sábado, 21 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 53





La primera punzada de pánico la dejó aturdida, pero se recuperó enseguida. Sujetó el pestillo con una mano mientras se subía la braga con la otra, intentando recordar todo lo que le habían enseñado sobre defensa personal.


«Gritar y huir». Pero si gritaba, probablemente aquel tipo la acallaría para siempre estrangulándola. Y no había manera de huir. 


Transcurrió un silencio interminable, durante el cual el hombre no intentó forzar la puerta.


—¿Por qué está haciendo esto? ¿Por qué me atormenta?


—Porque no me escuchas. Te dije que te quedaras callada.


—Yo no he dicho nada. No sé nada.


—Hablaste con el sheriff.


—Sólo para decirle que no sabía nada sobre los bebés enterrados en el sótano.


—No intentes engañarme. Éste es mi último aviso. Como digas una palabra más, tengo una tumba preparada para esa pequeña pelirroja que está ahí fuera.


A Paula se le encogió el estómago, pero el miedo se transformó rápidamente en furia. 


Soltando el pestillo, empujó la puerta con todas sus fuerzas para golpearlo y hacerle perder el equilibrio. No tuvo suerte. Él hombre logró sujetar la puerta, y Paula no consiguió más que hacerse daño en un hombro.


—¡Maldito canalla…! Si se te ocurre tocarle un pelo a mi hija, me las pagarás todas juntas. ¿Me has oído? Te arrancaré el corazón con mis propias manos.


—Vete de una maldita vez de Georgia, Paula. Y rápido. O la niña morirá.


Escuchó sus pasos alejándose. Empujó de nuevo la puerta, pero al parecer la había bloqueado con algo. Logró arrastrarse por debajo y corrió hacia la salida. Para entonces, el hombre de los zapatos marrones ya había desaparecido.


Sin pensárselo dos veces, entró en el servicio de caballeros. Había un hombre en el urinario, de espaldas a la puerta. Llevaba zapatillas.


—¿Acaba de entrar aquí alguien?


—No. Yo soy el único… —respondió, sorprendido.


No perdió el tiempo en disculpas y volvió al comedor. No había señal alguna de aquel hombre, aunque solamente habría podido reconocerlo por sus zapatos. De color marrón oscuro, con cordones.


De regreso a la terraza, miró los zapatos de todos los hombres que pudo, aunque estaba convencida de que el tipo ya no estaba allí. En realidad, ya había hecho lo que había ido a hacer. Amenazarla. Y no sólo a ella. Esa vez también había amenazado a Kiara.


«Asesinato». Aquella misma mañana, cuando estuvo hablado con Pedro, había pensado que solamente un loco o una persona absolutamente desquiciada habría sido capaz de hacer algo así. 


Ahora sabía que no. Que cualquiera podría hacerlo dado un móvil lo suficientemente poderoso. Porque cuando oyó a aquel hombre amenazar a Kiara… Habría sido capaz de matarlo con sus propias manos.


Se dirigió a la mesa donde Pedro y Kiara la estaban esperando. Nada más llegar, arrancó un puñado de servilletas del rollo de papel.


—Kiara, ¿me harías el favor de tirar esto en la papelera que está allí?


Kiara saltó de la silla, deseosa de aprovechar cualquier pretexto para levantarse de la mesa.


—Ha estado aquí —le informó rápidamente a Pedro, tocándole un hombro—. En el servicio de señoras.


—¿Quién ha estado aquí?


—El hombre que me amenazó.


Pedro se puso lívido.


—¿Te ha hecho algo?


—No. Solamente me ha hablado.


Le explicó la situación sin apartar los ojos de Kiara, que se había detenido a charlar con una mujer mayor, en una mesa cercana.


—No debí haberte perdido de vista.


—No puedes seguirme a todas partes, Pedro. ¿Pero sabes una cosa? He tomado una decisión.


—Espero que no estés pensando en huir.


—No. Ya lo hice hace años y sé que eso no resuelve nada. No se puede huir de Meyers Bickham. Es como un tumor cancerígeno que desafía todo tratamiento. Pero no permitiré que mi hija se convierta en una víctima de ese lugar, o de ese loco asesino.


—Entonces tendremos que ir a por él, sin esperar a que nos sorprenda en el momento menos pensado.


—Antes me preguntaste si estaba dispuesta a visitar Meyers Bickham. Ahora ya lo estoy.


—Creo que primero deberíamos hacerle una visita a la doctora Abigail Hoyt Harrington.


—Pero puede que Hoyt y Harrington no sean la misma persona…


—No tuve oportunidad de decírtelo antes, pero Bob me lo ha confirmado.


—Dudo que recuerde los detalles de las pesadillas de una niña… Después de veinte años.


—Pero tal vez pueda recordar alguna otra cosa. Algo que tú hayas olvidado.


—Entonces vamos a llamarla ahora mismo.




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