lo mismo.


—A veces pienso que todo sería más fácil si fuéramos como algunos animales, si hubiéramos podido estar juntos la noche del accidente, si hubiéramos podido unir realmente nuestros cuerpos para luego seguir cada uno su camino. En lugar de ello sentimos este absurdo anhelo porque lo sucedido signifique algo. Pero tienes razón. No significa nada. No puede significar nada. Pero no podemos aceptarlo, lo cual resulta incómodo, ya que vamos a tener que pasar bastante tiempo juntos. Lo siento. No debería haberte besado ahora.


—No —dijo Paula—. Cuando no debiste besarme fue hace seis meses.


—Tienes razón —asintió Pedro—. No volveré a hacerlo.


—Me parece bien —contestó ella.


También le parecía bien la crudeza con que Pedro había analizado la necesidad que manifestaba el uno por el otro, aunque de la misma manera que le habría parecido bien que le dieran una ducha de agua fría o le pusieran una inyección. Eran cosas que se agradecían a la larga.


—Antes te has puesto pálida —continuó Pedro—. Me preocupa el efecto que esté teniendo todo esto sobre ti —señaló el cajón del archivador, que seguía abierto—. Son más de las seis y luego tengo una reunión, de manera que mamá se quedará esta noche en casa con los niños. ¿Qué te parece si pedimos algo de comer y luego nos ponemos de acuerdo respecto al nivel de protección que necesitas?


Paula asintió en silencio, demasiado agotada como para protestar por nada.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario