martes, 21 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 20




Cuando Pedro volvió a casa encontró a su hija, a su secretaria temporal y al perro en la cocina.


Estaban tan ocupadas que no lo oyeron llegar y se quedó en el quicio de la puerta, observando.


Normalmente Ariana se iba a su habitación para hacer los deberes, pero aquel día estaba
ayudando a Paula a hacer la cena. Y las dos tenían la cara llena de harina.


En realidad, su casa nunca le había parecido más agradable, más hogareña. Paula llevaba
puesto el mandil de Rosa y, al retirarse un rizo de la frente, se manchó de chocolate.


–Menudo perro guardián –dijo entonces, el sarcasmo disimulando una alegría muy particular.


Al oír su voz, Paula y Ariana se volvieron. Derek empezó a ladrar y a mover la cola para darle
la bienvenida.


–Está contento de verte, papá –rió Ariana.


Paula siguió batiendo unos huevos. No tenía porqué ponerse nerviosa. Sólo era PedroPedro con sus ojos fríos y su austera presencia. No había razón para que su corazón se acelerase.


–Hola.


Por el rabillo del ojo vio que se quitaba la chaqueta y se aflojaba la corbata.


–Qué bien huele.


–Paula está haciendo macarrones con queso. Y tengo que tomar una ensalada, pero luego hay
tarta de chocolate. La hemos hecho para ti.


–¿Ah, sí?


Paula se puso como un tomate y siguió batiendo los huevos como si le fuera la vida en ello.


–Ariana me dijo que te gustaba el chocolate.


–Y me gusta.


–Espero que no te importe que haga la cena. Ya que estaba aquí...


–¿Importarme? Te lo agradezco muchísimo.


Parecía menos serio y formidable que nunca, como si la rigidez hubiera desaparecido. Era
lógico; al fin y al cabo estaba en su casa.


Pero ese nuevo Pedro la ponía muy nerviosa.


–La cena estará lista enseguida –murmuró–. Y limpiaré la cocina antes de marcharme.


–Pero te quedarás a cenar con nosotros, ¿verdad?


–¡Tienes que quedarte! –exclamó Ariana.


Paula se lo pensó. En parte quería quedarse, pero...


«No lo hagas», le había dicho Isabel.


–Es que...


–Dijiste que no tenías planes esta noche –le recordó Pedro.


–No, pero...


–Pediré un taxi para que te lleve a casa después de cenar –insistió él–. Por favor, quédate.


¿Qué podía decir?


–De acuerdo –suspiró Paula, encantada a su pesar–. Gracias.


Y entonces Pedro sonrió. Una sonrisa de verdad. Dirigida a ella.


–Soy yo quien debería darte las gracias.


Le temblaban las manos mientras se quitaba el mandil. Nunca lo había visto sonreír de verdad. 


Y la sonrisa iluminaba sus ojos, suavizando el gesto adusto. Además, cuando sonreía le salían unas arruguitas... pero eso no justificaba que le temblasen las rodillas.


Paula tuvo que enfrentarse con la verdad. 


Estaba haciendo justo lo que Isabel le había pedido que no hiciese. Pedro Alfonso le daba pena desde que descubrió su triste historia y estaba empezando a sentirse atraída por él. Lo cual era absurdo.


Estaba harta de enamorarse de hombres inalcanzables y Pedro era el más inalcanzable de todos.


No sólo era un hombre viudo que había estado muy enamorado de su esposa, sino que además era su jefe. Sentirse atraída por él cuando tenía que verlo todos los días era un error gravísimo.


Alicia volvería a trabajar en poco tiempo y entonces, ¿qué sería de ella? Debería salir por ahí para conocer a alguien, no estar en una cocina con el mandil puesto, histérica porque Pedro le había sonreído.


Lo había ayudado aquel día, pero no pensaba involucrarse más. Cenaría con ellos, pensó, y
después se marcharía y ni siquiera volvería a pensar en Pedro Alfonso.




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