sábado, 21 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 54




Concertaron la entrevista con la doctora Abigail Harrington para las cinco de la tarde del día siguiente. Sólo que esa vez Paula no tenía intención de dejar a Kiara con Dolores. 


Tendrían que conducir todo el camino hasta Atlanta y no quería perderla de vista ni un segundo.


—Ya casi hemos llegado a tu casa, señor Pedro —anunció Kiara, alegre.


—¿Cómo lo sabes?


—Porque he visto el puente que siempre cruzamos.


—Tienes razón —repuso él—. La siguiente carretera es la de Delringer.


—¿Podremos nadar cuando lleguemos?


—Más tarde —le dijo Paula—. Antes tengo que hacer algunas cosas.


—Yo estaba hablando con el señor Pedro… —le recordó la niña, suspicaz.


—Perdona, Kiara —pronunció Pedro—, pero yo también tengo que trabajar un poco. Luego nadaremos en la charca.


Pero cinco minutos después, cuando llegaron al antiguo caserón, comprendieron que sus planes tendrían que esperar. Había un coche patrulla en la puerta. Y apoyado en él, con gesto ceñudo, el sheriff Nicolas Wesley.


—Parece que tenemos compañía… —masculló Pedro.


Paula se limitó a gruñir por lo bajo mientras bajaba de la camioneta. Hacía calor, pero sabía que el ambiente se iba a caldear aún más.


—Vamos a ver a Mackie —le dijo a Kiara, pasando por delante del sheriff y entrando en la casa.


—Yo quiero hablar con el policía.


—Ahora no, cariño.



*****


Bruno estaba en el salón, con una lata de refresco en la mano. Se limpió la boca con el dorso de la mano mientras Paula cerraba la puerta a su espalda.


—Supongo que habrá visto al sheriff.


Pedro está hablando con él.


—Le invité a pasar después de que me enseñara la credencial y todo, pero me dijo que prefería esperar fuera.


—¿Cuánto tiempo lleva esperando?


—Unos quince minutos.


—Mami, Mackie no deja de lamerme —se quejó Kiara.


—Si no quieres que te lama, no te tires al suelo con él. Y ten cuidado con su pata herida.


—Creo que me ha echado de menos mientras yo estaba buscando oro.


—Claro que sí —Paula le revisó la pata al animal. Se notaba que se había mordido el vendaje, pero seguía fijo en su lugar—. ¿Quieres echarle un ojo a Kiara durante unos minutos, Bruno?


—Claro.


—¿Puedo tomar yo también un refresco, mami?


—¿Qué tal un zumo?


—Bien.


—Yo se lo sirvo —se ofreció el joven.


Paula se apresuró a salir de la casa. El sheriff y Pedro continuaban hablando al lado del coche patrulla. Enfrascados en una discusión, ninguno de los dos pareció advertir su presencia.


—Lo sé todo sobre usted, Pedro Alfonso. A mí no me ha engañado como a todos esos tipos que viven por aquí.


—Así que conoce mis antecedentes. Me alegro de saber que tiene cierto talento para la investigación.


—Tengo más que suficiente y no necesito para nada que el FBI se entrometa en mi caso.


—Al parecer eso no es lo que piensa el fiscal general del estado.


—Todo este asunto de los bebés muertos no le interesaba lo más mínimo. Hasta que usted empezó a llamar a sus antiguos contactos en la Agencia.


—No puede decirse que me metiera en este lío sin invitación —le recordó Pedro.


—Ya. Pero «trabajarse» a su vecinita no le da derecho a inmiscuirse en mi caso.


Pedro se tensó visiblemente, y por un momento Paula estuvo segura de que iba a golpear al sheriff. Sin dudarlo, bajó corriendo los escalones del porche para evitar que pudiera cometer una estupidez semejante.


—Yo no veo que eso tenga nada que ver con la investigación, sheriff —le espetó—. Por mi parte, aceptó agradecida la ayuda del FBI, ya que usted no parece estar avanzando nada.


—Estoy avanzando mucho. Lo que pasa es que aún no la he informado de ello.


—¿Han identificado los cadáveres?


—Eso es confidencial.


—¿Se puede saber entonces a qué ha venido? —inquirió Pedro.


—A advertirle que se mantenga alejado de esto, eso es todo. Yo sólo pretendo hacer bien mi trabajo, y no necesito que esos burócratas sabelotodo, que no saben absolutamente nada de lo que ocurre en este estado, me digan lo que tengo que hacer.


—Tal y como yo lo veo, eso es problema suyo —replicó Pedro—. El mío es mantener a Paula a salvo.


—Entonces quizá quiera investigar un poco a la mujer que con tanta pasión está intentando proteger. Porque Paula Thomas no era ninguna santa cuando huyó del orfanato con quince años y se fue a vivir a las calles.


—Me llamo Paula Chaves—lo corrigió ella, indignada.


—Sé todo lo que necesito saber sobre Paula. Y si ya ha terminado, le agradecería que se marchara de una vez.


—Sí, me voy, pero recuerde que he hablado en serio. Manténgase apartado de esto, Pedro. Porque no quiero que ni ella ni cualquier otra persona inocente, se vea perjudicada por culpa de unos niños que llevan veinte años enterrados.


Nicolas arrancó el coche y desapareció en medio de una nube de polvo. Viéndolo alejarse, Pedro masculló una retahíla de insultos.


—Tiene razón en una cosa —admitió Paula—. Yo no he sido ninguna santa. Vivía…


—No necesitas explicarme nada —la interrumpió—. No te estoy ayudando porque seas una especie de virgen perfecta e inmaculada. Hicieras lo que hicieras, supongo que tendrías tus razones.


—¿Ni siquiera te importaría aunque hubiera sido una prostituta?


—Eso no cambiaría lo que eres ahora.


—Bueno, pues no lo fui. Llevaba gafas muy gruesas y era tan escuálida que hasta los chicos vagabundos me daban comida.


—Pues recuperaste peso muy bien —le comentó Pedro mientras subían los escalones del porche, abrazados.


—Gracias. ¿Por qué estaba tan enfadado el sheriff?


—La verdad es que no lo entiendo, dejando de lado el hecho de que no le gusta que los forenses del FBI hayan analizado los cuerpos y encontrado evidencias que a él, aparentemente, le han pasado desapercibidas.


—De modo que tiene miedo de que se descubra que es un incompetente.


—Eso parece —repuso Pedro.


—Antes me dijiste que creías que todo esto terminaría pronto. ¿Por qué? ¿En qué te basas?


—Han averiguado quién era el encargado de transferir dinero público al orfanato.


—¿Quién?


—El juez Claudio Arnold. Sólo que por supuesto, en aquel entonces todavía no era juez.


—¿Y van a interrogarlo?


—Desde luego que sí.


Paula intentó pensar en algo positivo mientras entraban en la casa. Pero aunque aquel juez hubiera sido capaz de desviar aquellos fondos veinte años atrás, seguía sin poder imaginárselo reemplazando cabezas de muñecas con pequeños cráneos, o amenazándola en los servicios de señoras.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario