lunes, 16 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 36




—Mami, ¿puedo ver La Bella Y La Bestia?


Paula miró su reloj.


—Es demasiado tarde para que veas el vídeo entero, pero puedes ver una parte, si quieres.


—¿La verás conmigo?


—De acuerdo.


Aquello era mejor que seguir sentada pensando en la cabaña en llamas y en aquel diabólico muñeco. El tipo que había concebido aquel plan era un monstruo, una verdadera bestia, alguien que encontraba un perverso placer en torturarla cuando no había hecho nada.


—¿Crees que el señor Pedro querrá ver la película con nosotras?


—Lo dudo, corazón.


—Yo se lo preguntaré…


Y se fue por el pasillo, llamándolo. No gritaba, pero su voz resonaba en toda la casa. Un segundo después, se transformó en grito.


Paula echó a correr, frenética, deteniéndose en seco en la puerta del cuarto de baño. Al ver el motivo del susto de su hija, soltó un suspiro de alivio. Pedro estaba frente al espejo, a medio afeitar, con un hilo de sangre corriéndole por el mentón.


—Es sólo un pequeño corte, Kiara. Como las heridas que de vez en cuando te haces en las rodillas. No duele.


—Suele suceder cuando uno se afeita —explicó Pedro, alzando la navaja, y se dirigió a Paula—: Perdona. Me olvidé de cerrar la puerta con llave. Kiara entró corriendo y se asustó.


Paula buscó algo que decir, pero no se le ocurría nada. Allí estaba, descalzo, con el torso desnudo y…


Y tenía que dejar de mirarlo.


—Te has cortado bastante —pronunció con un nudo en la garganta.


—No tanto como parece.


Paula humedeció entonces un trapo limpio y empezó a limpiarle la sangre de la herida.


—Ya está… Gracias —murmuró él.


Le sujetó suavemente la muñeca al tiempo que la miraba con una extraña fijeza. Su mirada, en vez de sombría, era tierna, invitadora. 


Seductora. Hipnótica.


—Mami, vamos a ver la película —exigió Kiara.


La magia del momento se rompió. O al menos se atenuó lo suficiente como para que Paula volviera a respirar.


—Ve tú, corazón.


—Pero dijiste que la verías conmigo…


—Lo sé. Ve tú primero y enciende el vídeo. Me reuniré contigo en un momento.


—Me alegro de que no te haya dolido quitarte la barba —comentó Kiara, antes de desaparecer por el pasillo, dejándolos solos.


Pedro continuó afeitándose, y Paula se dedicó a observarlo, incapaz de apartar los ojos. Su mirada viajó por su rostro, por su torso desnudo…


—Te vas a perder la película —le advirtió él, con voz ronca de deseo.


—Ya la he visto —repuso, acercándosele—. ¿Me dejas que termine de afeitarte?


—¿Y exponer mi cuello a una mujer con una navaja barbera en la mano?


—¿No decías que te gustaban las emociones fuertes?


—¿Dije eso?


—Al menos eso es lo que oí yo… —Le acarició con un dedo el lóbulo de la oreja, descendiendo luego hasta su espalda, hombro abajo—. Ve a sentarte a la cocina, Pedro. Ahora llevo la navaja y una palangana con agua caliente.


—¿Estás segura de que quieres hacer esto?


—Completamente.


Lo observó alejarse por el pasillo, pensando que probablemente había perdido el juicio… Pero que tampoco le importaba. Necesitaba sentir la piel de Pedro bajo sus dedos, el cutis de su rostro cuando se hubiera liberado del todo de aquella barba. Necesitaba sentir algo que no fuera miedo, ni horror.


Se reunió con él en la cocina. Pasarle suavemente la navaja por la cara, con exquisito cuidado, fue una experiencia afrodisíaca. Aquel simple acto de tocarlo y de deslizar la hoja por su piel era algo mucho más erótico de lo que había imaginado. El deseo corría como una droga por sus venas mientras terminaba de afeitarlo.


Finalmente, empapó una toalla en agua caliente y le limpió el rostro, dejando deliberadamente que sus dedos se entretuvieran en su piel. 


Memorizando, deleitada, el contorno de su mandíbula y de su barbilla.


—Hecho —pronunció, retirándole la toalla—. ¿Quieres ver el resultado?


Por toda respuesta, la sentó en el regazo y la besó. El deseo que había estado corriendo por sus venas durante los últimos minutos… reventó de golpe. Fue un beso ávido, casi violento, la expresión de una salvaje necesidad que la dejó estremecida, temblando.


Paula no pudo evitar devolvérselo, deslizando la lengua en el interior de su boca. Era como si jamás pudiera saciarse de su sabor. Se sentía tan perdida en aquellos besos, tan perdida en él, que le pasó desapercibido el timbre del teléfono. 


Su teléfono móvil.


Hasta que Pedro se apartó.


—Creo que deberías contestar.


Paula se dijo que tenía razón. Con todo lo que estaba pasando, no podía ignorarlo. Atravesó la cocina y lo recogió del mostrador, donde lo había dejado.


—¿Diga?


—¿Es usted Paula Chaves? ¿La que reside en Apartamentos Hillside?


—Sí.


—Soy el teniente Buzz Fontaine, del departamento de policía de Columbus.


—¿Ha pasado algo?


—Sí, señora. Me temo que he de comunicarle una mala noticia. Su apartamento ha sido allanado. Se ha producido un allanamiento… Y una agresión.


—¿Ana?


—Sí, señora.


—¿Se encuentra bien?


—No, señora. Lo siento, pero…


Paula empezó a temblar incontroladamente mientras el teléfono escapaba de sus dedos, estrellándose contra el suelo.



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