sábado, 8 de febrero de 2020
TE ODIO: CAPITULO 14
Paula sintió un escalofrío. La enorme suite frente a la bahía de San Piedro, era el sitio perfecto para una luna de miel. El dormitorio estaba decorado con tapices exquisitos y muebles estilo Luis XIV. A través de los ventanales podía ver un balcón de piedra y palmeras moviéndose con la brisa…
Era perfecta en todos los sentidos. Salvo que Pedro Alfonso no era el hombre con el que iba a casarse. En unos meses sería la esposa del príncipe Mariano y, durante el resto de su vida, sería fácil mantener a resguardo su corazón.
Paula parpadeó rápidamente para contener unas lágrimas incomprensibles cuando Pedro besó su cuello.
—¿Estás llorando, bella? ¿Esto te desagrada tanto?
—No —contestó ella. Ése era el problema precisamente—. Puedes tener a muchas mujeres en tu cama. ¿Por qué yo? ¿Qué soy yo para ti?
Pedro la dejó sobre la cama y, por un momento, el brillo de burla desapareció de sus ojos.
—Tú eres la que se me escapó.
Paula no pudo disimular el escalofrío que la recorrió de arriba abajo mientras besaba su cuello, pasando la mano por el vestido. La empujaba con su peso hacia el colchón, acariciándola por todas partes, mordisqueando el lóbulo de su oreja, separando sus piernas…
Pedro debía pesar el doble que ella, pero cada kilo era puro placer. Su cuerpo era musculoso, fuerte. Paula quería quitarle la camisa y acariciar su piel desnuda, buscar su boca en un beso apasionado.
Pero no se movió. No podía. Salvo aquel verano en Nueva York, había pasado toda su vida obedeciendo las reglas y siendo buena. Por mucho que quisiera vivir peligrosamente…
Pedro la besó entonces, acariciando sus pechos por encima de la tela del vestido.
La urgencia de los labios masculinos provocó un incendió en su sangre. Él la hacía sentir cosas que no quería sentir, drogando sus sentidos. La hacía temblar de la cabeza a los pies.
Era como si hubiera estado durmiendo durante diez años y ahora, de repente, estuviera despierta.
Por voluntad propia, sus brazos buscaron el cuello de Pedro para apretarlo contra ella, disfrutando del calor de su torso a través de la camiseta. Sentía cada centímetro de piel que él acariciaba. Sentía demasiado…
Pedro metió las manos bajo el vestido para acariciar sus pechos, apretando un pezón entre dos dedos. Agarrándose a sus hombros, Paula se arqueó, colocando las caderas entre sus piernas. Intentaba permanecer inmóvil, pero enseguida se dio cuenta de que estaba frotándose contra él, desesperada por estar más cerca, desesperada por sentirlo desnudo dentro de ella.
Como si hubiera leído sus pensamientos, Pedro levantó su vestido. Paula podía sentir la seda subiendo por sus muslos con agonizante lentitud, la suave tela acariciando su piel como el agua.
—Bella —dijo él en voz baja, metiendo una mano bajo el tanga—. Eres preciosa…
Dejando escapar un gemido, ella arqueó la espalda para sentir sus dedos.
Pedro se deslizó por la cama para poner la cabeza entre sus piernas y cuando Paula vio lo que iba a hacer intentó empujarlo… no podía permitir…
Apartando a un lado el tanga, Pedro la rozó con la lengua. Cuando ella intentó moverse, la sujetó, tentándola para que aceptase el placer. Paula dejó caer la cabeza sobre el colchón mientras él la acariciaba con la boca, primero despacio, con roces suaves, luego empujando más fuerte, más profundo, abriéndola. La excitaba metiendo la lengua mientras acariciaba el escondido capullo con un dedo, introduciéndolo luego entre sus pliegues, chupando y lamiendo hasta que estuvo completamente húmeda. Cuando metió dos dedos y añadió un tercero, Paula tuvo que ahogar un grito. El placer era tan grande que pensó que iba a morirse.
Todo su cuerpo parecía a punto de explotar y, antes de que entendiese lo que estaba pasando, sintió que el placer crecía aún más, cargándose como las nubes negras en una tormenta…
No podía aguantar más. Pero no quería sus dedos. Quería…
Sin aliento, empezó a desabrochar su cinturón.
No podía decirle lo que quería, ni siquiera podía pensarlo, pero estaba claro.
Pedro se detuvo, mirándola con una expresión rara.
—Eres mía, Paula. Para siempre.
Esa frase rompió el hechizo que parecía haberla hecho perder la cabeza. Por mucho placer que Pedro le proporcionase, el riesgo era demasiado grande.
—Por una noche —jadeó—. Tu amante por una noche.
—No —dijo él en voz baja—. Para siempre.
Pedro se levantó abruptamente, dejándola tirada en la cama.
—¿Qué pasa? ¿Por qué has parado?
—Es suficiente. Por ahora.
Paula se sentó, mortificada. Evidentemente, pensaba prolongar esa tortura hasta que hiciera o dijera lo que él quería y eso era lo que más la asustaba. Tenían que terminar con aquello de inmediato… antes de que ocurriera algo irremediable.
Antes de embriagarse de emociones prohibidas y placeres. Antes de que le contase todo lo que guardaba en su corazón…
Paula llevó aire a sus pulmones y se obligó a sí misma a pensar en lo impensable.
El plan B.
—No, Pedro.
—¿No? —él levantó las cejas.
—No vamos a esperar —Paula se levantó de la cama—. Vas a tomarme aquí, ahora mismo.
Le temblaban las manos mientras se quitaba el vestido y lo dejaba caer a sus pies. Con el sujetador y una braguita de encaje, tuvo que reunir valor para mirarlo a los ojos.
El arrogante y poderoso millonario parecía como si, de repente, tuviera problemas para respirar.
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