miércoles, 22 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 21




Cuando Ariana se fue a la cama, Pedro sugirió que tomasen un café en el salón.


–Es una habitación muy agradable –murmuró Paula.


Antes de inclinarse para encender la chimenea, Pedro cerró las cortinas y encendido una lamparita. Todo demasiado hogareño, pensó ella.


La luz de la lámpara y las llamas de la chimenea daban un ambiente íntimo a la habitación... y
Paula estaba cada vez más nerviosa. Sólo tenía a Pedro como carabina y, a pesar de sus esfuerzos por mantener viva la conversación, la tensión era evidente.


Era culpa de Pedro, decidió. Aquella noche parecía diferente. Era la primera vez que lo veía sin traje de chaqueta. Se había cambiado antes de cenar y, con un pantalón de sport y una camisa de cuadros, parecía más joven, menos serio. Y Paula no podía dejar de mirarlo de reojo.


Después de encender el fuego, Pedro se sentó en el sofá y miró alrededor como si viera la
habitación por primera vez.


–No la usamos a menudo. Es demasiado grande. Normalmente, voy a mi estudio después de cenar.


–Supongo que a veces te sientes solo.


Pero enseguida se arrepintió. ¿Por qué había dicho eso?


–Ya estoy acostumbrado.


Paula carraspeó.


–¿La echas mucho de menos?


–¿A Ana? –Pedro se quedó mirando las llamas de la chimenea–. Al principio fue terrible, pero ahora... a veces creo que he aceptado su muerte y otras la echo tanto de menos que me
duele el alma. Y en cuanto a Ariana... me da rabia que no haya podido crecer con su madre.


–Lo siento –murmuró ella, sin saber qué decir.


–¿Sabes lo que pasó?


–Sí, me lo contaron en la oficina. –Pedro asintió con la cabeza, pensativo.


–Estuvo en coma durante una semana. Yo no podía hacer nada, sólo estar a su lado, darle la
mano y decirle cuánto la quería. Según los médicos, no podía oírme.


–A lo mejor podía sentir tu mano –aventuró Paula, para consolarlo.


–Eso es lo que me decía a mí mismo. Le prometí que cuidaría de Ariana, pero empiezo a
preguntarme si puedo cumplir esa promesa. Es muy duro criar solo a una niña... Ariana a veces se pone difícil y es entonces cuando echo de menos a Ana. Ella era tan tranquila, tan pausada... siempre sabía qué tenía que hacer.


–Pero Ariana parece una niña feliz.


–Gracias a ti.


–¿A mí?


–Nunca la había visto tan contenta y es por culpa de ese perro –sonrió Pedro acariciando al
animal, que estaba tumbado a sus pies–. Mi hija no hace amigos con facilidad. Es una niña muy
reservada. Y muy posesiva conmigo.


–Supongo que es normal.


–Seguramente –suspiró él–. No le gusta que tengamos ama de llaves. Le gustaría que
viviéramos los dos solos. La verdad, incluso he pensado vender la empresa y quedarme en casa, pero ¿qué sería de mis empleados? Algunos llevan más de diez años trabajando para mí... ¿y qué haría yo? Ariana está muchas horas en el colegio y, además, no puedo estar sin hacer nada.


–Claro, entiendo –murmuró Paula.


–La otra opción es casarme, claro. Ariana se está haciendo mayor y... pero no me parece justo casarme sólo para que sea más fácil educar a mi hija.


Parecía tan cansado que Paula tuvo que controlar el impulso de abrazarlo.


Ésa no era la mejor forma de no involucrarse.


–¿Por eso fuiste a cenar a casa de Paola y Gabriel? ¿Estabas buscando una posible madrastra para Ariana?


–En parte –admitió Pedro–. Tengo que conocer gente y pensé que si conocía a alguien
interesante las cosas cambiarían, pero...


–Era yo –sonrió Paula.


–Sí, eras tú.


Se quedaron en silencio durante unos segundos que a Paula le parecieron una eternidad. Era
un silencio cargado de implicaciones. Que ella no era la clase de madrastra que estaba buscando para su hija, que no era lo que esperaba...


–¿Qué estabas haciendo tú allí? –preguntó Pedro.


–Paola es una de mis mejores amigas.


–¿Sabías que yo estaría en esa cena?


–No, sabía que habían invitado a un amigo para presentármelo. Pero no sabía que eras tú.


–No lo entiendo –dijo él entonces.


–¿Qué no entiendes?


–Eres una chica muy guapa. Eres inteligente, divertida... cuando quieres, y evidentemente
tienes muchos amigos. ¿Por qué una chica como tú necesita citas a ciegas?


Paula se encogió de hombros.


–No es tan fácil como crees, especialmente cuando has pasado de los treinta. A esa edad
todos los hombres interesantes están ya comprometidos y una acaba haciendo el ridículo con los que están disponibles.


–¿Y qué pasa con Guillermo, el analista financiero?


–Que es el novio de Isabel, no el mío. Lo dije para impresionarte. Aunque no ha funcionado,
evidentemente.


–No sé... me convenciste durante unas horas –dijo Pedro–. Si no era Guillermo, ¿quién era?


–Se llamaba Sebastian –suspiró Paula, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá–. Yo estaba loca por él.. Era un ejecutivo en la empresa en la que yo trabajaba. Era guapísimo y tenía una reputación terrible... pero, por supuesto, ése era parte de su atractivo. Cuando se fijó en mí, no me lo podía creer.


–¿Y qué pasó?


–A Isabel y a Paola nunca les gustó, pero a mí me encantaba. Tenía un carisma, un atractivo
difícil de explicar... Pensé que lo único que necesitaba era el amor de una mujer y que yo sería capaz de cambiárlo, pero me equivoqué –Paula sonrió con cierta amargura–. Hice el idiota.


–Todos cometemos errores –murmuró Pedro.


–La mayoría de la gente aprende de esos errores, pero yo no. Teníamos lo que en las revistas llaman «una relación destructiva». Esperaba durante horas al lado del teléfono, me obsesioné por completo... y Sebastian lo sabía. Sólo aparecía cuando le daba la gana y yo estaba tan contenta de verlo que no me atrevía a echarle en cara... en fin, que se aprovechó de mí. Me pedía dinero, que le hiciera la colada...


–¿En serio?


–Sí, le hacía la colada, cocinaba para sus amigos... Ahora me acuerdo y me pongo mala, pero entonces me parecía la única forma de estar con él.


Debía de parecerle absolutamente patética. Pedro seguramente despreciaría un comportamiento tan humillante, pero era difícil saber lo que estaba pensando.


–¿Y cómo conseguiste cortar con él?


–Una tarde fui a su despacho y lo encontré gritándole a una de las señoras de la limpieza. Fue horrible... era un auténtico monstruo y la pobre mujer estaba asustadísima. Intenté hacerlo entrar en razón, pero entonces me empezó a gritar a mí y acabé diciéndole que iba a denunciarlo por maltratar al personal.


–¿Y qué pasó?


–Me dijo que no me molestase. Que iba a hablar con los jefes para decir que yo lo había molestado. Me dijo: «¿A quién piensas que van a creer, a una secretaria temporal o a un ejecutivo?». Y eso es exactamente lo que hizo. Y me despidieron.


–¿No pudiste hacer nada? –preguntó Pedro.


–El problema es que todo el mundo sabía que yo estaba loca por él y le resultó fácil hacerles
creer que yo prácticamente lo estaba acosando –suspiró Paula.


–Qué horror.


–De todas formas, ya no quería trabajar allí. No quería ni ver a Sebastian. El problema es que no quisieron darme buenas referencias, así que ahora me resulta difícil encontrar un buen puesto. Por eso tuve que apuntarme a una agencia de trabajo temporal. Y por eso tengo que quedarme contigo, hasta que vuelva Alicia. Y esperar que tú des buenas referencias mías.


Era cierto. Si Pedro no le daba buenas referencias ni siquiera la querrían en la agencia.


–¿Por eso has ido a buscar a Ariana al colegio?


–No, qué va. Además, hacer macarrones con queso no es una habilidad profesional muy
solicitada. Sólo espero que admires mi puntualidad y mi nueva dedicación al trabajo.


–Ya veo –murmuró él.


–A partir de ahora no pienso mezclar mi vida profesional y mi vida personal. Por eso acepté
la cita a ciegas en casa de Paola. No estoy buscando una relación seria, sólo alguien para
pasarlo bien.


–Pero me conociste a mí ––dijo Pedro.


Algo en su tono de voz hizo que Paula levantase la cabeza. Él la miraba con su típica expresión indescifrable, pero sus ojos la atraparon. No estaba segura de cuánto tiempo permanecieron así, mirándose en silencio, con el crepitar de la chimenea como única compañía.


Fue Pedro quien apartó la mirada y Paula tuvo que concentrarse para recordar de qué estaban
hablando...


–Ah, sí, de que quería pasarlo bien y no estaba en el mercado para buscar marido.


–Sí, bueno, fue una sorpresa... no es muy divertido encontrarte con tu jefe en una cita a
ciegas.


–No –murmuró él mirando el fuego–. Supongo que no.


Resultó fácil convencer a Pedro de que ella sólo quería pasarlo bien, pero en la práctica...


No tenía problemas para salir de fiesta porque Isabel estaba todo el día en la calle, pero ya no
era tan divertido como antes.




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