domingo, 2 de febrero de 2020

ADVERSARIO: CAPITULO 49




Una vez que se retiró, Paula se levantó y se dirigió al cuarto de baño. Media hora después, estaba parada desnuda frente al espejo de su dormitorio, estudiando su cuerpo abultado con una mezcla de éxtasis y sorpresa.


Entregada a una discusión silenciosa con el bebé en cuanto a la manera en la que le había cambiado el cuerpo, no se percató del regreso de Pedro hasta que éste abrió la puerta de su dormitorio, se detuvo brusco al verla.


De inmediato, Paula trató de alcanzar la bata que dejara sobre la cama, se sonrojó avergonzada... no sólo por su desnudez, sino porque era consciente de lo poco atractiva que luciría frente a los ojos de Pedro, aunque a ella, los cambios que sufriera su cuerpo le parecieran maravillosos. Cuando se estiró para alcanzar la bata, Pedro la detuvo con una voz pesada y ronca.


—No, no te escondas de mí, Paula.


Fascinada por el sonido de la voz, por la mirada en los ojos, Paula permaneció en donde estaba.


Cuando le tocó la piel con la punta de los dedos, Paula se estremeció. Como si fuera consciente de lo que ocurría, el bebé pateó duro, hizo que ella jadeara y que Pedro se pusiera tenso. 


Cuando vio la expresión en sus ojos y pensó que él creía que ella rechazaba su contacto, que el jadeo fue ocasionado por el repudio que experimentaba, reaccionó por instinto, le tomó la mano y la llevó al sitio en donde el niño todavía pateaba.


Cuando vio que la expresión de Pedro cambiaba, notó el éxtasis, la sorpresa... el amor, que le iluminaban el rostro, la invadió una emoción indescriptible.


Así era como debía ser; así lo había soñado desde que supo que estaba embarazada; ese momento, esa mirada encerraban todos sus sueños más queridos y más idealistas de amar y ser amada, de compartir con su amante una sensación de unidad que los elevaba, una entrega al hijo que era el resultado de haber estado juntos.


La mano de Pedro todavía estaba sobre su cuerpo. El bebé, ahora tranquilo, dejó de patear. 


Paula le soltó la muñeca, lo liberó de su contacto, pero él no mostró intenciones de separarse de ella.


Podía sentir la calidez de su cuerpo y quería acercarse más a él, que la abrazara, abrazarlo. 


Notó que sus sentimientos de alegría y amor maternal cambiaban a algo más personal, más sensual.


Las manos de Pedro le acariciaban la piel con movimientos lentos, amables que hacían que ella se estremeciera en su interior y que le advertían que era el momento en que ella debía apartarse... que, si no lo hacía, revelaría sus sentimientos hacia él y los dos se avergonzarían, arruinarían la intimidad especial que acababan de compartir. Pero, cuando trató de apartarse, Pedro la detuvo, y para su sorpresa, se arrodilló frente a ella, y antes de que pudiera detenerlo, él con toda ternura besó el vientre abultado.


Las lágrimas amenazaban con brotar, la invadían sensaciones y sentimientos tan diferentes, que gritó contra ellos, fue un sonido de tortura que hizo que él subiera el rostro para verla.


—Esto no funcionará, ¿o sí?—le dijo Pedro con crudeza—. No me puedo quedar aquí contigo así, sin desearte. Pensé que podría... pensé que estar cercar de ti, tener la posibilidad de compartir el bebé contigo, sería suficiente, pero no lo será.


La voz carecía de expresión, sólo sonaba dura por la desesperación y el dolor.


—Pensé que ya había experimentado todo el dolor que se puede sufrir cuando creía que me usabas como sustituto de otro hombre... cuando el amor y el deseo físico que me dabas, en realidad estaban dirigidos a otro hombre. Me pareció que después de eso, nada me podría hacer daño... que era como estar rodeado de fuego y ser inmune a él después de haber sobrevivido a la experiencia.


—Entonces tuve que partir —continuó—. No me pude quedar sabiendo cuánto te amaba... cuánto te deseaba... con qué facilidad podría ceder a la tentación de suplicarte que me tuvieras lástima, de decirte que la química sexual entre nosotros era tan poderosa que bien podíamos fundamentar una relación viable en ella. Estaba dispuesto a negar mi amor, ocultarlo por completo y fingir que la necesidad que tenía de ti, sólo era física, si al hacerlo podía convencerte de que me permitieras entrar en tu vida.


—Pero al final, no logré hacerlo —siguió Pedro—. Mi orgullo no me lo permitiría, por lo que me fui cuando todavía era poderoso como para apoyarme en él. Entonces pensé que no podía haber un sufrimiento semejante a ese. Pero estaba equivocado. Hay otras clases de sufrimientos que son igual de destructores, igual de insoportables. Como descubrir lo mal que te juzgué... como de una manera tan tonta permití que la relación de mis padres me hiciera ver la vida. Descubrir la verdad, descubrir que, en tanto yo te acusaba de tratar de robar al marido de otra mujer, tú cuidabas a una moribunda... Cómo me debes haber desdeñado por eso. No me sorprende que no me hayas dicho la verdad.


Se detuvo un momento y entonces continuó.


—Fue Laura quien, sin querer desde luego, me la dijo, no sabía todo lo que me decía cuando me habló de tu tía y de la presión que viviste. Supe entonces que lo que me dijeron mis sentidos cuando hicimos el amor era cierta... que había una inocencia, una intensidad en la manera en la que te entregaste a mí que… —se interrumpió, negaba con la cabeza.


Paula se dio cuenta de que Pedro temblaba por la emoción, y cuando él apartó la mirada y la dirigió a la ventana, ella hubiera jurado que notó el brillo de las lágrimas en sus ojos.


—Una vez que me di cuenta... una vez que supe que tu hijo era mi hijo... —negaba con la cabeza como si tratara de aclarar sus ideas, de superar el caos emocional—. Arruiné todo al tratar de presionarte para que te casaras conmigo, pues debí saber que era un matrimonio que tú no deseabas. Después de todo, si yo hubiera significado algo para ti, no habrías mantenido tu embarazo en secreto, ¿o sí? Tampoco me dejarías creer que estabas involucrada con otro. No, sé que no me amas... y de una manera tonta, yo pensé que estar cerca de ti y del bebé sería suficiente, pero no lo es.


Había angustia en el sonido ronco de la voz de Pedro.


—Ahora al verte así... —él pasó saliva, y Paula estudió el movimiento de la garganta, notaba la presión emocional que experimentaba—. Te quiero tanto... te amo tanto —hablaba tan bajo, que ella apenas podía escuchar las palabras—. Y verte así... Me llena de tanto amor y deseo, Paula... La razón por la que te digo todo esto es porque quiero que entiendas por que tengo que irme... No quiero que pienses que ni tú ni el bebé son importantes para mí. Lo que pasa es que tengo que irme antes de hacer algo que los dos lamentaríamos.


Pedro volvió a inclinarse al frente; con las manos trazó la redondez del vientre como si estuviera ciego, su contacto fue tan delicado, tan lleno de amor y sufrimiento que Paula quería tomarlo entre sus brazos, acercarlo, decirle cuánto lo amaba. Pero, antes que pudiera hacerlo, él presionó los labios contra la piel, enviándole tales oleadas de deleite, que ella gritó su nombre.


Al instante, la soltó, se puso de pie y brusco, pregunto:
—¿Qué pasa? ¿Qué hice? ¿Te lastimé? ¿Lastimé al bebé?


Paula no podía hablar. Todo lo que podía hacer era negar con la cabeza, y entonces, al saber que si trataba de explicarle todo lo que sentía llevaría demasiado tiempo, la haría perder un tiempo precioso, les ocasionaría demasiada ansiedad, ella sólo le extendió los brazos.





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