martes, 28 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 41






Paola e Isabel habían pasado varios días planeando la cena. Además, se habían esforzado tanto para decorar la casa y obligar a todo el mundo a ponerse elegante que Paula se sentía desesperadamente culpable. No habrían podido hacer más si Pedro y ella estuvieran prometidos de verdad. De hecho, Paula empezaba a creer que sus amigas no se habían enterado de que estaban fingiendo. El novio de Isabel, Guillermo, estaba allí, y Jonathan había llevado a su última conquista, además de otros amigos comunes, de modo que la fiesta estaba muy animada. Paula hubiera querido pasarlo bien, pero no podía. Le costaba mucho concentrarse en la conversación y sólo podía pensar en volver a casa. Hizo un esfuerzo para reírse de las bromas de Jonathan, pero con Pedro sentado a su lado le resultaba imposible.


Quería abrazarlo, besarlo, obligarlo a que la sacara de allí para hacer el amor como hacían cada noche... Desgraciadamente, Paola aprovechó que había ido a la cocina para acorralarla.


–Así que ésas tenemos –dijo, sacándola de su ensimismamiento.


–¿A qué te refieres?


–Estás enamorada de Pedro, ¿verdad?


–¿Por qué dices eso? –preguntó Paula, haciéndose la tonta.


–Es evidente. Pero si ni siquiera miras a nadie más...


–Lo siento. De verdad te agradezco todas las molestias, Paola, pero...


–Pero Pedro es la única persona que te importa ahora mismo, ¿no? –sonrió su amiga.


–Bueno, estoy un poco enamorada de él...


–¿Un poco?


–No, mucho –suspiró Paula.


–¿Y él? A mí me parece que también está muy colgado contigo.


–No, no lo creo. Es un buen actor. Además, no le he dicho lo que siento y no pienso decírselo.
En cuanto Estela se marche me iré de su casa y ahí se acabará todo. Es sólo algo temporal.


–¿Y eso es suficiente para ti?


–Va a tener que serlo –suspiró ella.


La preocupó mucho la conversación. Paola la conocía mejor que nadie, pero si ella se había dado cuenta de que estaba enamorada... debía tener cuidado.


Sería horrible que Pedro lo adivinase. Lo último que deseaba era que le dijera que nunca podría amar a nadie como había amado a Ana. Ella no quería compararse con su difunta esposa.


Paula decidió que lo mejor sería mantener las distancias, pero era difícil no responder cuando la buscaba en la oscuridad o aparentar que no se alegraba al verlo en casa cada tarde. No podía ser reservada, no estaba en su naturaleza.


Y fue más difícil cuando Estela se marchó de Londres para visitar a unas amigas.


Paula se alarmó al descubrir lo agradable que era estar los tres en la casa, con Derek. Eran como una familia. A veces tenía que recordarse a sí misma que aquello terminaría pronto, que no iba a durar.


La partida de Estela significaba que podían dejar de aparentar, pero Ariana seguía tratándola de la misma forma... y Pedro también. De hecho, ni siquiera se les ocurrió que debería volver a su
habitación.


–Ya conoces a mi hermana. Cuando vuelva, seguro que insiste en buscar una fecha para la
boda –le comentó él un día.


–Pues habrá que inventar una.


–Eso es –sonrió Pedro, besándola en el cuello. 


Cada noche era más bonito. Ya tendría tiempo de estar sola cuando Estela volviese a Canadá, pensaba Paula. Además, deseaba tanto abrazarlo, sentirlo a su lado... guardaría esos recuerdos para siempre, como una ardillita guardaba nueces para el invierno.


Un día, con Ariana en el colegio y Pedro en la oficina, decidió hacer limpieza general. Al fin y al cabo, le pagaban por ser ama de llaves... aunque ella se tomase ciertas libertades.


Pasó la aspiradora, descolgó las cortinas para lavarlas y abrillantó el suelo con cera. Y entonces llegó al dormitorio de Pedro. Cada lado de la cama reflejaba sus diferentes personalidades. Mientras sobre la mesilla de Pedro sólo había un despertador, una lamparita y varias monedas que se había sacado del bolsillo por la noche, en la mesilla de Paula había una barra de labios, un libro, un frasco de perfume, un collar, un reloj, un peine, revistas... en fin, que a duras penas se veía la mesilla.


¿De dónde había salido todo aquello? Era como si sus cosas quisieran apoderarse de la habitación. Cuando estaba limpiando la mesilla de Pedro, decidió guardar las monedas en el cajón y, al abrirlo, vio una fotografía boca abajo.


Paula la levantó, sabiendo de quién era. Ana. Era lógico que Pedro tuviese una fotografía de su mujer cerca de la cama. Sería lo primero que viera al despertarse y lo último al acostarse. 


Pero se le rompió el corazón al descubrir cuánto la echaba de menos. Sujetando la fotografía, Paula se dejó caer sobre la cama. Pedro debió de meterla en el cajón después de la primera noche... incapaz de ver el rostro de Ana cuando había otra mujer ocupando su sitio. El contraste hubiera sido demasiado doloroso.


Cuando iba a guardar la fotografía, vio que había un papel en el cajón. Parecía una carta... y la curiosidad pudo más que ella. Pero sólo se atrevió a echar un vistazo. Las palabras «mi amor para siempre» aparecieron ante sus ojos.


Mi amor para siempre.


Paula guardó la carta, colocó la fotografía encima y volvió a cerrar el cajón.


Había llegado la hora de poner los pies en la tierra. Pedro nunca la amaría como había amado a su mujer. Era absurdo enterrar la cabeza en la arena.


Ese descubrimiento le había roto el corazón y, aunque intentó disimular, Pedro notó algo raro por la noche.


–¿Qué te pasa?


–Nada, estoy bien –contestó ella. En la cama se apretó contra él, sin saber cómo iba a decirle adiós, pero sabiendo que tendría que hacerlo.





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