domingo, 3 de mayo de 2020

SU HÉROE. CAPÍTULO 14




Pedro se interrumpió al ver que ella giraba sobre sus talones y se encaminaba de nuevo hacia la salida. Bajo el abrigo abierto de cuero negro, el vestido de premamá que llevaba puesto ceñía su figura con un delicioso énfasis que él trató de ignorar. Desde atrás no habría podido adivinarse que estaba embarazada, y el guardia de seguridad estaba totalmente en lo cierto respecto a sus piernas.


—... espacio —concluyó, aún sabiendo que ella no podía oírlo. También sabía que estaba llorando.


Estupendo. Debía reconocer que Paula tenía razón respecto a casi todo. Emocionalmente, él había estado protegiendo su trasero y ocultándose de su culpabilidad. Pero era mejor dejar que ella pensara aquello, que le negara motivaciones más honorables, y que su enfado los protegiera al uno del otro.


¿Proteger? ¿Por qué?


Pero Pedro conocía la respuesta a su propia pregunta. Porque, quisiera reconocerlo o no, el calor que se había generado entre ellos aquella noche aún no había remitido. Paula Chaves acababa de despertar sus sentidos y su deseo simplemente con tocarle el brazo.


Pero no quería ponerse a indagar en aquellas reacciones. Ya había metido bastante la pata en su percepción de la mujer con la que se había casado. Pasaría mucho tiempo antes de que volviera a fiarse de sus percepciones en aquel aspecto. Por otro lado, tampoco quería aquel enfado y distanciamiento. ¿Acaso no podían hacerlo mejor dos adultos como ellos?


—¡Paula! —gritó tras ella, pero ya había salido del edificio.


Cuando salió a la plaza vio que avanzaba con paso firme hacia el parking.


—¡Paula! —volvió a gritar, pero ella hizo caso omiso.


Pedro echó a correr y la alcanzó cuando estaba a punto de pulsar el botón del ascensor.


—¡Eh! —dijo, y alargó una mano hacia ella. Gran error.


Paula interpretó su movimiento como una agresión y, cuando él tomó la mano con la que iba a pulsar el botón, alzó la otra y se dispuso a abofetearlo en la mejilla. Pero él fue más rápido y la sujeto justo a tiempo. Hasta entonces no había visto con tanta claridad sus ojos, que en aquellos momentos echaban chispas. A pesar de las lágrimas, eran preciosos. Parecían dos piedras preciosas exóticas.


—Suéltame —dijo ella en tono imperioso.


—Estás equivocada respecto a mis motivos.


—¡He dicho que me sueltes!


Pedro hizo lo que le pedía y ella apoyó los brazos sobre su vientre a la vez que se frotaba las muñecas como si le hubiera hecho daño.


—Y yo he dicho que estás equivocada respecto a mis motivos —repitió Pedro con mucha más suavidad—. Lo siento, Paula.


¿Le habría hecho daño? Probablemente. En su precipitación, la había sujetado con más fuerza de la que pretendía. Alargó una mano y trató de frotarle las muñecas, pero ella negó con la cabeza.


—Estoy bien —todavía seguía protegiendo inconscientemente a su bebé, y había algo fiero y fuerte en ella a pesar de su vulnerabilidad.


—¿Podemos hablar? —preguntó Pedro.


—Tenemos una reunión el lunes, ¿no? —Paula se volvió para llamar al ascensor, pero justo en aquel momento alguien lo llamó desde otra planta.


—No puedo esperar hasta entonces —contestó él— ¿Qué pensaría tu padre si sintiera la hostilidad que manifiestas hacia mí?


—Pensaría que no quiero que trabajes conmigo. ¿Te supondría algún problema? ¡Porque es un hecho!


—No pienso dejar a tu padre en la estacada. Si él no hubiera logrado llevar al mío al hospital de campaña durante la guerra, mi padre habría perdido ambas piernas. Mi padre nunca tuvo oportunidad de pagar su deuda.


—Pero tú sí —contestó Paula—. Me la pagaste a mí bajo aquella pila de ladrillos.


—Aquella noche no hice más por ti que tú por mí. Fue recíproco. Nos cuidamos mutuamente.


Las puertas del ascensor se abrieron y salió un hombre vestido con una chaqueta azul del que hicieron caso omiso.


—Si puedo corresponder a tu padre cuidando de ti, buscando modos de protegerte de ese miserable que te amenaza, Paula, lo haré.


—Yo no te necesito en mi vida y tú no me necesitas en la tuya —Paula mantenía el botón del ascensor apretado, de manera que las puertas no se cerraran—. Fuiste tú el que insistió en eso hace seis meses, y si era verdad entonces, ahora lo es aún más. Voy a tener un bebé pronto y voy a estar sola. Benjamin aún no ha dicho si quiere implicarse de algún modo en su crianza. Mis abogados ya están preparados por si se le ocurre reclamar su custodia. Lo último que quiero o necesito ahora en mi vida es un hombre —entró en el ascensor como dando a entender que la conversación había terminado, pero Pedro la siguió porque estaba equivocada. La discusión no había acabado, ni mucho menos.


—¿Quién está hablando de que vaya a haber un hombre en tu vida? Esto es un trabajo. Te aseguro que mi vida también es bastante compleja. Haremos lo que tu padre diga y luego cerraremos la historia. Eso es todo.


Las puertas del ascensor se cerraron y Paula pulsó el botón de la tercera planta.


—Lo que quiere mi padre, Alfie, y de ahora en adelante te voy a llamar Pedro, es que compruebes mis rutinas durante al menos una semana, o tal vez más, que averigües cada detalle de cómo paso el tiempo, a dónde voy, con quién y si es seguro. Si crees que eso no implica cercanía...


—Para mí, cercanía es lo que experimentamos la noche del accidente en aquel hoyo, y te prometo que eso no entra en mis planes.


—Papá va a tener que buscar a algún otro —Paula habló por encima del hombro, mientras salía del ascensor. Una vez más, Pedro la siguió.


—Quiere alguien en quien pueda confiar.


—Y claro, de pronto, tu empresa de seguridad es la única en la que puede confiar en Philadelphia, ¿no?


—Una vez se fio de Benjamin, ¿recuerdas? —dijo Pedro bruscamente. Le daba lo mismo estar dando golpes bajos—. Ambos lo hicisteis. Pero su confianza en mí alcanza a la pasada generación y, con lo preocupado que está por ti, eso es lo único que le importa. No lo convencerás de que contrate a otro, Paula.


Ella entrecerró los ojos y asintió brevemente. 


Era evidente que Pedro conocía a su padre, y tenía razón.


—En ese caso cancelaré todo el plan —dijo—. La policía está trabajando en el caso, y de momento no están preocupados. Hace una semana que no recibo ninguna carta.


—Bien —murmuró Pedro —. Ya veremos el lunes qué dice tu padre.


—Sí. Ya lo veremos.


Paula se volvió una vez más, sacó las llaves del bolsillo y se encaminó hacia su coche. Pedro, que se había quedado mirándola, vio lo que había sucedido justo a la vez que ella. Su estómago se encogió y su corazón latió con más fuerza.


—¡Oh...! —balbuceó Paula —. ¡Oh, Dios mío!


Se tambaleó y tuvo que alagar la mano para apoyarla contra el frío metal de su BMW. El coche parecía más bajo de lo habitual. Tenía las cuatro ruedas pinchadas.





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