jueves, 7 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 25



¡Diablos!


¡Paula debería ser capaz de decir la palabra «desnuda» sin hacer que su cuerpo se pusiera en alerta roja!


La noche anterior debería haberle bastado para apagar sus ardores. Cualquier recordatorio de lo infelices que habían sido Barby y él debería ser suficiente para hacerle desistir de la idea de una nueva relación con una mujer. 


Permanentemente.


Pero no había sido así. El que Paula hubiera entendido lo que le había contado y además hubiera visto alguna similitud con lo sucedido entre ella y Benjamin había resultado relajante. 


Se sentía con el ánimo más ligero aquel día, y totalmente centrado en el tema de cómo protegerla.


El problema era que, cuanto más conocía sus rutinas, más cuenta se daba de que no solo necesitaba alarmas y cámaras de vigilancia. Lo necesitaba a él.


O a un guardaespaldas, básicamente. Tenía donde elegir en su empresa, pero sabía que Otis Chaves no aceptaría. Él no quería el trabajo, de manera que no tuvo más remedio que preguntarse si lo estaría haciendo correctamente.


—Esta es la sala donde damos las clases —dijo Paula mientras señalaba un estudio acristalado donde estaban dando una clase.


Lo mejor que podía decirse del lugar era que no daba directamente a la calle o al aparcamiento, pero cualquiera que se colara en recepción podría romper el cristal con un ladrillo o entrar directamente en la sala.


Pedro se debatía en la duda. ¿Estaba protegiendo a Paula tan solo contra la clase de cosas que le habían sucedido de momento, o debía pararse a considerar otra clase de amenazas peores? ¿Y hasta qué punto debía tener en cuenta el hecho de que, esencialmente, ella no lo quería allí?


Suspiró.


—¿Dónde sueles ponerte normalmente?


—¿Disculpa?


—¿Qué lugar sueles ocupar en la clase? ¿Delante? ¿Detrás?


—Supongo que en alguno que queda libre cuando llego. No había pensado en ello.


—De ahora en adelante, mantente alejada del cristal y lo más cerca posible de una pared sólida. No permanezcas más tiempo del necesario en el vestuario sí hay poca gente. Hay una piscina exterior, ¿no?


—Sí. Se puede ver desde la terraza de la cafetería —Paula se encaminó en aquella dirección y Pedro la siguió.


—Evita la terraza. Utiliza la piscina interior. Si alguien quiere acceder a ti, no hay que ponerle fácil la huida.


—Odio todo esto.


—Lo sé.


Pedro suspiró y estuvo a punto de decirle que aquella no era la mejor protección que podía ofrecerle. Pero, dada la actitud de Paula, sabía que sería la única que aceptaría.


—Trata de variar tus horarios, y los lugares en que aparcas. Todo lo que te estoy diciendo es obvio. Solo tendrás que acostumbrarte a pensar de esa manera.


—¡Qué divertido! Porque no puede decirse que en estos momentos de mi vida tenga otras cosas en qué pensar.


Paula habló en tono irónico mientras salía a la terraza desde la que se veía la piscina. Apoyó los brazos en la barandilla.


—Supongo que es obvio, pero está cerrada durante el invierno. Una cosa menos de la que preocuparnos. ¡Menos mal!


Pedro pensó que había llegado el momento de hablar.


—Hay una alternativa.


—Ah, ¿sí?


—Sí. Protección personal durante las veinticuatro horas. Yo, cuando sea posible. Alguna de las personas que trabaja para mí cuando no sea así.


—No. ¡No!


Pedro se encogió de hombros.


—Es tu elección.


—Pero no sería la de mi padre, ¿verdad?


—Supongo que no.


—En ese caso no se lo diremos. Sé por experiencia que sabes guardar un secreto cuando quieres.


No había duda de que podían presentar un frente unido y simular ante el padre de Paula que todo estaba bajo control, pero Pedro sabía que Otis tenía razón.


—¿Es este un momento de tu vida en el que estás dispuesta a correr riesgos?


—El sospechoso, la sospechosa, la pareja, o lo que sea, solo trata de asustarme. Más que asustada estoy enfadada.


—¿Y el bebé?


La expresión de Paula se endureció.


—¿Qué pasa con el bebé?


—¿Qué porcentaje de riesgo estás dispuesta a correr en lo referente a su seguridad? ¿Un diez por ciento? ¿Un veinte? ¿Conduces sin cinturón de seguridad? ¿Cuánto alcohol bebes?


—No estoy dispuesta a correr ningún riesgo. ¡Eso ya lo sabes! Hace seis meses viste cómo me desmoroné ante la posibilidad de perder a mi bebé. ¡Ningún riesgo!


—Tal y como estamos enfocando las cosas no puedo garantizarte eso. ¿Y no te parece que el hecho de que tu seguridad esté amenazada es lo mismo que si lo estuviera la del niño?


—¡No puedo pensar en eso ahora! —Paula cerró los ojos.


—Tienes que hacerlo.


—Vamos a terminar de visitar el gimnasio. También querías ver la iglesia a la que voy y luego volver a mí casa. Después pensaré.


—De acuerdo.


—Tengo frío —Paula se cruzó de brazos y empezó a deslizar las manos por las mangas de su jersey azul, pero Pedro intuyó que su frío era más emocional que físico.


Condujeron hasta la iglesia, que estaba en las afueras y a la que no asistía casi nadie los domingos. A Pedro no le hizo gracia.


—¡Ahora voy a tener que dejar de ir a la iglesia! —protestó Paula al ver su expresión.


—Cambia de iglesia. Quédate con tu padre en New Jersey y asiste a la suya.


—Él no va todos los fines de semana. Tiene una amiga en Nueva York y últimamente pasa mucho tiempo con ella.


—Entonces ven a la iglesia a la que voy yo. Está en un lugar más seguro.


Paula no contestó y Pedro se preguntó si no se habría precipitado con su sugerencia. Lo más probable era que Paula no se presentara.





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