martes, 21 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 18




A la mañana siguiente fue Pedro quien llegó tarde a la oficina... con Derek saltando y mordiendo la correa. Paula miró inocentemente su reloj.


–¡No digas una palabra!


–No iba a decir nada.


–Tú y tu perro me estáis arruinando la vida –dijo Pedro soltando al animal, que se lanzó sobre su salvadora de inmediato.


Como había tenido que mandar el traje a la tintorería después de su encuentro con la basura, Paula llevaba una falda larga de estampado étnico y un jersey de cuello alto ajustado que, por alguna razón, era más turbador que el vestido que llevó a la cena. O eso le pareció a Pedro.


Aquel día no se había hecho una coleta y el pelo rizado caía sobre sus hombros en cascada. Era
un poco hippy, pero muy cálida, sobre todo con el perrillo en brazos.


–Ese perro es un monstruo.


–¿Un monstruo? Pero si es un cielo –protestó Paula.


–¿Lo has sacado a pasear alguna vez? No tiene ni idea de lo que es una correa. Y si lo sueltas
sale pitando y no vuelve cuando lo llamas.


–Es que el pobre...


–El pobre ha hecho que llegásemos tarde al colegio. Y encima se ha comido mis mejores
zapatos –la interrumpió Pedro.


–Es un cachorro –lo defendió Paula–. Debes tener cuidado y no dejar las cosas fuera del
armario.


–No es un cachorro, es un perro adulto e incontrolable.


–Tonterías –dijo ella, besando la cabecita del animal–. Sólo necesita un poco de entrenamiento, ¿verdad que sí, precioso? En unos días sabrá sentarse y volver cuando le llaman.


Pedro suspiró, irritado.


–Pues quédatelo tú si tanto te gusta. Y entrénalo para que aprenda a hacer el desayuno. ¡Qué
mañanita! Rosa no está y mi casa es un desastre.


–¿Cuándo vuelve? –preguntó Paula.


–Espero que lo antes posible. Ya estoy harto de comer platos congelados.


–¿No podrías contratar a alguien hasta que vuelva?


–Ariana odia los cambios. Ni siquiera le gusta que tengamos ama de llaves. Tolera a Rosa, pero nada más.


–Ya me imagino que educar solo a Ariana no te resultará fácil.


Pedro carraspeó, como si acabara de notar que estaba contando cosas demasiado personales.


–Sí, bueno, será mejor que empecemos a trabajar. ¿Algún mensaje?


–El señor Osborne. ¿Quieres que lo llame?


–¿Qué quería?


Paula consultó su cuaderno.


–Que vayas a verlo esta tarde para clasificar algo antes de tomar una decisión.


Pedro soltó una palabrota en voz baja.


–¿Qué ocurre?


–No puedo perder ese contrato, pero le prometí a Ariana que iría a buscarla al colegio... con
Derek. Como es viernes, quiere enseñarle el perro a sus compañeros –suspiró él, metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón.


–Yo haría lo mismo –sonrió Paula.


–Siempre ha sido una niña solitaria, pero... esta mañana, por primera vez, ha mostrado interés
en los otros niños. Me temo que le ha contado a todo el mundo lo del perro y si no aparezco...


–¿Por qué no voy yo? –lo interrumpió Paula.


–¿Lo harías? –preguntó Pedro, sorprendido.


Paula no sabía de dónde había salido aquella impulsiva oferta. No podía estar preocupada por
él... ¿no?


–No me importaría. Además, en parte es culpa mía. Si no hubiera traído el perro a la oficina,
no estarías metido en este lío.


–Puede que no vuelva de la reunión hasta las siete.


–No importa. Me quedaré con Ariana hasta que vuelvas a casa.


–¿Estás segura? Es viernes, Paula. ¿No tienes ningún plan?


–Nada especial. Además, puedo salir más tarde –contestó ella, mirando unos papeles.


–¿No tienes una cita con tu analista financiero?


–¿Qué? Ah –Paula se puso como un tomate–. No, ésa es la ventaja de tener un novio de mentira –dijo entonces, levantando la barbilla–. Nunca te da problemas. En realidad, es perfecto.


–Ya veo –murmuró Pedro, desconcertado–. Bueno, si de verdad no te importa ir a buscar a Ariana, te lo agradecería muchísimo. Llamaré por teléfono al colegio y pediré un taxi para que te sea más cómodo.


¿Por qué se había ofrecido?, se preguntó Paula. 


Isabel diría que se estaba involucrando en la
vida de su jefe, pero no era así. Sólo estaba ayudándolo en un momento de crisis. Haría lo mismo por cualquiera.


No tenía nada que ver con el calorcito que sentía por dentro al recordar su expresión
agradecida. Porque eso no sería profesional, ¿no?





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